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LIAM
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«Se cumple un año de la muerte de Tim Bergling, más conocido como Avicii, uno de los DJs más influyentes de esta época. La familia ha presentado una fundación a su nombre para luchar contra las enfermedades mentales y la prevención del suicidio. Para conseguir fondos, preparan un álbum póstumo que saldrá al mercado el...»
—Liam, te necesito en la barra.
Harvey silenció el televisor y me obligó a mirarlo.
—Marchando.
Volví a la parte delantera del bar con un regusto amargo en el cuerpo. Me había escapado un minuto, lo justo para prestar atención a la noticia, y ya me había afectado. Cómo tiene que estar tu mente para decidir acabar con tu vida a los veintiocho años... Solo dos más que yo. Pensaba en ello y se me revolvía el estómago.
La música siempre había sido otro refugio para mí, uno de los grandes, sobre todo en la adolescencia, cuando el final era inminente y mis padres firmaron los papeles del divorcio. Sin embargo, nunca me había interesado demasiado por la electrónica. Hasta que descubrí a Avicii y aquello cambió. Durante años sus canciones me acompañaron, y a pesar de no exteriorizarlo, cada jodida letra se me clavaba en lo más hondo. Supongo que todos tenemos un artista, un grupo, una banda, lo que sea, que significa más que cualquier otro. Por mucho que disfrutes el resto, por mucho que te encanten cien más, siempre habrá uno que te toque donde los demás no llegan. Para mí, ese había sido Tim. Y, cuando me enteré de su muerte, lo sentí como si alguien de mi alrededor también se hubiera ido.
Un año después, mis amigos seguían sin entender cómo podía afectarme tanto.
Llegué a la barra y me coloqué entre Megan y Maia para ayudarlas con las copas. Aquella noche estábamos a tope y todas las manos eran pocas, de ahí que hasta Harvey se hubiera quedado. Mike y Jack se encargaban de recoger las mesas, las chicas preparaban los combinados y yo intentaba amoldarme a ambas tareas. Desde fuera, parecía una noche de sábado más, una en la que ya empezaba a notarse el ambiente templado de la primavera y en la que la gente había salido con más ganas, pero una noche más, al fin y al cabo.
Sin embargo, Maia no estaba como siempre.
La observaba de reojo cada vez que podía, aunque la imagen que me devolvía no cambiaba. Estaba seria, apenas había dicho una palabra desde que había empezado el turno de noche, e incluso me habría atrevido a decir que se la veía triste. Inevitablemente, me recordó a aquella Maia que golpeó mi coche con una patada. Aquella que no pudo evitar llorar delante de un extraño, que aceptó mi mano cuando peor lo debía de estar pasando.
No tenía ni jodida idea de por qué volvía a estar así, pero me entraron unas ganas irremediables de abrazarla.
—Échame una mano con esto, tronco.
La voz de Jack me devolvió al presente y le ayudé a colocar los vasos en la bandeja. Maia pasó por mi lado mientras lo hacía y mis ojos me traicionaron.
—Eh, tío. —Me giré de nuevo hacia él—. ¿Podemos hablar?
Me pilló tan por sorpresa que no dije nada. Él bufó y me indicó con la mano que le esperase allí. Se alejó para servir una de las mesas del fondo y, cuando regresó a la barra, señaló la trastienda con la cabeza. Seguía sin entender nada, pero lo seguí. Una vez allí, cerró la puerta y soltó la pregunta a bocajarro.
—¿Qué pasa con Maia?
Qué pasaba con Maia. Cuatro palabras. Ni una más. Aunque tampoco hizo falta.
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Alas para volar ✔
RomanceMaia lo ha perdido todo. Perdió a sus padres hace cinco años y, ahora, su hermano mayor ha tenido que dejar el piso que compartía con ella para marcharse a trabajar al extranjero. Por si eso fuera poco, acaban de despedirla y, en un arrebato, decide...