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MAIA

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—Verdad.

Mike alzó la voz para quejarse.

—¡Venga ya, todos estáis escogiendo verdad! Sois unos aguafiestas...

Se levantó del sofá y fue directo a la cocina para coger otro botellín.

—Sírvete tú mismo, colega, como si estuvieras en tu casa —le dijo Liam con ironía antes de guiñarme un ojo.

Solté un suspiro...

¿En qué momento mi vida había cambiado tanto?

Si unos meses antes alguien me hubiera dicho que iba a estar bebiendo cerveza con mis amigos un viernes por la noche, no me lo habría creído. ¿Yo, que me encerraba todos los días en mi habitación, que apenas conservaba amistades y que, ya puestos, apenas bebía alcohol? Pero allí estaba, con unos cuantos botellines vacíos delante de mí, rodeada de las mejores personas que había conocido en mucho tiempo y esbozando una sonrisa enorme cada dos por tres. Después de todo por lo que había pasado... Era inmensamente feliz.

—Vale, me toca... —Emily se frotó las manos y le sonrió a su amiga—. Megan, ¿alguna vez has hecho un trío?

También he olvidado mencionar que nunca había jugado a «verdad o reto». Cuando mis compañeras de clase empezaban a hacerlo, a salir, a divertirse, a quedar con chicos, yo estaba demasiado ocupada aprendiendo a convivir con el duelo. Se podría decir, entonces, que aquella era mi primera vez... De momento se estaban portando bien. Conmigo, al menos, porque era evidente que ellos se conocían mucho más. De ahí que Megan rodase los ojos con una sonrisa; como si su mejor amiga no supiera ya la respuesta...

—No, nunca.

—¿Y te gustaría hacerlo?

—¡Oye! —Se rio—. Solo una pregunta.

Emily levantó las manos en son de paz y le pasó el turno a Jack.

El juego se fue alargando a medida que avanzaba la noche, aunque cada vez hablábamos menos y bebíamos más. Yo, que lo miraba de reojo de vez en cuando, me fijé en que tenía los ojos algo vidriosos y era incapaz de borrar la sonrisa del rostro. Una de esas veces lo pillé con la mano en el pelo, no sabía muy bien si revolviéndoselo o intentado peinárselo, pero intuí que a mis hormonas les gustó demasiado lo que vieron... Liam, sentado en el sofá, completamente despreocupado, riéndose por algo que le había dicho su amigo, con las piernas separadas, la camiseta de manga corta dejando al descubierto sus brazos...

Me llevé la cerveza a la boca para intentar bajar el calor. O más bien para intentar borrar las ganas que me habían entrado de sentarme a su lado. Bueno, encima. Qué más daba.

Cuando las chicas se cansaron del juego, a Mike se le ocurrió la idea de ver quién de los seis era capaz de beber más chupitos... Y se levantó, a pesar de las negativas de sus amigos, en busca de una botella. Suerte que Liam no iba tan sobrio como él.

—Mike, tío, déjalo —le pidió sin dejar de sonreír—. Te recuerdo que mañana trabajamos...

Él le mandó callar mientras se tambaleaba. Megan negaba con la cabeza, Emily se reía sin ningún tipo de vergüenza, Jack observaba a su amigo con una sonrisa... Y yo no me perdí ni un solo movimiento de mi compañero de piso.

—Además, creo que no tengo ninguna botella.

—Mentira —lo acusó Mike con el dedo. A decir verdad, la escena era de lo más graciosa; ni siquiera podía mantener el dedo recto, y Liam empezaba a flaquear en la tarea de aguantar la risa—. Seguro que lo dices para bebértela tú solito.

—Claro, la estoy guardando para compartirla con Maia.

Mis labios se curvaron solos y agaché la cabeza cuando me miró. Su amigo volvió a las andadas y él le dejó hacer, sentándose de nuevo... Solo que esa vez Mike no estaba entre nosotros, y su pierna había aterrizado tan cerca de la mía que me estremecí. Liam bebió un trago sin dejar de observar a su amigo. Consciente de que los cuatro estaban más pendientes de él que de cualquier otra cosa, me atreví a mover un poco la pierna, solo un poco, hasta que nuestras rodillas se tocaron y nuestros ojos se encontraron.

Por un momento dejé de escuchar cómo Mike rebuscaba en los armarios. Por un momento, quise besarlo... Pero él carraspeó, apartó la mirada y yo tuve que hacer lo mismo. Sin embargo, nuestras piernas no se separaron. Estuvimos sentados el uno al lado del otro hasta que los chicos se marcharon.

Y no se me escapó la sonrisilla con la que Emily se despidió de mí.

• • •

—Joder, verás la resaca mañana...

Lo miré por encima del hombro y sonreí al ver cómo se frotaba la cara con las manos. Yo no había bebido tanto como él, así que me ofrecí a recoger un poco el salón. Liam, mientras tanto, se había dedicado a beber agua como si no hubiera un mañana.

—¿Eso ayuda? —curioseé.

—Más le vale... Al menos espero que la cama no me dé muchas vueltas.

Me mordí el labio inferior y él volvió a guardar la botella en la nevera.

—Seguro que te viene bien dormir. —En realidad no tenía ni idea de borracheras, ni mucho menos de resacas, pero lo había vivido alguna que otra vez a través de mi hermano—. Y mañana preparo yo el desayuno.

—No sabes lo bien que suena eso...

Pasé por su lado y él me detuvo con la mano.

—Oye, Maia. —Sus dedos me hacían cosquillas en el antebrazo, aunque no iba a quejarme...

—¿Sí?

Se humedeció la boca.

—Sé que ya han pasado unos días... Pero feliz cumpleaños.

Dejé de respirar. O al menos eso sentí. No, aquello no era posible... No podía saberlo. Yo nunca se lo había dicho. Y él... ¿Cómo?

Esa fecha era mía, solo mía.

Salvo...

—Me lo dijo tu hermano.

—¿Cuándo...? —alcancé a preguntar. Notaba la garganta seca y el corazón me iba muy rápido. Si Oliver le había dicho cuándo era mi cumpleaños...

No, aquello no. Aquello sí que no...

—Me llamó el mismo día porque tú no contestabas a sus llamadas —afirmó él con una pequeña sonrisa, intentando suavizar la situación—. Me contó por qué te habías enfadado con él... Y que, sobre todo, tuviera tacto.

Parpadeé. Lo último que me faltaba era ponerme a llorar delante de él... Pero el alcohol me estaba afectando, y no precisamente como lo había hecho con Liam.

—¿Qué...? —Cerré los ojos un segundo—. ¿Qué más te dijo?

—Nada, Maia —respondió rápidamente—. No me dijo nada más...

Asentí y cogí aire. Lo solté despacio, aliviada. Mi secreto seguía siendo mío.

—Pero quiero que sepas que puedes contarme lo que sea, Maia. —Llevó la otra mano a mi cintura y volví a tensarme—. Cuando estés preparada, yo estaré encantado de escucharte.

No, no lo estaba... Pero sus palabras me conmovieron. Tocar aquel tema... seguía doliendo. Por muchos años que pasasen, siempre sería complicado. Y, sin embargo, sus palabras actuaron como un bálsamo que terminó por calmarme.

—Vale. —Fue lo único que dije.

Y entonces me abrazó. Así, de repente. Me rodeó con los brazos y yo me dejé hacer.

No solté ninguna lágrima, pero sentí que algo se removía en mi interior. Porque los abrazos son capaces de curar las heridas más profundas. Y Liam, con aquel primer abrazo, empezó a sanarme.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora