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MAIA
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A la mañana siguiente me desperté como un niño en el día de Navidad. Tenía tantas ganas de ver la ciudad que casi tuve que sacar a Liam de la cama. Pero es que estaba eufórica, como si hubiera dormido doce horas seguidas, a pesar de no haber sido más de siete, y no quería desaprovechar ni un solo minuto. Nos vestimos y bajamos a desayunar al hotel. Liam le pidió algo de información a la chica de recepción sobre el itinerario que podíamos hacer ese día. No queríamos machacarnos demasiado, teniendo en cuenta que aún teníamos hasta el sábado, así que nos propuso tres rutas distintas para poder disfrutar de la ciudad lo máximo posible. Esa mañana visitaríamos Montmartre y, desde allí, cogeríamos un autobús que nos enseñase un poco más la zona. Todo sonaba tan bien y me hacía tanta ilusión que creo que lo esperé en la entrada del hotel dando saltitos. Cómo no, se sorprendió al verme.
—¿De dónde sacas tanta energía a las nueve de la mañana?
Sonreí como una cría.
—Creo que me han echado algo en el café.
Liam soltó una carcajada que se me contagió a los pocos segundos. O el viaje me había afectado o estaba más guapo. No lo sé. Solo quería abrazarlo, besarlo, decirle mil veces lo mucho que me alteraban sus sonrisas. Pero me estaba conteniendo. Tampoco era plan de lanzarme a sus brazos allí mismo, en medio de la calle... Aunque ganas no me faltaban. Él se estaba mostrando tan... adulto. Sí, un piropo un poco tonto, pero la noche anterior lo había visto tan atractivo, con el traje, hablando con otra gente, tan serio, tan diplomático... No recuerdo cuántas copas me bebí, solo sé que intentaba tener una en la mano en todo momento para evitar la tentación de llevarla hasta su cuello y pegarlo a mí.
Fuimos andando hacia el Arco de Triunfo y, una vez allí, después de hacer varias fotos y visitarlo por dentro, cogimos el metro. Durante el trayecto Liam intentó enseñarme algunas palabras básicas, aunque yo estaba más interesada en otra cosa.
—¿Me estás escuchando?
—Sí —mentí, apartando la vista de su mandíbula—. Te has quedado en cómo dar los buenos días.
Frunció el ceño.
—Eso te lo he explicado hace cinco minutos.
Pestañeé.
—Bueno, pero hace cinco minutos te estaba escuchando.
Entrecerró los ojos y se inclinó un poco hacia mí. Tenía una mano agarrada a una de las barandillas que salían del techo, mientras que yo me sujetaba con las dos en la que teníamos al lado. Tragué saliva al ver lo cerca que se había quedado.
—¿Y dónde tienes la cabeza ahora?
—Esta es nuestra parada, ¿no?
Mi cambio de tema le hizo sonreír.
Nos bajamos del vagón y respiré profundamente. La imagen que teníamos delante de nosotros era increíble; la basílica del Sacré Cœur despuntando en el horizonte. Era simplemente majestuosa, e incluso tardé unos segundos en seguirle el ritmo a Liam porque me había quedado embobada. Me coloqué a su lado y empezó a hablar del pedazo de monumento hacia el que nos dirigíamos.
Un rato después bajamos hasta Moulin Rouge. Comimos en uno de los muchos restaurantes de la zona y, ya saciados, salimos a dar un paseo. Hacía un día impresionante, con apenas nubes y el sol brillando en lo más alto. Me dediqué a observar una bandada de pájaros en lo que Liam pedía unas indicaciones al dueño de un quiosco.
—C'est bien, merci beaucoup.
Bajé la cabeza cuando volvió conmigo.
—¿Por qué hablas tan bien? —le pregunté sin pararme a pensarlo demasiado. Él se rio.
—Anda, poco francés has escuchado tú...
—Anoche no entendí ni una sola palabra. —Enarcó una ceja—. En serio, menos mal que la película tenía subtítulos... A ti más o menos te entiendo.
Me regaló una sonrisa mientras se guardaba la guía en el bolsillo de la cazadora.
—Eso es porque no tengo el acento que tienen ellos. —Reanudamos la marcha; él, con la vista en el frente; yo, sin dejar de mirarlo a él—. Básicamente me entiendes porque lo hablo mal.
—Yo creo que son ellos los que lo hablan mal...
De nuevo, otra carcajada. Y me sonrojé. Porque cómo me gustaba hacerle reír.
—Me parece que no te caen muy bien los franceses.
Y, sin venir a cuento, me pasó el brazo por los hombros. Así, de repente. Y seguimos andando el uno pegado al otro, contemplando los edificios que nos rodeaban, sin ser del todo conscientes que, con cada paso que dábamos, más nos acercábamos...
Y ya no solo físicamente.
• • •
Por la tarde visitamos la Plaza de la Concordia y nos acercamos hasta la Ópera Garnier. Por desgracia, no pudimos verla por dentro porque se nos había hecho tarde; teníamos que pasar por el hotel para cambiarnos antes de volver al cine.
Esa noche elegí un vestido que me llegaba por la rodilla, sobre todo para poder ponerme unos tacones más bajos. Mis pies me lo agradecerían, seguro. Me maquillé un poco y, antes de aplicarme el pintalabios, decidí que aquella noche no me hacía falta. Lo volví a guardar y sonreí mientras recordaba las palabras de Liam y el suave roce de su boca. Creo que aún lo pensaba cuando salí del baño y lo vi poniéndose la americana. Nuestras miradas se cruzaron y supe que se había dado cuenta cuando la bajó hasta mis labios.
—Ya estoy —dije, más para calmar los nervios que por otra cosa. Porque me había recorrido de arriba abajo con los ojos y sentía que me derretía.
Él no dijo nada. Solo asintió, terminó de prepararse y salimos de la habitación en silencio.
Volvimos a encontrarnos con Charlie en cuanto pusimos un pie en el cine. Liam parecía más calmado que la noche anterior, aunque no podía dejar de darle vueltas a lo callado que estaba. Había hablado con algunos de los invitados, sí, pero apenas había compartido una o dos palabras conmigo. Lo notaba distante, y aquello no me gustaba.
Cuando terminó la película que proyectaban aquella noche, sentí que no podía aguantar más. Ya estábamos fuera, a punto de marcharnos hacia el hotel, así que esperé a que Charlie se despidiese de nosotros para soltarlo.
—Liam, ¿va todo bien?
Lo miré de reojo mientras caminábamos. Tenía las manos en los bolsillos y la mirada perdida en algún punto de la calle. Pasados unos segundos, se detuvo. Yo lo imité. Sentí un escalofrío cuando sus ojos se posaron en los míos, tan oscuros, tan llenos de todo... Apretó la mandíbula y juro que pude ver el instante exacto en el que se decidía. Porque lo hizo. Acortó la distancia que nos separaba, me sujetó el rostro con las manos y juntó sus labios con los míos. Brusco, sin ningún tipo de miramiento. Fue tan inesperado que me costó reaccionar. Pero lo hice. Abrí la boca y lo besé con las mismas ganas. O al menos lo intenté... Pero Liam llevó la iniciativa en todo momento. Su lengua encontró la mía y gemí. La cabeza me daba vueltas pero no me importaba. Quería más, más, más...
Se separó un poco para hablar.
—No te haces una idea de lo que me provocas, Maia. —Todo mi cuerpo tembló—. Y verte así... Joder, me está costando mucho controlarme.
Tragué saliva a pesar de notar la garganta más seca que nunca. El corazón me iba a mil por hora y no tenía ni idea de qué decir... Así que no dije nada. Volví a besarlo, intentando transmitirle lo mismo.
Porque él sí que no era consciente de cómo me tenía.
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Alas para volar ✔
RomanceMaia lo ha perdido todo. Perdió a sus padres hace cinco años y, ahora, su hermano mayor ha tenido que dejar el piso que compartía con ella para marcharse a trabajar al extranjero. Por si eso fuera poco, acaban de despedirla y, en un arrebato, decide...