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LIAM

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Maia había conseguido ganarse la confianza de Harvey en menos de un mes.

Me sorprendía la rapidez con la que había empezado a desenvolverse tras la barra, y eso que solo llevaba una semana currando por las noches, pero, sin duda, si había alguien satisfecho, ese era nuestro dueño. No solía quedarse en el bar después de las comidas, aunque, los primeros días, prefirió ver cómo trabajaba con sus propios ojos. Y su felicidad era evidente.

—No puede gustarme más esta chica —me había comentado la tarde anterior, cuando yo me había separado de la barra para reponer los hielos—. Se nota que sabe lo que es estar cara al público... ¿A ti te ha dicho por qué dejo su antiguo trabajo?

Seguí su mirada hasta Maia y me puse a pensar.

Lo poco que sabía sobre su vida antes de que nuestros caminos se cruzasen era que se había ido de casa y la habían despedido el mismo día. Aún no había querido contarme los motivos, pero lo que había ocurrido a principios de semana me había hecho abrir un poco los ojos. No había sido capaz de ver a sus antiguas compañeras de piso, y temía que aquello estuviera de alguna forma relacionado con que la hubieran echado de su antiguo curro.

Sin embargo, en vez de hablar de algo que no me correspondía a mí, preferí encogerme de hombros.

—No tengo ni idea, Harvey. Supongo que eso es cosa suya.

Él asintió y se despidió de todos nosotros antes de marcharse.

Al día siguiente, todavía me encontraba dándole vueltas al asunto. Estaba secando las copas que acababan de salir del lavavajillas y la miraba de reojo cada vez que podía. ¿Qué narices podría haber pasado para que la despidieran? Maia aprendía rápido y trabajaba muy bien, no llegaba a entender por qué querrían prescindir de ella.

Mientras atendía a los últimos clientes de la noche, mis ojos se encontraron con los de otra persona. Y no, no fueron los de Maia. Ojalá hubieran sido los de Maia...

Jack colocó el cartel de «cerrado» y fue directo a la trastienda a cambiarse. Le siguieron Mike y Maia, mientras nosotros tres terminábamos de limpiar la barra. Esperé unos comentarios que no llegaron, así que decidí pasar del tema e imité a mis amigos cuando vi que ellos ya habían acabado.

No tardaron ni un minuto en entrar conmigo.

Guardé el polo en la taquilla, solté un suspiro cansado y me giré.

—Suéltalo ya, anda.

Mi mejor amiga me observaba como si ella tuviera las respuestas para todo. Quizá las tuviera, pero a veces me tocaba las narices esa actitud. Sobre todo esa noche...

—¿Por qué la mirabas tanto? —Sabía perfectamente de quién hablaba—. ¿Ha pasado algo entre vosotros?

Y no quise indagar en qué significado podría tener ese «algo», así que solo dije la verdad:

—No, no ha pasado nada.

Pero Em soltó una risa y sacudió la cabeza. Me tensé.

—En fin, no me extraña que Jessica se ponga como se pone...

Y aquella fue la gota que colmó el vaso.

—¿De qué coño estás hablando?

Emily compartió una breve pero significativa mirada con Megan y, antes de volver a hablar, se pegó por completo a mí y acercó las manos a mi cara. Fruncí el ceño y traté, en vano, de separarme.

—¡Oh, hola, Maia! —exageró la voz de Jess, fingiendo que hablaba con ella mientras no dejaba de atusarme el pelo—. ¿Qué tal va la semana?, ¿ya te has acostumbrado a tu nuevo trabajo? Qué bien, porque mientras tú estás aquí sirviendo comidas, yo estoy en casa follando con el chico que te gusta.

Se acabó. Tenía que apartarme.

—Em, no sé qué mierdas estás insinuando, pero deja de hacerlo.

Ella rodó los ojos.

—No es mi culpa que estés ciego, cariño.

Estaba empezando a calentarme y no pensaba dejar que se fuera con la suya.

Sin embargo, como casi siempre hacía, se me adelantó.

—Jess está como loca porque vivas con Maia. La comen los celos, Liam.

Tragué saliva.

—Eso es una jodida tontería. —Me puse alerta al escuchar su risa—. No tiene ningún motivo para estarlo.

Se giró hacia Megan, que, afortunadamente, se mantenía en silencio, antes de volver a mirarme.

—Maia es una chica encantadora —prosiguió, consiguiendo que apretase los dientes—. Pasas más horas con ella que con tu novia, trabajáis juntos, dormís pared con pared... ¿No te parecen suficientes motivos?

Me negué a darle la razón. Nada de lo que estaba diciendo tenía sentido. Ni Jess estaba celosa, ni Maia... Ni Maia quería algo conmigo.

—Vamos, Liam, ¿de verdad no te has dado cuenta? Lleva toda la semana pasándose por aquí en cuanto puede. Busca cualquier excusa para venir a verte porque lo único que quiere es marcar territorio delante de Maia. Dejarle bien claro que la que está contigo es ella...

—Ya basta, Emily.

Mi tono de voz la hizo callar. No añadió nada más. Solo negó con la cabeza y dio media vuelta. Megan la siguió sin apenas levantar la vista. Y yo me quedé allí, solo, dándole vueltas a todo lo que acababa de decir Emily.

Sabía la opinión que tenía de mi novia, pero de ahí a infundir dudas sin razón... Era mi mejor amiga; por mucho que no se llevase bien con Jessica, por supuesto que no la veía capaz de sabotear mi relación. Pero la muy capulla había logrado que sus palabras siguieran resonando en mi cabeza, incluso cuando salí de la trastienda minutos después.

Y la vi.

Jess atravesó la puerta y mis sentidos se activaron. Joder. Em no podía estar en lo cierto...

Me acerqué a ella lo más rápido que pude.

—Hola, cari...

—¿Nos vamos?

Mis prisas la confundieron.

—Oh, vaya...

Pero no, aquello no bastó, porque los chicos aparecieron a nuestro lado antes de que pudiéramos dar un paso.

—Hombre, Jessica, hola.

Cerré los ojos y maldije en silencio cuando ella se separó de mí para ir a saludar.

—Hola, chicos.

Y chicas.

Porque también habían aparecido Emily y Megan...

Y Maia.

—Hola, Maia.

Me volví para ver su expresión. Sonreía. A decir verdad, lo hacía mucho últimamente. Cuando la conocí, parecía costarle un mundo esbozar una sonrisa, pero, con el paso de los días, le salían más naturales. Se la veía cómoda, ya no solo allí, sino también en casa... Y aquello me hizo recordar la acusación de Emily.

«Pasas más horas con ella que con tu novia, trabajáis juntos, dormís pared con pared... ¿No te parecen suficientes motivos?»

No, joder. No lo eran. Jessica era mi pareja; Maia, al fin y al cabo, no era más que una persona a la que acababa de conocer, una persona a la que, en realidad, ni siquiera conocía del todo. No era comparable. Quizá podía empezar a considerarla mi amiga, pero nada más. Y así debía seguir siendo.

Conseguí apartar las inseguridades y rodeé a Jess con el brazo. Ella me observó de reojo y me regaló una sonrisa. No solía mostrarme cariñoso delante de mis amigos, pero lo haría a partir de entonces si con ello lograba disipar los celos de mi novia. Si es que existían, claro.

Así que, por si aquello le parecía poco, decidí proponerle una cita; una cita que estaba seguro no iba a poder rechazar:

—¿Te apetece pasar la noche en casa?

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora