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MAIA

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Eran las nueve cuando me levanté.

Me costaba creerlo, pero esa noche había dormido realmente bien. No me había despertado en ningún momento, e incluso había soñado. No recordaba el qué, pero aquello era sin duda una buena señal.

Salí de la cama y abrí las cortinas para que entrase la luz. El cielo seguía nublado, aunque aquello no alteró mi ánimo. Me quedé unos minutos allí, observando todo lo que tenía delante de mí. Delante, y debajo. La calle ya estaba llena de gente, el tráfico era bastante abundante y, por lo que podía escuchar a través del cristal, el ruido parecía ser habitual en aquella zona de la ciudad desde bien temprano.

Abrí la ventana para ventilar la habitación y el frío me hizo ir en busca de algo que ponerme por encima del pijama. Me agaché para sacar una sudadera de la maleta y me la puse con un suspiro de satisfacción. Sin embargo, no tardé nada en volver a bajar la vista. El resto de mi ropa seguía estando en mi antiguo piso; allí apenas tenía cuatro cosas, lo que había sido capaz de guardar la noche en la que no pude aguantar más y decidí largarme de ese tormento. Quizá me había precipitado, quizá todo aquello había sido la mayor locura que había cometido nunca... Pero, fuera como fuera, el daño ya estaba hecho, y no podía volver al pasado. Desgraciadamente, a donde sí tenía que volver era a aquel apartamento. La poca ropa que tenía en la maleta estaba limpia, me serviría para, al menos, esa semana, pero después... Después tocaba enfrentarse a la realidad.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido de una puerta abriéndose.

Me tensé y me di la vuelta. La mía seguía cerrada, por lo que seguramente hubiera sido la de Liam... Pero, cuando la puerta se cerró, me di cuenta de que había sido la de la entrada.

Mi mente empezó a llenarse de preguntas: ¿Liam no había pasado la noche en casa?, ¿habría salido a hacer unos recados mientras yo dormía y acababa de volver?, ¿acaso alguien más tenía las llaves del apartamento?

Aunque, sin duda, había una que resonaba con más fuerza que las demás.

¿Y si no era Liam?

Tragué saliva y me acerqué poco a poco a la mesilla para coger el móvil. No podía despegar los ojos de la puerta, así que lo desbloqueé a tientas. Agradecí que Liam me hubiera dado su número el día anterior y lo busqué entre mis pocos contactos sin dejar de observar la puerta de reojo. Lo encontré y llamé con el corazón en un puño.

Un segundo. Dos...

Y una música empezó a sonar en el salón.

Solté el aire y relajé los hombros. Liam estaba en casa. No sabía si había venido solo, pero estaba allí, al otro lado de la pared. Colgué antes de que respondiera a la llamada, me guardé el teléfono en el bolsillo de la sudadera y salí de la habitación.

Liam se encontraba de espaldas a mí, al lado de la isla de la cocina, pero se volvió en cuanto escuchó mi puerta.

—Maia. —Sin duda, lo había sorprendido. Aunque más me había sorprendido él a mí...—. ¿Pasaba algo? No me has dado tiempo a contestar.

Apreté los labios e, incapaz de encontrar una excusa decente, preferí contarle la verdad.

—No sabía si habías sido tú —señalé la puerta de la entrada—. He oído que entraba alguien y...

—Mierda, perdona —me interrumpió sacudiendo la cabeza y dejando su móvil sobre la encimera—. No quería asustarte. Pensaba que seguirías dormida.

Asentí y traté de esbozar una sonrisa. Él, en cambio, sonrió abiertamente.

—Además, aparte del mío, el juego de llaves que te di el otro día era el único que tenía. —Sus palabras me dejaron algo más tranquila; nadie iba a entrar allí si no era con él o conmigo—. La próxima vez intentaré hacer menos ruido.

—Oh, no, tranquilo. Es tu casa, puedes hacer lo que quieras...

Alzó las cejas.

—Ahora también es la tuya.

Qué raro me sonaba aquello... Pero no dejaba de tener razón. Aun así, hasta que no pudiera darle la parte del alquiler que habíamos acordado dos días antes, no iba a conseguir sentir que ese hogar fuese también mío. Imaginaba que él lo entendería, por lo que preferí no decir nada; me limité a asentir y dar el tema por zanjado.

Liam carraspeó y yo volví a mirarlo.

—¿Ibas a darte una ducha? —Negué con la cabeza; me había duchado la tarde anterior—. Guay, entonces aprovecho.

Y pasó por mi lado en dirección al baño. Sin coger nada para cambiarse al salir de la ducha. Oliendo más a perfume de mujer que de hombre. Y con la misma ropa que había llevado el día anterior.

Pero, sobre todo, sin darse cuenta de que la marca que llevaba en el cuello ya había hablado por sí sola.

• • •

Ya había terminado de desayunar cuando dejé de oír el agua de la ducha. Levanté la vista del fregadero y abrí los ojos como platos. ¿No pensaría salir solo con una toalla, verdad? Se me empezó a acelerar el pulso y cerré el grifo. Dejé las cosas en su sitio y fui hacia mi habitación. Abrí y cerré la puerta tan despacio que no hice ningún ruido. Me quedé pegada a la madera hasta que escuché cómo salía del baño y se metía en su cuarto. Cogí aire e intenté ignorar lo rápido que me latía el corazón.

Entonces, me puse a pensar.

Pensé en Liam; en lo poco que nos conocíamos, en lo poco que me debía una explicación... Y en lo mucho que me gustaría cambiar eso.

Si iba a vivir allí temporalmente, qué menos que conocer a mi compañero de piso. Él tenía que opinar lo mismo. A esas alturas ya me había demostrado varias veces lo buena persona que era, pero intuía que no le haría mucha gracia tener que compartir su casa, su baño, su cocina, su comida, gran parte de su día, con una completa desconocida. Yo, al menos, sabía cuántos años tenía; Liam, ni eso. Tampoco me había preguntado, pero quizá tan solo estaba esperando a que fuese yo la que me abriera. Al fin y al cabo, me había encontrado en uno de los momentos más duros de mi vida, y tratar conmigo no le estaría resultado fácil. Siempre es complicado intentar abrirte con una persona, sobre todo si, nada más conocerla, te cuenta llorando que se ha marchado de casa. Por aquel entonces, lo más probable era que Liam estuviera dándole mil vueltas a la cabeza, pensando qué momento era el adecuado para preguntarme por mi pasado, dándome tiempo para que me hiciera a esa nueva vida. Porque el día tenía que llegar; el día en el que le explicase por qué había decidido hacer la maleta y marcharme sin mirar atrás, por qué me habían despedido y, sobre todo, por qué consideraba que mi adolescencia había sido un cúmulo de desgracias.

No podía. No podía, simplemente, hablarle de la muerte de mis padres. No podía sacarme esa espina tan pronto. Decirle que en tan solo dos meses sería el quinto aniversario, que desde entonces había tenido que buscarme la vida junto con mi hermano. Aquello... era demasiado. Debía empezar por algo más llevadero. Por el presente, no por el pasado, e intentar mostrar mi lado más... sociable, si es que aún no había sido devorado por el solitario.

Aún con la frente apoyada en la puerta, me dije que no podía pasar de esa semana.

Liam merecía conocerme. Yo merecía conocerlo a él.

Y, en el fondo, esa reflexión no me asustaba. No, todo lo contrario. Me... apetecía. Porque, si la primera impresión no me había engañado, Liam parecía... simpático. Parecía agradable.

Claro que yo entonces no lo sabía, pero apenas me faltaban tres semanas para caer.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora