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LIAM

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El cine Gaumont quedaba a tan solo quince minutos de nuestro hotel, así que fuimos andando hasta allí. Cómo no hacerlo, si en cada metro se respiraba el ambiente tan característico de la ciudad. Y, joder, pasear por París con ella al lado no tenía precio.

—¿Qué tal vas?

Maia me miró con curiosidad. Sonreí y señalé sus pies con la cabeza. Si mi memoria no me fallaba, era la primera vez que la veía con tacones. Ella resopló.

—Pregúntamelo en un par de horas...

Me aguanté las ganas que tenía de pegarla a mí y escondí las manos en los bolsillos de la americana. La temperatura era agradable y había pasado de coger la cazadora con la que había viajado. Maia, sin embargo, iba en tirantes, así que había optado por llevar una. Claro que tampoco habría tenido ningún problema en ofrecerle la americana si me lo pedía.

Llegamos al cine poco después, y hasta yo me sorprendí de la cantidad de gente que había en la entrada.

—Vaya... —murmuró ella, captando mi atención. Esa vez no pude evitarlo; saqué la mano del bolsillo y la llevé hasta su espalda. Me miró sorprendida.

—Tranquila, dentro hay sitio de sobra para todos.

Había estado curioseando sobre el festival los días anteriores, y la verdad era que había flipado con el tamaño de aquel establecimiento. A ella, sin embargo, aquello no pareció contentarla.

—Ya... Tú por si acaso no te vayas muy lejos. Que yo no conozco a nadie...

Ignoré su petición, aunque me había sonado a gloria, y fruncí el ceño.

—Como si yo conociera a mucha gente...

Y, cómo no, como si me hubiera oído, Charlie se hizo un hueco entre la gente. Todavía no había apartado la mano de Maia y mucho menos lo hice cuando nos vio.

—¿Qué tal, chicos? ¿Habéis entrado ya?

Intenté con todas mis fuerzas no poner los ojos en blanco. Siempre por delante del resto... No era novedad.

—No, acabamos de llegar.

—Entonces venid conmigo, ahora os darán los pases.

Por supuesto, necesitábamos algún tipo de acreditación que nos permitiese estar allí. Sin poder hacer otra cosa, seguimos a Charlie hasta el interior del cine, donde también se había ido agrupando la gente. Efectivamente, las fotografías le hacían justicia. Habían decorado la entrada para la ocasión y las salas se encontraban reservadas para la proyección de las películas. Charlie nos llevó hasta una mesa en la que dimos nuestros datos. El chico nos tendió las tarjetas y yo carraspeé al darme cuenta de que la suya era distinta... Pues claro, él estaba allí por trabajo. Nosotros no éramos más que invitados...

Me tragué esos pensamientos y aproveché para coger un par de copas de champán cuando una camarera pasó por nuestro lado. Le ofrecí una a Maia.

—Salgo un momento, enseguida estoy con vosotros.

Charlie despareció y, entonces sí, rodé los ojos.

—¿Es que es nuestro guía?

Me volví hacia ella. Estaba a punto de llevarse la copa a los labios y me miró antes de hacerlo. No lo había dicho a malas pero, por un momento, deseé que lo hubiera hecho.

Suspiré.

—Espero que no.

Bebí un trago y eché un vistazo a nuestro alrededor. No habría sabido decir cuántas personas habría, aunque una cosa estaba clara: allí dentro había más elegancia junta de la que yo había visto en toda mi vida. Inconscientemente me llevé la mano a la pajarita y vi de reojo cómo Maia seguía el gesto con la mirada. Parecía nerviosa, así que intenté tranquilizarla sonriendo.

—Ven —Le tendí la mano—, vamos a ver el programa.

Ella la cogió, no sin antes dudar un poco, y nos movimos entre la gente hasta el cartel que anunciaba las actividades que se llevarían a cabo durante esa semana. Ninguno de los dos deshizo el agarre; al contrario, entrelazó sus dedos con los míos, buscando un contacto más firme. No se lo negué y, de hecho, no pude evitar mirarla un par de veces. Joder, estaba preciosa. Y sabía que también lo habría estado de no haberse arreglado. Porque brillaba por sí sola. No necesitaba más.

• • •

Al final Charlie se nos pegó como una jodida lapa. Nos presentó a la gente con la que estaba trabajando y nos habló de cómo había sido el festival hasta entonces. Y, cómo no, se sentó a mi lado mientras veíamos la película que proyectaban aquella noche, una de las favoritas para hacerse con el premio del público pero que, si os soy sincero, no me dijo nada. Se lo comenté a Maia cuando por fin pudimos quedarnos a solas, casi al final de la velada.

—A mí tampoco me ha gustado mucho... —admitió ella en voz baja, robándome una sonrisa—. Pero que no se enteren por aquí que igual nos echan.

Me aguanté la risa.

—¿Volvemos dando un paseo?

Le brillaron los ojos y me bastó con eso.

Nos despedimos de Charlie y de las personas a las que habíamos conocido y salimos del cine. Había refrescado un poco y Maia se encogió en su chaqueta. Esa noche empecé a entender por qué la llamaban la ciudad de la luz. Porque París de día era impresionante, pero de noche... De noche era otra historia.

Anduvimos con calma, disfrutando del poco ruido que había a esas horas. Maia no podía dejar de mirar hacia todas partes; las fachadas, las calles que íbamos dejando a ambos lados, el cielo. Porque probablemente fuese una estupidez, pero allí hasta la luna se veía más bonita. No sé. Se respiraba... algo. Y su mano rozando la mía con cada paso que dábamos me erizaba la piel.

Lo primero que hizo cuando llegamos a la habitación fue quitarse los zapatos.

—Mis pobres pies...

Dejé el móvil y la cartera en la mesilla y la observé mientras me quitaba la pajarita.

—¿Han sobrevivido? —le pregunté con una sonrisa. Se había sentado en la cama y giró parte del cuerpo para mirarme a la cara—. Siempre puedes ponerte las zapatillas.

Negó con la cabeza sin dejar de masajearse la planta del pie.

—Como se entere Emily es capaz de coger un vuelo y obligarme a ponérmelos. —Se levantó y sacó el pijama de la maleta—. Voy a cambiarme.

Dejé que ella utilizase el baño primero y yo empecé a cambiarme también cuando cerró la puerta. La situación se me hacía la hostia de contradictoria, porque por un lado quería entrar con ella y pegarla contra el lavabo pero, por el otro, tampoco quería forzar nada. Miré de reojo mi maleta mientras me ponía la camiseta del pijama y solté el aire por la nariz. Cada día nos acercábamos más... Pero quizá todavía era pronto. A lo mejor me había precipitado... Volví a cerrarla y me metí en la cama justo cuando ella salía del baño.

—Dios, estoy muerta.

Se dejó caer en la suya y nos miramos. Joder, estábamos tan cerca... Solo quería alargar el brazo y tocarla, nada más. Pero ella bostezó y rompió el contacto visual. Sonreí y me dije que había sido un día muy largo.

—Vamos a dormir, anda.

Asintió con los ojos cerrados. Apagué la luz y la imité. Pero las ganas me picaban en las yemas de los dedos y las palabras buscaban la forma de escaparse. Finalmente la encontraron.

—Maia —la llamé a los pocos minutos. El sonido que emitió fue tan débil que pensé que lo había soltado en sueños. Y, sin embargo, me atreví a decírselo—. Que conste que esta noche me he controlado porque llevabas pintalabios.

Silencio. Empecé a pensar que, efectivamente, se había dormido. Hasta que escuché cómo se movía entre las sábanas. Abrí los ojos y giré el rostro. Logré distinguir su figura, aunque me pilló por sorpresa cuando se inclinó hacia mí para besarme. Solo fueron unos segundos... Pero más que suficientes para acelerarme las pulsaciones. Solté un suspiro antes de que volviera a tumbarse en su cama.

—Buenas noches, Liam.

Sonreí.

—Buenas noches, Maia.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora