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LIAM

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Tenía los ojos cerrados y mi mano le acariciaba la espalda. Podría haberme quedado allí eternamente, con su cabeza apoyada en mi pecho, sus dedos trazando líneas imaginarias sobre mi piel y su respiración como única banda sonora. Abrí los ojos cuando noté que movía la cabeza para mirarme.

—¿Te está gustando? —Alcé las cejas—. El viaje, quiero decir.

Se me escapó una sonrisa y le pellizqué el costado.

—Buen momento para preguntarlo...

Recuperó la postura y soltó un suspiro que me hizo cosquillas. Subí la mano hasta su pelo y dejé que mis dedos se perdieran entre los mechones.

—¿Está siendo lo que esperabas? —volvió a interesarse en un susurro. Yo ignoré las connotaciones que podían tener aquellas palabras y me centré únicamente en lo que había ocurrido fuera de esa habitación.

—Está siendo interesante —admití, recordando las conversaciones que había tenido durante las dos noches de festival. Cogí aire y me atreví a decirlo en voz alta—: Pero sigo sin saber si es lo que quiero.

Maia dejó de mover los dedos y sentí que la había cagado. Volvió a mirarme y no tardé ni un segundo en aclararlo.

—Trabajar en esto. Vivir del cine.

Pude ver el alivio en sus ojos y me tranquilicé. Ella sonrió tímida.

—Es lo que te gustaría hacer, ¿no?

Lo pensé un poco.

—Sí... Al fin y al cabo, es lo que he estudiado, imagino que es a lo que debería aspirar.

—¿Por qué?

Sí, buena pregunta. ¿Por qué?

—Porque entonces no me habría servido de nada.

Mi respuesta pareció convencerle. Sin embargo, era a mí al que tenía que convencer. Y eso seguía sin suceder.

—Aunque no sé si merecería la pena... —Suspiré mientras ella se acomodaba de nuevo en mi pecho—. Es un mundo complicado.

—¿Y no lo son todos?

Sonreí sin poder evitarlo.

—Supongo que sí... Pero tampoco es algo que me quite el sueño. —Y aquello, pese a haber tardado años en descubrirlo, sí que iba en serio—. Ahora mismo estoy bien como estoy.

«Contigo entre mis brazos», pensé, aunque no lo dije en voz alta. El silencio nos envolvió durante unos minutos, hasta que Maia volvió a sorprenderme con otra pregunta.

—¿Sabes qué es lo que me gustaría hacer a mí?

Abrí los ojos. Nunca habíamos hablado del tema, de nuestros sueños, pero, a partir de aquella noche, me resultaría difícil ignorarlo.

—Sorpréndeme.

Noté que se encogía antes de contestar.

—Me encantaría montar una librería.

Tenía sentido. Le apasionaba leer, y lo cierto era que sonaba bien; Maia llevando su propia librería, aconsejando a los clientes, colocando las estanterías. Disfrutando, en definitiva. Y aquello era lo más importante cuando se trataba de un sueño.

—Las libros siempre han sido como un refugio para mí —prosiguió—. Me gustaría transmitir eso.

Una sonrisa tiró de mi boca.

—Sería la mejor librería de todo Londres.

Soltó una risita y las palabras fueron sustituidas por caricias. Pero yo no podía dejar de darle vueltas. Darle vueltas a lo claro que lo tenía ella, a lo poco que le había costado ponerle voz a su sueño, su verdadera pasión. Porque yo seguía dudando. ¿Y si aquel viaje no me ayudaba a decidirme? ¿Y si mi destino era trabajar en el bar y nada más? ¿Y si ese no era mi sitio? Cerré los ojos e intenté imaginarme a mí mismo en unos años. No me vi dirigiendo una película. No me vi preparando un guion... Mierda, ¿y si me había equivocado por completo? El ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra; a lo mejor yo hasta me había encariñado con ella...

Porque la imagen que había visto tenía todo el sentido del mundo.

Porque solo había una cosa que me gustase más que el cine...

Pero Maia ya se había dormido. Y yo lo hice poco después, pensando...

«¿Por qué no?»

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora