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LIAM

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La vida es la hostia de imprevisible, y sí, sin duda, aquel marzo fue el mes de abrir los ojos.

Había sido un mes difícil, a ratos jodido y traicionero, que me había dejado un sabor jodidamente amargo en la boca...

Jessica me había dejado.

Según ella, lo había hecho porque necesitaba un tiempo. Un tiempo que la ayudase a encontrar las ganas que decía ya no sentir, la ilusión por aquella relación que tanto ella como yo sabíamos, en el fondo, que tarde o temprano tendría fecha de caducidad. Lo sabíamos cuando empezamos y lo supimos aquella tarde, cuando se presentó en el bar con las palabras escritas en el rostro:

«Creo que esto no va a ninguna parte.»

«Es lo mejor para los dos, Liam.»

«Ahora debo centrarme en el trabajo.»

«No quiero ser un lastre para ti.»

Y mis favoritas:

«Porque está claro que lo soy.»

No solo había bordado a la jodida perfección el papel de víctima, sino que, además, me había dejado ella. Joder. Seguía sin dar crédito días después.

Dejando a un lado que sus razones (excusas, si hubiera tenido que escoger yo el término) me sonaban más bien pobres, lo que me pareció aún más alucinante fue la seguridad con la que las había soltado. En serio, fue la hostia de directa, como si se las hubiera aprendido de memoria, como si las hubiera practicado la noche anterior, o la semana anterior. O puede que incluso llevase meses planificándolo.

El caso fue que me dejó. Tampoco pude negarme porque ni siquiera me dio la oportunidad. Sí, esas fueron otras de mis palabras preferidas:

«No me pidas que recapacite porque ya he tomado la decisión.»

«Esto no nos hace bien a ninguno de los dos.»

«Esto»... No había dejado de referirse a nuestra relación con esa jodida palabra, y yo no podía sacármela de la cabeza. ¿Qué coño era «esto»? ¿Qué narices había querido decir? ¿Tan difícil le resultaba hablar de lo que habíamos compartido durante más de un año?...

¿Tantas ganas tenía de olvidarme?

Fuera como fuese, habíamos roto. Jessica y yo ya no estábamos juntos. Quizá no había sabido ver las señales, pero se había acabado. Lo que desconocía era en qué punto nos dejaba aquello, porque, antes de empezar a salir, habíamos sido amigos durante mucho tiempo. Y ella tampoco me lo aclaró antes de marcharse del bar. Si quería mantener la relación, podría haberlo dicho. Así que me dejó con la duda. Ya que "necesitaba" un tiempo, decidí dárselo, y no intenté dar con ella los días siguientes. Dejé que la situación se calmara, que ella pensase en el futuro, tanto el suyo como el mío, aunque ya no fuesen en el mismo camino, y simplemente pasamos a ignorarnos mutuamente. Amigos o no, aquella definición sin duda no casaba con la que yo conocía de esa palabra.

Pero marzo llegaba a su fin, y con él mi única relación seria que había tenido.

Lo cierto era que no sabía qué me depararía abril, sobre todo, después de la hostia que me había llevado ese mes, aunque preferí no esperarme nada. Porque la vida es eso que pasa mientras estás esperando, ¿no? No sé, Emily solía soltar muchas de esas cosas que los chicos y yo pasábamos por alto, pero, joder, aquel mes me daría cuenta de la razón que tenía.

Porque abril sí que iba a darme un buen golpe...

Uno que duraría años. 

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora