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MAIA
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Me pasé todo el trayecto con la cabeza apoyada en la ventanilla, la mirada puesta en las gotas que caían por el cristal y la mente inquieta.
«Solo será una noche», me repetí una y otra vez. Pero no sabía muy bien cómo sentirme al respecto. ¿Qué haría al día siguiente?, ¿y al otro? ¿Qué sería de mí sin un hogar, sin un trabajo, sin nadie a quien recurrir para pedir ayuda? Me sentía muy sola y era incapaz de pensar en nada más que en aquello. Ni siquiera cuando Liam aparcó pasados unos minutos y quitó la llave del contacto.
—Hemos llegado —pronunció en voz muy baja. Supuse que él también estaría dándole mil vueltas a todo, pero, en especial, al hecho de haber invitado a una desconocida a pasar la noche en su casa.
Tragué saliva y me obligué a apartar la vista de la calle.
—Si has cambiado de idea...
Su entrecejo se arrugó.
—¿Por qué iba a hacerlo? —No respondí y él añadió con una sonrisa diminuta—: Ya ha quedado claro que no eres una ladrona, ¿verdad?
Sin duda, «muerta de hambre» me sonaba mejor.
Un escalofrío me recorrió la espalda al darme cuenta de que no había comido nada en horas. Hasta el momento no había sido mi principal preocupación, pero el estómago me rugió de tal forma que fui incapaz de ignorarlo.
Ya no solo había perdido el trabajo, me había ido de casa y estaba a punto de pasar la noche en la de un desconocido, sino que también necesitaba ingerir algo urgentemente. Aunque en un principio aquello me descolocó, quise pensar que era buena señal. Cuando aún estaba conmigo, mi madre siempre me recordaba lo importante que era mantener el apetito; si tenía ganas de comer, quizá la situación no fuese tan preocupante...
Pero lo era. Por supuesto que lo era.
Y no fui consciente de lo infantil que podía sonar mi pregunta hasta que la pronuncié en voz alta:
—¿Tienes algo que pueda comer?
Definitivamente, la sangre no me llegaba al cerebro; creo que toda se había quedado en el rostro. Me dejaba quedarme en su apartamento sin conocerme de nada y encima iba con exigencias...
Peor aún, ¿y si la comida estaba envenenada?
Cerré los ojos e inspiré hondo; estaba perdiendo los papeles.
Suerte que él no le dio importancia.
—Claro.
Asentí una sola vez, aún avergonzada, y él abrió la puerta por fin. Yo lo imité unos segundos después, tras intentar mentalizarme de lo que estaba a punto de hacer. No lo conseguí, pero por lo menos me prometí no hacer más preguntas estúpidas.
Con el paraguas en una mano y la otra guardada en el bolsillo, esperé a que Liam me acercase la maleta. Cuando cerró el coche y se colocó a mi lado, intenté recuperarla. Debía fiarme de él si iba a dormir en su casa, pero ya había hecho suficiente; podía llevar mis cosas.
—El ascensor está estropeado —me explicó entonces al ver mi mirada preocupada—. Son cinco pisos, así que déjame que la suba.
Iba a añadir algo, pero las palabras no llegaron a mi boca. ¿Por qué estaba haciendo todo aquello? ¿Realmente seguían existiendo las buenas personas, esas que te demuestran lo amables que pueden llegar a ser sin esperar nada a cambio?
Liam aparentaba ser una de ellas.
Y, aunque esa noche pude empezar a verlo, más adelante me daría cuenta de que la bondad era una de sus mayores virtudes.
—Gracias. —Fue lo único que salió de mi boca, aunque a él pareció bastarle. Volvió a sonreír y, sin más, echó a andar hacia el portal.
No conocía demasiado aquella zona de la ciudad porque siempre me había movido por los mismos sitios, pero no tenía mala pinta. Los edificios eran bastante altos y tenían buen aspecto, al menos por fuera, sin duda mucho mejor que aquel B&B. Las aceras se encontraban más iluminadas que la calle en la que había acabado después de andar durante toda la tarde. A pesar de tampoco haber nadie por la calle, comprensible por las horas que eran y por la tormenta que aún seguía cayendo sobre nosotros, había muchos coches aparcados en los laterales de la carretera, justo donde Liam había estacionado el suyo.
En definitiva, no me dio mala impresión. Claro que yo allí estaba de paso y de nada me servía que su apartamento me pareciese el más cómodo del mundo. Tenía toda la noche por delante para pensar qué hacer con mi vida a la mañana siguiente, por lo que fijarme en cada detalle de las casas no me serviría de nada.
Debía buscar una solución para todo aquel caos, pero, sobre todo...
Debía contárselo a Oliver.
Algo se clavó en mi pecho al pensar en mi hermano. Todo había sido tan repentino que ni siquiera había podido llamarlo. Bueno, más bien, no había querido... Me daba pánico. Terror. ¿Cómo demonios iba a decirle que me habían despedido por culpa de mis compañeras de piso si él ni siquiera sabía que me odiaban? Vale, puede que estuviera al tanto de que no nos lleváramos demasiado bien, pero nunca, ni una sola vez en los cinco meses que había vivido con ellas, había llegado a confesarle cómo era todo en realidad.
Iba a enfadarse muchísimo...
Y no estaba preparada para eso. No estaba preparada en absoluto. Antes prefería pasar la noche en casa de un desconocido que tener que afrontar esa llamada telefónica que tanto podía alterar mi vida...
Si es que no estaba ya lo suficientemente descompuesta.
Negarme a hablar con mi hermano era inmaduro y no me hacía ningún bien, lo sabía, pero el cansancio físico y mental que arrastraba esa noche no me permitía pensar con sensatez. Estaba agotada. Necesitaba cerrar los ojos y desear con todas mis fuerzas que todo volviese a ser como antes. Que mi hermano siguiera viviendo conmigo en el pequeño apartamento que habíamos alquilado juntos, que mi jefa recapacitase y me diera otra oportunidad... Que mis padres siguieran vivos.
Pero, en cambio, allí estaba. En un edificio cualquiera, al lado de un chico que acababa de evitarme pasar una noche infernal, y enfrente de un quinto piso al que en mi vida me habría imaginado entrar.
Sin embargo, cuando él introdujo la llave en la cerradura, aquella no fue la única puerta que abrió.
Un doce de febrero, sin saberlo, Liam me abrió la puerta de su vida.
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Alas para volar ✔
RomanceMaia lo ha perdido todo. Perdió a sus padres hace cinco años y, ahora, su hermano mayor ha tenido que dejar el piso que compartía con ella para marcharse a trabajar al extranjero. Por si eso fuera poco, acaban de despedirla y, en un arrebato, decide...