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LIAM

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Habíamos salido a la parte trasera del edificio, y Maia no podía parar quieta. Se la veía nerviosa, aunque, sin duda, tenía sus motivos.

Estaba a punto de marcar el número de su hermano para que yo hablase con él, y aquella llamada podía volver a trastocar sus planes. Podía, simplemente, negarse a que su hermana pequeña viviera con un desconocido, alguien a quien él ni siquiera había visto, y rogarle que recapacitase, que regresara a su antiguo apartamento, a su antigua vida.

Sí, definitivamente, tenía todo el sentido del mundo que Maia estuviera tan nerviosa.

Y, aun así, yo intentaba tranquilizarla.

—Vas a hacer un agujero en el suelo.

He dicho que estaba intentándolo, no que lo estuviera consiguiendo.

Maia levantó la vista de sus pies y se detuvo, algo avergonzada; lo intuía porque se le habían teñido las mejillas de rojo. Aunque quizá había sido el frío... Fuera como fuera, dejó de andar en círculos, soltó poco a poco el aire y se colocó justo enfrente de mí, con el teléfono en las manos y la mirada perdida de nuevo en la punta de sus botas.

—Me va a decir que no...

Imité el gesto y me guardé las manos en los bolsillos de la cazadora antes de hablar.

—Cuando se lo contaste te dijo que sí, ¿verdad? —Ella me observó con algo de timidez aunque acabó asintiendo levemente—. La única condición que te puso fue hablar conmigo... Y eso es lo que vamos a hacer, Maia. No tienes por qué preocuparte. Va a salir bien.

Por supuesto, no podía asegurárselo, pero con que uno de los dos estuviera inquieto era suficiente. Yo debía mostrarme entero para tratar de calmarla lo máximo posible. Al ver que había dejado de juguetear con el móvil y ya no movía los pies, me atreví a bromear; con suerte, igual le quitaba algo de hierro al asunto.

—Además, prometo mostrar mi faceta más encantadora. Tu hermano va a creer que estás viviendo con un caballero de los de antes.

Maia esbozó un amago de sonrisa sin mirarme. Cuando lo hizo, unos segundos después, negó con la cabeza.

—Mi hermano no cree mucho en esas cosas... Sabe que no va a aparecer ningún jinete a lomos de un corcel blanco para salvarme.

Entendía su postura más escéptica; claro que no iba a aparecer ningún caballero para rescatarla, pero me costaba ver qué era exactamente lo que la hacía pensar de ese modo. Qué le habría ocurrido en el pasado para ser tan crítica. Aún no la conocía lo suficiente, en realidad no la conocía en absoluto, pero no había que ser ningún lince para percatarse de que Maia no había tenido una vida sencilla.

No obstante, yo seguía en mis trece:

—Bueno, si a tu hermano le sirve, mi coche es blanco.

Sonrió. Sonrió de verdad, por mucho que intentase taparlo con el cuello de su abrigo, que, por cierto, le quedaba dos tallas grande. ¿Era el único que tenía?, porque, si lo necesitaba, podíamos ir a comprar al día siguiente...

No tuve tiempo de comentárselo.

Su teléfono comenzó a sonar y el semblante de Maia cambió por completo. Al final, a diferencia de lo que ambos pensábamos, fue su hermano el que hizo la llamada. Y era a ella a quien le tocaba responder. Pero no parecía estar por la labor...

—Maia —la apremié, intentando que reaccionara. Ella suspiró y, con la vista clavada en la pantalla, tragó saliva antes de llevarse el móvil a la oreja.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora