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JUNIO
2019
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MAIA
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Adoraba el verano. Sí, técnicamente, aún no había empezado, pero ya empezaba a notarse en el ambiente. Y no solo por el calor. Los días cada vez eran más largos, y las noches, más cortas; la terraza del bar cada vez estaba más concurrida, y las comidas habían empezado a subir como la espuma; los ingresos, también. Aunque, por primera vez en mucho tiempo, aquello era algo que no me quitaba el sueño.
Tenía un buen sueldo, eso era cierto, pero mis gastos también habían aumentado en los últimos meses. Pagaba más alquiler, tenía una vida social que antes no había sabido disfrutar, había empezado a preocuparme un poquito más por mí misma... Y, sin embargo, tal y como nos habían inculcado mis padres a mi hermano y a mí desde bien pequeños, también estaba ahorrando. Porque uno nunca sabe lo que le deparará el futuro, y me gustaba tener la conciencia tranquila sabiendo que una parte de lo que ganaba, por muy pequeña que fuera, estaba a buen resguardo.
Pensaba en ello cuando Liam salió de su cuarto pendiente del móvil.
—¿Salimos a cenar esta noche?
Levantó la cabeza al momento.
—¿Qué celebramos? —preguntó sonriendo.
«Que eres increíble.»
—Que este mes hemos pagado poco de luz.
Liam soltó una carcajada y se sentó a mi lado. Se había guardado el teléfono y yo lo recibí con una sonrisa tonta. Eso me provocaba.
—Veo que llevas bien las cuentas... Sí, ¿por qué no? —Se encogió de hombros sin dejar de mirarme—. A mí también me apetece.
Ignoré los latidos de mi corazón y entonces fui yo la que sacó el móvil para buscar algún restaurante. Después del tiempo que llevaba viviendo allí, me conocía muy bien la zona.
—¿Italiano?
Aparté la vista de la pantalla cuando colocó la mano en mi pierna. Lo miré.
—Te dejo elegir.
A punto estuve de decir que lo elegía a él, que lo elegiría a él un millón de veces, pero conseguí contenerme y tan solo asentí. Tardé un poco más de lo que pensaba en dar con uno que me gustase, no porque la indecisión pudiese conmigo y, en realidad, me gustase cualquier cosa, sino porque sus dedos habían empezado a moverse sobre mi muslo y las mallas que llevaba eran más bien finas.
—Ya está. —Carraspeé—. ¿Reservo... a las siete y media?
—Perfecto.
Apartó la mano y volví a respirar con tranquilidad. Dejé la reserva hecha, y solo entonces me di cuenta de que no había hecho falta preguntárselo; a ninguno se nos había ocurrido invitar al resto. Y podía parecer una tontería, pero los momentos que pasábamos a solas también habían ido en aumento.
• • •
Liam insistió en pagar con la condición de que la próxima corriese de mi cuenta. Yo, por supuesto, no pude negarme ante lo bien que sonaba aquello; tener otra cita... Llegamos a casa entre risas, probablemente culpa de la botella de vino que él se había molestado en pedir. «Para una noche que salimos los dos solos...», había dicho, y yo enseguida empecé a desear que fueran diez, veinte, cien, mil...
Dejamos las chaquetas en el perchero de la entrada y él fue el primero en tirarse al sofá. Una sonrisa boba adornaba su cara y yo sentí que el hambre aparecía de nuevo.
Lo imité y me senté a su lado. Aún estaba quitándome las zapatillas cuando sus brazos me sorprendieron por el costado. Me pegaron a él y, sin previo aviso, comenzó a hacerme cosquillas. No tenía muchas, pero el momento me pareció tan íntimo que enseguida me tensé. Noté que se me calentaban las mejillas y llevé las manos hasta las suyas para intentar apartarlo. Solo conseguí que sonriera con más ganas.
—¿Qué haces? —murmuré, consciente de que aquella era la primera vez que me tocaba tanto.
—Ven aquí.
Se me secó la garganta. Si no podíamos estar más cerca... Mentira, sí que podíamos. Y él lo demostró llevando su mano a mi muslo para colocarme sobre sus piernas, dejándome por completo fuera de juego. No sabía qué hacer... Hasta que su boca cubrió la mía y se me olvidó todo lo demás.
Aquel beso no tuvo nada de inocente. Me sujetó la cara con las dos manos y me besó con tantas ganas que sentí que me mareaba. Se separó a los pocos segundos para coger aire y yo, que aún no lo había ni asimilado, me atreví a preguntar:
—¿Tanto te ha afectado el vino?
Noté su sonrisa incluso con los ojos cerrados.
—Eres tú la que me afecta.
Volvió a besarme y sus palabras resonaron en mi cabeza como un eco constante. Y me dejé llevar. Llevé las manos hasta sus hombros y lo besé, intentando mostrar cierta entereza, aunque por dentro estuviera temblando. Me agarré a él y él se aferró a mí. El ansia con el que me había besado en un principio dio paso a un beso mucho más tranquilo y yo me derretí en sus brazos cuando su boca abandonó la mía. Con los ojos cerrados y sus labios acariciándome la mandíbula, sentí cómo el cosquilleo se extendía por todo mi cuerpo. Llegó hasta mi cuello y encogí el hombro inconscientemente. Él volvió a sonreír. Tragué saliva cuando su lengua rozó mi piel, primero despacio, con cuidado, para después cerrar los labios y besarme como nunca me habían besado. Giré el rostro, buscándolo, y correspondió a mi súplica juntando de nuevo nuestras bocas.
En algún momento perdí la noción del tiempo. Quién sabe si estuvimos así cinco, diez, veinte minutos. Para mí no duró más que un suspiro. Lo que sin duda recuerdo son sus manos bajando por mi espalda, llegando a mi cintura, levantándome un poco... y pegándome más a él.
Lo noté. A pesar de mi poca experiencia, no era idiota; sabía cómo funcionaban las cosas. Y el escalofrío que sentí en la parte baja del vientre no podía haberse equivocado. Pero eso sí que fueron solo unos segundos...
Porque me aparté. Apoyé las palmas en su pecho y rompí el contacto. Abrimos los ojos y nos miramos. Sus pupilas se encontraban dilatadas y, aunque las mías estuviesen igual, aquello era un paso importante. Darlo me asustaba, y no quería precipitarme.
—Perdona, Maia. —Él se dio cuenta y esbozó una pequeña sonrisa para tranquilizarme. Movió ligeramente las piernas, intentando buscar una postura en la que yo me sintiese más cómoda, y se lo agradecí de la misma forma.
—No te preocupes... —murmuré en lo que bajaba la vista. Mala idea. La subí de nuevo inmediatamente. Debía de estar más roja que un tomate.
Liam carraspeó.
—A lo mejor deberíamos...
—Sí —lo interrumpí, levantándome con rapidez. Evité mirarlo a la cara mientras recogía las zapatillas del suelo. Él también se incorporó, probablemente extrañado por mi reacción... O no, porque él tenía que haberlo notado también. Me aclaré la voz antes de atreverme a mirarlo—. Deberíamos irnos a la cama.
«Mierda.»
—A dormir, quiero decir...
No se me escapó la sonrisa que intentaba ocultar.
—Sí, vamos a dormir.
Solté el aire por la nariz y asentí un par de veces. Colocó un poco los cojines y yo volví a sonrojarme al darme cuenta, ya sin tanto calor encima, de lo que acabábamos de hacer en ese mismo sofá... De lo que habíamos estado a punto de hacer. Nos despedimos y nos encerramos en nuestras habitaciones. Aún notaba el corazón acelerado cuando me metí en la cama... Y unas ganas que cada día iban a más.
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Alas para volar ✔
RomanceMaia lo ha perdido todo. Perdió a sus padres hace cinco años y, ahora, su hermano mayor ha tenido que dejar el piso que compartía con ella para marcharse a trabajar al extranjero. Por si eso fuera poco, acaban de despedirla y, en un arrebato, decide...