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MAIA
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El apartamento de Liam era pequeño pero espacioso. Aunque pudiera sonar incoherente, no sabría explicarlo de otra forma. Quizá se debía a que, a pesar de contar con pocos metros cuadrados, una de las dos paredes que formaban la estancia principal estaba ocupada por ventanas que prácticamente llegaban al techo, lo cual le daba un aspecto mucho más amplio. En la otra pared, adornada por un estampado de ladrillos, se encontraban los muebles de la cocina, separados de la sala de estar por una isla. Eché un vistazo rápido. Una televisión delante de las ventanas, dos sofás en forma de L, una mesita baja en medio y dos estanterías repletas de libros al lado de la entrada.
La pared de mi derecha tenía tres puertas. Ni siquiera tuve tiempo de preguntarme que habría detrás de cada una, porque Liam se colocó a mi izquierda, soltó la maleta y me tranquilizó sin él saberlo.
—Tengo dos habitaciones.
Suspiré. Por un momento agradecí que mis ojos fuesen capaces de expresar mis dudas. Quizá debería haberme preocupado de que Liam me hubiera leído la mente tan fácilmente, pero la sensación de alivio fue mayor que la de inquietud. Hasta entonces no había pensado en las posibilidades que existían si aceptaba quedarme en su casa... Sin duda, tener una habitación para mí sola era la mejor de todas.
—Esa puerta de ahí es el baño —prosiguió, señalando la que estaba más a nuestra derecha—. Puedes darte una ducha si quieres.
A pesar de lo bien que me habría venido en esos momentos, decidí declinar su oferta. Por mucho que me hubiera dejado quedarme en su casa, aún había una vocecita que me pedía ir con cuidado.
—No, gracias. No hace falta.
Observé de reojo cómo Liam volvía el rostro hacia la izquierda y yo, más por impulso que por otra cosa, hice lo mismo
Mis ojos recorrieron la cocina hasta toparse con el frigorífico, que se encontraba en la esquina derecha, prácticamente pegado a la pared. Mi estómago rugió una vez más, delatándome.
—Creo que lo de comer te apetece más.
Me avergoncé al instante. Que él lo hubiera escuchado aun con el insistente ruido de la tormenta hizo que volviera a encogerme. Me sentí tan tonta que fui incapaz de responder. No obstante, Liam me obligó a reaccionar.
—Deja el abrigo aquí.
Lo seguí con la mirada mientras colgaba el suyo en un perchero que había cerca de la entrada. Se sacudió un poco el pelo con la mano antes de girarse hacia mí. Volvió a insistir, esa vez levantando las cejas, y yo le hice caso. Me desabroché el enorme abrigo que un día había sido de mi hermano. El paraguas había evitado que se mojara demasiado, pero pesaba igualmente. Supongo que hasta él se dio cuenta de la carga que me quitaba de encima cuando por fin me desprendí de él.
—¿Mejor?
Levanté la cabeza y asentí cohibida. Sin la prenda, me sentí tremendamente más pequeña. Ya me había fijado en que Liam era mucho más alto que yo, pero, en su casa, uno enfrente del otro, sin ropa de abrigo de por medio, la diferencia se me hizo inmensa.
Él, sin embargo, no pareció darle ninguna importancia y recuperó el tema de la comida.
—Vamos a ver qué podemos cenar.
No me pasó desapercibido su uso del plural, la forma tan directa en la que lo que había dicho, como si compartir la cena con una completa desconocida fuera lo más normal del mundo para Liam. A lo mejor se dedicaba a eso, dar cobijo a chicas que no tuvieran donde pasar la noche. Pero ¿por qué lo hacía?, ¿era alguna especie de meta personal que él mismo se había propuesto para ser mejor persona?
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Alas para volar ✔
RomanceMaia lo ha perdido todo. Perdió a sus padres hace cinco años y, ahora, su hermano mayor ha tenido que dejar el piso que compartía con ella para marcharse a trabajar al extranjero. Por si eso fuera poco, acaban de despedirla y, en un arrebato, decide...