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MAIA

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Liam me trató como una reina el último día que pasamos en París. No era eso lo que pretendía conseguir sincerándome, pero su preocupación, su manera de mirarme y cogerme de la mano como si fuera a romperme me encogían por dentro; hacían que me entrasen ganas de llorar. Sin embargo, conseguí mantenerme entera para poder disfrutar de una última visita a la ciudad.

La Torre Eiffel fue, sin duda, lo que más me enamoró de aquel viaje. Todos los monumentos me parecieron impresionantes, pero aquel se llevó el primer premio. Le pedí a Liam que me hiciese una foto para enseñársela a mi hermano y, al final, acabamos haciéndonos una juntos. La observé más de la cuenta mientras el ascensor nos llevaba a la parte más alta.

—Hemos salido bien —opiné, en vez de decir algo así como «sales tan guapo que quiero tatuarme la foto».

Liam me sonrió y me rodeó con el brazo para pegarme a él. Volví a guardarme el móvil y suspiré.

Qué bien me sentía a su lado.

Las palabras se me atascaron en la garganta cuando llegamos arriba. El cielo azul sobre nuestras cabezas, el horizonte parisino a nuestros pies. Era una absoluta maravilla... Y, por un momento, se me olvidó lo demás. Moví la mano por la baranda hasta tocar la suya. Me miró al hacerlo y yo le devolví la sonrisa.

—Gracias.

Tenía tantos motivos por los que darle las gracias que no me hizo falta especificar ninguno. Él tampoco lo necesitó. Simplemente se acercó, inclinó el rostro y me besó. Un roce tan suave que incluso pensé que lo había soñado. Pero no fue así. Sonreí sobre su boca y noté el picor de las lágrimas en los ojos. Lágrimas de felicidad.

Estábamos en lo más alto de la ciudad, y así me sentía.

Sí, en lo más alto...

• • •

Esa noche, Charlie nos presentó al director de la película en la que estaba trabajando. Liam se puso algo nervioso cuando la conversación empezó a girar en torno a él y yo quise comérmelo. Estuvieron hablando sobre el proyecto, aunque llegó un momento en el que dejé de entenderlos; utilizaban términos que desconocía, así que desconecté un poco. El ambiente era maravilloso. Se respiraba elegancia en cada rincón, y todos los allí presentes compartían un mismo propósito: disfrutar del séptimo arte.

Liam me sorprendió colocando su mano en mi espalda. Compartió una breve sonrisa conmigo antes de volverse hacia aquel hombre. Yo me llevé la copa a los labios e intenté ignorar el cosquilleo que se había instalado en mi estómago. Sin embargo, no fui la única en darse cuenta de que Liam seguía tocándome. Charlie nos miró con el ceño ligeramente fruncido y yo, sin poder evitarlo, comencé a sentirme incómoda. Bebí un poco más de champán y suspiré con alivio al ver que se acercaba la hora de la proyección de la película.

—Ha sido un placer, Liam, estamos en contacto.

Se dieron la mano y los cuatro echamos a andar hacia la sala. Ellos se adelantaron y aproveché para acercarme a Liam y susurrarle:

—¿Te va a llamar para su próximo proyecto?

Su respuesta me pilló desprevenida; sonrió y sacudió la cabeza.

—Lo dudo mucho.

La última película del festival fue mi favorita. Solté unas cuantas lágrimas con el final y, cuando volvieron a encender las luces, Liam me miró con ternura. Lo conocía lo suficiente para saber que a él también le había tocado por dentro. Desgraciadamente, no se llevó ninguno de los premios a los que estaba nominada. Sí lo hizo la que se había ganado a la mayor parte del público. Y aquello me hizo pensar en la cantidad de películas que había ignorado por el simple hecho de no haber recibido las mejores críticas. No pretendía desprestigiar el trabajo de un buen crítico, pero quizá todos deberíamos juzgar por nosotros mismos en vez de guiarnos tanto por ellos. Cada persona es un mundo, y el cine, algo demasiado bello como para no darle una oportunidad.

Un brindis y muchas despedidas después, volvimos al hotel. Lo hicimos en silencio, cogidos de la mano. Traté de empaparme al máximo de la noche parisina antes de subir a la habitación. No sabía si volvería algún día, pero no quería que esa noche fuese triste. Quería recordarla con una sonrisa en la boca, porque aquel viaje había significado tanto que no se me ocurría otra forma de hacerlo.

Nos cambiamos y nos metimos en su cama. Me perdí en las vistas de la ciudad, aunque no podía ignorar el escalofrío que me provocaba con sus dedos, recorriendo mi brazo desnudo de arriba abajo sin pausa. Cogí aire y me atreví a apartar su camiseta. Aguanté la respiración y lo acaricié con la mano. Sin embargo, él se detuvo, así que lo miré. Sus ojos encontraron los míos y, solo entonces, llevé los dedos a la cinturilla de sus pantalones. No sabía de dónde estaba sacando la valentía para hacerlo, pero aquello parecía gustarle. Bajé un poco más. Liam apretó la mandíbula e inspiró hondo.

—¿Podemos? —le pregunté en un susurro. Tenerlo tan cerca era demasiado tentador, quería volver a sentir... lo que me había hecho sentir la otra noche.

—Igual... —Carraspeó—. Igual es un poco pronto, Maia.

Hice un mohín con la boca y él resopló. Para mi sorpresa, sujetó mi mano, obligándome a sacarla de allí, y se movió hasta que mi espalda chocó con el colchón y parte de su cuerpo quedó encima de mí. Tragué saliva, aún con la mano inmovilizada y el corazón latiéndome con fuerza. Liam me miró desde arriba y yo me derretí.

—Pero podemos hacer otra cosa.

Cerré los ojos cuando me besó. Gemí cuando su lengua acarició la mía y levanté las caderas inconscientemente. Noté que él también quería, pese a su negativa, así que volví a hacerlo, movida por completo por el deseo, y conseguí que gruñera. Sin embargo, también hizo algo que no esperaba. Soltó mi mano y, antes de que pudiera volver a bajarla, fue él quien llevó la suya hasta el punto en el que nuestros cuerpos se habían tocado. Me separé sorprendida y lo observé con la respiración agitada. Liam se humedeció los labios y atravesó la tela del pijama para demostrarme que sí, había muchas otras cosas que podíamos hacer...

Y, por supuesto, consiguió que recordase la última noche en París con una jodida sonrisa.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora