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MAIA

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Cerré la puerta y Liam me buscó en la oscuridad. Habíamos intentado mantenernos serenos durante el camino de vuelta, pero fue entrar en la habitación y dejar que las ganas hablasen por sí solas. Anduvimos a tientas hasta el interruptor y seguimos besándonos cuando di la luz. Sus dedos se clavaban en mi espalda y los míos se perdían en su pelo. Me puse de puntillas para profundizar el beso y él bajó un poco la mano. No me aparté. Gruñó como respuesta.

—Maia...

No lo había soñado, así que abrí los ojos. Vi cómo se humedecía los labios y el hambre se me instaló en el estómago. Le acaricié la nuca sin saber muy bien qué estaba haciendo y entonces me miró. Y podía leer tantas cosas en esa mirada que me tenía loca...

—¿Hasta dónde quieres llegar?

Pero aquello no me lo esperaba. O, por lo menos, no que lo pronunciase en voz alta... Pero ahí estaba la duda. Hasta dónde quería llegar.

—No lo sé —susurré muy cerca de su boca. Él tragó saliva y subió las manos hasta mi cara. Me obligó a mirarlo a los ojos y sentí un escalofrío cuando me acarició la mejilla.

—Dame una respuesta más clara... —Sonrió y yo me mordí el labio.

—Es que no lo sé...

—¿Quieres que paremos?

Eso sí que lo sabía.

—No.

Acercó el pulgar a mis labios.

—Yo tampoco... Pero necesito saber que queremos lo mismo.

Se me encogió el vientre ante el sonido ronco de su voz. Cerré los ojos porque lo necesitaba. Lo tenía al alcance de mi mano, tan solo tenía que preguntárselo...

—¿Y qué quieres tú?

Intenté concentrarme en los latidos de mi corazón, pero iban demasiado rápido. Sobre todo, cuando llevó una mano hasta mi nuca y ejerció presión con los dedos. Abrí los ojos para perderme en los suyos.

—A ti. A ti entera.

Se me escapó un suspiro que murió en su boca. Y su respuesta me ayudó a darme cuenta de qué era lo que yo quería. Jamás había deseado tanto algo en mi vida.

Volvió a agarrarme por la cintura y le rodeé con los brazos. Creo que en algún momento me levantó, aunque la realidad era que llevaba sintiéndome así desde que habíamos empezado a besarnos; volando, a centímetros del suelo. No separó sus labios de los míos mientras se deshacía de la americana. Intenté quitarle también la pajarita, pero solo conseguí que sonriera.

—Déjame a mí —murmuró antes de hacerla desaparecer. También se desabrochó un par de botones de la camisa y yo bajé la vista hasta su pecho. Subía y bajaba con rapidez y me entraron ganas de tocarlo. Sin embargo, dejé las manos sobre sus hombros.

—¿Y ahora qué? —le pregunté sin poder evitarlo. Me estaba moviendo por zonas que no conocía. Solo esperaba que él pudiera guiarme... Que aquello no le importase.

—Podemos tumbarnos en la cama, si quieres.

Quería, claro que quería, pero las dudas me quemaban la garganta.

—¿Vestidos?

Liam tragó saliva con fuerza y yo me dediqué a observar su cuello.

—Como tú prefieras.

Levanté la mirada.

—No... —Carraspeé e intenté mostrar algo de entereza—. Yo no tengo ni idea —admití, aunque probablemente él ya se hubiera dado cuenta—. ¿Qué debería... hacer ahora?

Me miró fijamente.

—Maia —pronunció mi nombre en un susurro sin dejar de acariciarme—. ¿Estás segura de esto?

Asentí con la cabeza.

—No, dímelo.

Cogí aire.

—Estoy segura, Liam... ¿Y tú?

Porque... ¿Qué había de él? Para mí aquello era un paso importante... ¿Estaba dispuesto a darlo conmigo?

De repente me entraron ganas de apartarme. Pero él no me dejó. Y me agarró con firmeza mientras decía lo siguiente:

—Llevo queriendo esto desde hace semanas, Maia. Y, si tú estás segura, no voy a ser yo el que se eche para atrás. Eso tenlo claro.

Sonó tan arrebatadoramente sincero que me encogió el corazón. Y otras partes del cuerpo que empezaban a despertarse...

Llevé las manos hacia abajo, hacia esa pequeña ventana que no había dejado de tentarme, y desabroché otro botón con dedos temblorosos. Y otro. Y otro... Todos sin poder abrir los ojos, porque había vuelto a besarme y yo solo me estaba dejando llevar, a ciegas, literalmente. Al final conseguí abrir la camisa por completo, y todo mi interior se sacudió al rozar su piel con los dedos. Noté cómo se tensaba y subí hasta su pecho. Bum, bum. Bum, bum. Era difícil averiguar qué corazón latía más rápido.

Volví a su cuello para pegarlo aún más a mí. Liam gimió en mi boca y se atrevió a mover la mano; concretamente, hasta la cremallera de mi vestido. Empezó a bajarla despacio y se separó para mirarme a los ojos mientras lo hacía. Nuestros alientos se entremezclaban y costaba diferenciar uno del otro. Bajé la vista cuando llegó al final y, con un poco de ayuda, el vestido cayó al suelo. Aguanté la respiración al darme cuenta de la realidad. Nunca había estado en ropa interior delante de nadie y, a pesar de sentirme vulnerable, sentía que el deseo era mayor... No quería taparme, quería aquello, lo ansiaba, y la forma en la que me observó de arriba abajo terminó por confirmarme que él también . Me quité las sandalias sin dejar de mirarlo y, cuando volví a tocar el suelo, Liam consiguió hacerme volar de nuevo.

A partir de ese momento, todo fue a más.

Su mirada, más hambrienta; sus besos, más profundos; sus manos, más rápidas. Me tumbó en la cama antes de que su camisa y sus pantalones desapareciesen. Apagó la luz de la habitación y encendió la lámpara de la mesilla, consiguiendo un ambiente mucho más íntimo. Se colocó a mi lado para seguir besándome. Sus dedos me ponían la piel de gallina allí por donde pasaban, así que hice lo mismo. Le acaricié el cuello, los hombros, el pecho, y bajé por su abdomen. Me detuve, pero entonces Liam me sorprendió sosteniendo mi mano entre la suya para ponerla donde yo no me había atrevido. Temblé.

Pero temblé aún más cuando fue él quien me tocó a mí. Cuando nos desnudamos. Cuando se levantó y regresó a la cama con un preservativo en la mano. Cuando me cubrió con su cuerpo y volvió a besarme.

Temblé cuando se hundió en mí y cerré los ojos. Cuando me obligó a abrirlos. Cuando me preguntó si estaba bien y yo asentí, ignorando la lágrima que resbalaba por mi mejilla. Cuando juntó su frente con la mía y empezó a moverse despacio, con cuidado. Cuando nuestras miradas se enredaron y dijeron más que muchas palabras. Temblé cuando el dolor empezó a volverse molesto y él se detuvo. Nos abrazamos en silencio sin decir nada. No hizo falta.

Miré por la ventana y sonreí.

Porque, aquella noche, París fue testigo de cómo Liam se llevaba el último trozo de mi corazón.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora