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MAIA

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La hoja del calendario estaba a punto de desaparecer. Agosto estaba a punto de llegar a su fin...

Yo estaba a punto de marcharme.

Sentía un dolor en el pecho que iba más allá de lo puramente corporal, pero sabía a qué se debía y, por supuesto, sabía que me acompañaría durante todo el vuelo.

Era sábado, por lo que Oliver había podido volver a Londres para ayudarme con el equipaje y, sobre todo, para que no hiciera aquel viaje sola. No me creía capaz, así que se lo agradecí enormemente. Al no tener gran cosa, tampoco tardamos mucho en guardarlo todo... No, no nos llevó mucho tiempo, pero la procesión, desde luego, iba por dentro. Mi hermano, la persona que probablemente mejor me conocía, me miraba de vez en cuando mientras empaquetábamos mis pertenencias, y yo, a sabiendas que me rompería si lo hacía, evité el contacto visual a toda costa. En mi mente únicamente se repetían cinco palabras, «tienes que dar el paso», y no pensaba dejar que ningún otro pensamiento se inmiscuyese. De hacerlo... De haberlo hecho, me habría perdido tantas cosas...

No había vuelta atrás.

Cerré la última maleta con el corazón en un puño, intentando como nunca había intentado nada no ponerme a llorar. Eché un vistazo alrededor y torcí la boca al sentir de nuevo ese pinchazo. Lo sabía. Sabía que solo quedaba una cosa que me unía a aquel piso. Y sabía que, por desgracia, no cabía en ninguna maleta.

Salí de la que había sido mi habitación. Otro pinchazo, esa vez en el costado izquierdo, muy cerca de cierto órgano que había dejado de pertenecerme hacía mucho tiempo. Observé el salón, la cocina. Supongo que aún no había sufrido bastante, porque quise entrar al cuarto de Liam; no conseguí estar más de cinco segundos, pero suficientes para que aquello doliera un poquito más. Cerré la puerta del apartamento con los ojos cerrados. No quería verlo. No podía decirle adiós directamente. No quería.

Esbocé una sonrisa triste al darme cuenta de que, casi medio año después, el ascensor seguía estropeado... Por supuesto, hasta eso iba a echar de menos. Bajé las escaleras, crucé el portal, llegué a la calle.

Se me nubló la vista.

Oliver estaba guardando las bolsas en el maletero del taxi con ayuda del conductor. Emily, Jack, Megan y Mike se encontraban a unos pocos metros de distancia. Liam... Liam no estaba haciendo nada del otro del mundo; de hecho, podría haber pasado desapercibido al estar detrás de Mike. Pero para mí nunca pasó desapercibido. Siempre lo veía a él antes que al resto, y aquella mañana no iba a ser distinto.

Aunque nunca había tenido tantas de llorar al mirarlo.

Me acerqué despacio, primero al taxista para guardar la última maleta, después a ellos, a mis amigos, a mi salvavidas. Me sonrió. Me mató por dentro.

—¿Lista para el viaje, cariño?

Emily era un jodido sol. En mi vida me había topado con una amiga tan buena, leal, atenta y comprensiva. Asentí una sola vez con la cabeza; si lo decía en voz alta, se darían cuenta de que mentía. Me giré al escuchar a mi hermano.

—¿Puede darnos unos minutos?

El conductor del taxi se metió en el vehículo. Probablemente ya hubiese puesto en marcha el taxímetro, pero en esos momentos me importaba más bien poco. Unos minutos. Eso era lo que me quedaba allí, rodeada de la gente que tanto me había dado apenas sin pretenderlo.

Oliver se puso a mi izquierda y me rodeó con los brazos. Cerré los ojos un segundo e inspiré. Aquel olor... Los abrí. Liam se encontraba justo delante de mí, y me di cuenta enseguida de que los dos desprendían el mismo aroma.

Los dos olían a hogar.

—¿Cuándo salía el avión? —preguntó Jack.

—A las dos —respondió mi hermano por mí.

Silencio.

Aproveché para acordarme de Harvey. Me había despedido de él la noche anterior, pero había dejado que los chicos lo hicieran esa mañana. Abrirían el bar más tarde y... empezarían a buscar una nueva camarera... Dejé de pensar en aquello cuando Emily dio un paso hacia mí.

—Anda, ven aquí.

Nos abrazamos. Solté un par de lágrimas. Empecé a llorar sin demasiado control cuando me soltó y entonces fue el turno de Mike. Y de Megan. Y de Jack. Intenté limpiarme la cara sin mucho éxito. Sorbí por la nariz unas cuantas veces y me coloqué el pelo otras tantas. Aquel era un momento decisivo y estaba muy nerviosa. Suerte que ellos siempre intentasen animar.

—Escríbenos, ¿vale?

—Por Dios, Em, ¿en qué siglo estamos? Mejor que nos llame.

Sonreí sin poder evitarlo ante la broma de Mike y ella le dio un codazo. Cómo iba a echarlos de menos...

Temblé al notar su calor un poco más cerca. Levanté la vista. Nos miramos un segundo. Me envolvió entre sus brazos y se me partió el alma. Lo abracé con tanta fuerza que hasta yo me sorprendí. No había palabras suficientes para decirle todo lo que tenía que decir. Así que opté por el silencio, y él me imitó. Ay, el silencio; capaz de hablar y de ir más allá que consonantes y vocales unidas al azar. El silencio fue lo que nos acompañó durante aquel abrazo. Dejé de escuchar el tráfico, dejé de escuchar absolutamente todo lo que nos rodeaba, salvo su corazón. Eso sí que lo oí... Alto y claro, acompañando al mío, tal y como había hecho durante esos meses. El corazón de Liam, recordándome por qué había sido capaz de robarme el mío. El corazón de Liam, galopando en su pecho y pidiéndomelo. Pidiéndome que lo hiciera.

Me separé un poco. Las lágrimas me impedían ver con claridad, pero lo vi. Vi su rostro, sus ojos, su pelo desordenado, sus pestañas, sus cejas, su mandíbula. Su sonrisa. Esa con la que siempre soñaría. Esa que nunca olvidaría.

Porque, tras aquel silencio, Liam habló. Liam me lo pidió:

—Vuela alto, Maia.

• • •

Me había enamorado de Liam.

Lo había hecho poco a poco, día a día, con cada gesto de apoyo, cada sonrisa, cada momento, cada beso, cada caricia. Me había enamorado de él sin querer. Así había sido. Inevitable. Una reacción en cadena imposible de parar. Como la estela que dejan los aviones a su paso. El aroma de la comida recién hecha. El bostezo que te provoca otra persona y no puedes esquivar. Había sido algo tan fácil, tan natural, que me era imposible encontrar un único motivo que lo explicase. Tampoco sabía cuándo había pasado, cuál había sido el verdadero detonante, pero no quería saberlo. Simplemente, había sucedido. Y a veces dejar que algo ocurra puede ser lo más bonito del mundo. Lo que nos salve. Lo que nos dé alas para volar.

Mi vida a partir de ese momento sería algo completamente nuevo. Algo a lo que nunca me había enfrentado antes. Aunque también lo había sido enamorarme. Y lo había hecho.

No sabía qué me depararía el futuro. No sabía si, algún día, volvería allí. Si volvería a verlo. La única certeza que tenía era que todo se lo debía a él. Que en esos meses me había devuelto las ganas de ser. Me había dado el valor suficiente para lanzarme a lo desconocido. Liam me había curado y aquello era algo por lo que le estaría agradecida el resto de mi vida, volviésemos o no a encontrarnos.

La última mañana de agosto, me grabé a fuego su consejo.

Volé alto.

Y deseé con todo mi corazón que él también lo hiciera.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora