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MAIA

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—Yo digo que tiene... treinta y cinco años.

La morena se volvió hacia ella con el ceño fruncido.

—Pero qué dices... Ese no pasa de los treinta.

—Sí, más quisieras tú, guapa.

Emily y Megan tenían un juego que solo ellas conocían cuando se fijaban en un chico. Trataban de adivinar cuántos años tendría y, si al final el susodicho se interesaba por una de las dos y le confesaba su edad, la que menos se hubiera acercado tenía que invitar a la otra a cenar. Era bastante simple y quizá incluso algo infantil, pero no hacían daño a nadie y me habían incluido a mí, así que me parecía de lo más estimulante.

—¿Tú qué dices, Maia?

Me mordí el labio y volví a mirarlo sin que los chicos se dieran cuenta. Tampoco había que olvidar que estábamos en el turno de trabajo y, aunque aquella mañana no hubiese mucha gente, teníamos que estar pendientes de los clientes.

—Yo creo que acaba de cumplir los treinta —admití tras pensarlo unos segundos. Emily le sacó la lengua a Megan y, tal y como nos había asegurado que iba a hacer, se alejó de la barra y fue directa a la mesa en la que se encontraba ese chico.

—A ver si hay suerte —me susurró Megan antes de volver con sus tareas. Yo hice lo mismo, aunque éramos incapaces de no echar un vistazo de vez en cuando. Em le estaba tomando nota, pero, sin duda, se la veía más interesada que con el último al que había servido.

Con el paso de los días, cada vez me sentía más unida a ellas. No podía ignorar el hecho de haber sido la última en llegar, la forma en la que lo había hecho y, sobre todo, lo poco que sabía sobre mi futuro, si me quedaría allí indefinidamente o si volvería a marcharme como había hecho hasta entonces. Pero, a medida que avanzaban las semanas, mi relación de amistad con ellas se afianzaba un poquito más. Ya no era solo lo que hablásemos en el bar, sino que también habíamos pasado a vernos fuera del horario de trabajo. Solo nosotras tres. Nada de chicos. Nada de Liam.

Y me sentía bien. Como si formarse parte de algo. De algo bonito. Porque, cuando quedaba con ellas, no tenía la necesidad de estar todo el rato pendiente del móvil, pendiente de que mi hermano viniese a buscarme, o incluso pendiente de que Liam se preocupase por mí. Cuando estaba con las chicas, perdía la noción del tiempo y desconectaba. Eran de los mejores ratos de la semana, y cada vez se repetían con mayor frecuencia.

Esa misma tarde, sin ir más lejos, habíamos quedado para ver una película en casa. Sí, en mi casa... Y estaba tan impaciente que no podía dejar de mirar el reloj. Tenía muchas ganas porque, hasta entonces, siempre nos habíamos visto en alguna cafetería, pero a Emily se le había ocurrido la idea y ni Megan ni yo pudimos negarnos. Sonaba genial.

Pero lo primero era lo primero.

Volví al presente cuando uno de los clientes se acercó para que le cobrara. Mi labor allí también había cambiado. Ya no me dedicaba únicamente a preparar las bebidas en la barra; además, atendía las mesas si era necesario, me encargaba de la caja cuando Megan estaba ocupada e incluso le pedía las comandas a Mike. No era gran cosa, pero me gustaba sentirme útil. En mi antiguo trabajo siempre había hecho lo mismo, y notar que allí era distinto, que allí de verdad me animaban a mejorar, era algo increíble.

Emily volvió a la barra y nos pasó el papelito en el que había apuntado lo que le había pedido aquel cliente. Observé de reojo a Megan, que no pudo callarse.

—Bueno, ¿y qué?, ¿tenemos veredicto?

Ella se mordió el interior de la mejilla antes de murmurar:

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora