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MAIA
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Llevaba un buen rato despierta, pero no quería salir de la cama. Estaba boca arriba, con los ojos puestos en el techo y las manos jugueteando con un hilillo suelto de la colcha. Si por mí hubiera sido, me habría quedado todo el día allí metida, encerrada en mi cuarto, tal y como hacía cuando mis padres discutían.
Pero ya no era una niña, ni tampoco habían sido mis padres los que se habían peleado.
Solté un suspiro y aparté las sábanas para levantarme. Me puse las zapatillas que había recuperado hacía una semana y cogí la sudadera que utilizaba por encima del pijama para estar por casa. Me sorprendí al ver que ya eran casi las once; había estado más de una hora tumbada sin poder dormirme. Y sin salir de la habitación. Pero empezaba a hacerme pis y tampoco quería que Liam pensara que me había pasado algo.
Liam.
Fui incapaz de no recordar el portazo que había escuchado poco después de irme a la cama. Me imaginé que había sido Jessica, claro, aunque tampoco podía estar segura. A lo mejor Liam se había marchado con ella.
El salón se encontraba vacío y la puerta de su cuarto, cerrada. Tampoco oía nada, por lo que supuse que no estaba en casa. Fui hacia el baño pero un ruido a mis espaldas me sorprendió. Me giré rápidamente para ver cómo se abría la puerta.
Liam salió de su cuarto, al principio sin reparar en mi presencia porque estaba mirando su teléfono, pero acabó levantando la cabeza.
No sabría decir quién de los dos se sorprendió más.
Bueno, qué narices: yo.
Porque ¿quién sale de su habitación sin camiseta?
Probablemente me puse roja. Como un tomate. Como un tomate muy maduro. Aunque él tampoco se quedó atrás. Intenté no mirar más allá de su rostro, pero me di cuenta por el rabillo del ojo de cómo subía un poco la mano en la que llevaba la ropa para taparse el abdomen.
—Perdona, pensaba que seguirías en la cama.
Acababa de pedirme perdón por aparecer semidesnudo y yo no sabía ni qué decir. Creo que hasta se me olvidó para qué había salido de la habitación, porque enseguida me aparté del baño.
—Acabo de levantarme... —Y añadí como pude, señalando la puerta—: ¿Ibas a entrar?
Se guardó el móvil en el bolsillo del pantalón de chándal y asintió.
—Puedo esperar.
—No, no, tranquilo. Tú primero.
Enarcó una ceja. No parecía tenerlas todas consigo, pero él también debía de sentirse incómodo, así que acabó aceptando.
—Está... bien.
Pasó tan cerca de mí que me alejé aún más de la puerta. Aparté la mirada de su espalda y solté el aire cuando se encerró en el lavabo.
Tardé unos segundos en tranquilizarme. Tampoco tenía motivos para ponerse así. No había pasado nada del otro mundo... Y, sin embargo, los nervios volvieron a atacarme minutos después, cuando la puerta se abrió de nuevo.
Estaba en la cocina y había conseguido prepararme el desayuno sin pensar demasiado en lo que acababa de ver, pero Liam salió del baño con el pelo húmedo y mis hormonas dieron un salto.
Pero ¿qué demonios?
—El baño es todo tuyo. —Me sonrió antes de meterse en su cuarto y yo salí pitando hacia allí
Pensaba que aliviando mi vejiga aliviaría el cosquilleo que se había instalado en mi estómago, pero no, nada de eso... Así que fui a por mis huevos revueltos para comprobar si lo que me ocurría no era más que hambre.
Me senté en uno de los taburetes y desayuné en silencio, echando algún que otro vistazo al móvil de vez en cuando. Respondí a los mensajes de mi hermano y me terminé el café en lo que leía los titulares de aquella mañana. Me sorprendí a mí misma ojeando un periódico deportivo justo cuando la puerta de su habitación volvía a abrirse. Bloqueé el teléfono y me levanté prácticamente de un salto.
—¿Ya has desayunado?
Asentí de espaldas a él.
—He hecho también para ti —comenté, intentando sonar lo más despreocupada posible. No, al parecer el cosquilleo tampoco era por hambre.
—Gracias, Maia.
Reuní el valor que me hacía falta para girarme y mirarlo a los ojos. Se había vestido con ropa de calle. Un domingo a las once y media de la mañana. No entendía muy bien por qué, pero sus razones tendría. Seguramente había quedado con Jessica para arreglar lo que fuera que les había pasado la noche anterior. Cosa que, sin duda, no era de mi incumbencia.
—De todas formas —añadió—, no creo que me los vaya a comer. He quedado ahora con los chicos para tomar unas cervezas antes de comer. Iba a preguntarte si te apetece venir.
Tragué saliva. Me estaba invitando a pasar el rato con sus amigos... Y yo hacía siglos que no quedaba con «mis amigos». En realidad, ¿lo había hecho alguna vez? Desde luego, no en los últimos cinco años. Y, sin embargo, me lo estaba planteando. Porque Mike y Jack me habían caído realmente bien. Eran buenos tipos y se preocupaban por mí. Además, no me pareció mala idea salir de casa y... despejarme.
—Claro, me encantaría. Pero... ¿Me da tiempo a darme una ducha?
Comprobó la hora en su teléfono.
—Sí, tranquila. Yo guardo esto mientras tanto.
Se lo agradecí y fui en busca de qué ponerme. Nada del otro mundo, pantalones vaqueros y una sudadera. Le escribí a mi hermano para decirle que iba a salir a tomar algo con Liam y nuestros compañeros de trabajo y dejé el móvil sobre la cama antes de meterme en el baño.
Al salir, ya vestida y con el pelo más o menos seco, vi lo que me había respondido:
Me alegro mucho de que hagas planes, enana. Pásalo muy bien.
Sonreí como una tonta. Adoraba a mi hermano, y lo echaba tanto de menos... Pero no era momento de ponerse nostálgica. Guardé el teléfono, la cartera y las llaves en la mochilita que siempre llevaba conmigo cuando iba a dar una vuelta, y salí de la habitación. Liam estaba inclinado sobre la isla, tecleando algo en su móvil y con los antebrazos apoyados en la piedra. Él también se había puesto una sudadera, solo que la suya era blanca y la mía, negra. Aquel contraste me hizo pensar en lo distintos que éramos a simple vista: él, tan abierto y risueño, y yo, tan hermética y precavida. Y digo «a simple vista» porque, en realidad, Liam y yo nos parecíamos mucho.
Levantó la cabeza y sonrió al verme.
—¿Nos vamos?
Liam escondía muchas cosas tras esa sonrisa.
Él estaba casi más perdido que yo.
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Alas para volar ✔
Storie d'amoreMaia lo ha perdido todo. Perdió a sus padres hace cinco años y, ahora, su hermano mayor ha tenido que dejar el piso que compartía con ella para marcharse a trabajar al extranjero. Por si eso fuera poco, acaban de despedirla y, en un arrebato, decide...