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MAIA

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—Este te lo llevas. Y este. ¡Ay, pero qué vestido más mono! Este para dentro también...

—Emily.

—¿Tienes medias transparentes? Con este vestido no pegan unas negras...

—Emily —la llamé por octava vez, consiguiendo el mismo resultado que con las otras siete. Al menos esa vez, a pesar de seguir doblando prendas, pareció escucharme.

—Tranquila, tía, ya verás que te cabe todo.

Observé la maleta. No lo tenía yo tan claro...

Llevábamos toda la tarde encerradas en mi habitación, vaciando el armario. Emily estaba como loca por haber descubierto mi ropa más formal y, a decir verdad, hasta yo me había sorprendido. Supuse que la había ido acumulando a lo largo de los años, pero no recordaba tener tanta... Si me valía o no era otra cuestión, aunque eso a ella parecía darle igual. Megan se mostró más serena, intentando, al igual que yo, que su amiga entrase en razón. Que si solo eran cuatro días, que si allí llevaba ropa de sobra, que si no hacía falta que fuese tan arreglada... Bueno, no hubo manera.

—Maia, vas a París —me recordó cuando por fin nos pusimos las tres a guardarlo todo en la maleta. Sin duda, ellas dos eran las que más práctica tenían a la hora de doblar las cosas para que ocupasen lo menos posible—. A un festival de cine en el que la gente saca sus mejores galas... No puedes ir con vaqueros y sudadera.

Megan soltó una risita y yo me encogí un poco. Tenía razón... Pero todavía estaba en shock y no sabía cómo narices reaccionar.

Cuando Liam me propuso el viaje... Mierda, creo que dejé de respirar. París... ¿Quién no ha soñado alguna vez en su vida con ir a París? Yo, desde luego, lo había hecho. Y tenía allí, al alcance de mi mano, la oportunidad de hacer aquel viaje realidad... Ni me lo pensé. Di el paso y me lancé. Cuatro días con Liam en la ciudad de la luz... Era un jodido sueño.

Aunque enseguida vinieron los nervios.

Nunca había viajado fuera del país. Nunca había cogido un avión... Por el amor de Dios, nunca había salido de Londres. Francia no estaba lejos, apenas una hora y media de vuelo, pero a mí me pareció un mundo. Una hora y media en el aire, sobrevolando el océano... Y, claro, a eso había que sumarle lo más importante: iban a ser cuatro días a solas con Liam. Completamente a solas, en otra ciudad, ajenos a la rutina, ajenos al trabajo, a nuestros amigos. Ajenos a todo.

—Perdona, Emily, es que estoy un poco nerviosa por el tema del avión —opté por decir, ignorando todo lo que bullía en mi interior. Cosas como si tendríamos una habitación para cada uno o si, al contrario, habría que compartirla... Sí, cosas sin importancia.

—Escucha, no tienes que preocuparte de nada —me tranquilizó ella, restándole importancia con la mano después de guardar una blusa—. Yo he viajado en avión tantas veces que ni me acuerdo. Ya sabes, mis padres viven en Irlanda... Y es lo más seguro del mundo, de verdad.

Asimilé sus palabras y acabé asintiendo con una sonrisa. Preferí guardarme todo lo demás para mí porque, a diferencia de lo que me había asegurado Liam, Emily aún no había dicho nada de... nosotros. A pesar de las muchas miraditas que me dedicaba, aún no había abierto la boca para soltar un «oye, se ve de lejos que entre vosotros ha pasado algo...». Nada de nada. Así que, siguiendo también su consejo, dejé que fuese ella quien un día, simplemente, lo soltase.

Salimos de mi cuarto un rato después, con la maleta hecha por fin y la sensación de haber metido más ropa de la necesaria... Al menos, yo, porque Emily estaba más contenta que nadie.

—Listo, hemos terminado —les comentó a los chicos antes de sentarse en el sofá. Megan la imitó y yo fui a la cocina a por algo de beber.

—¿Qué tal ha ido? —se interesó Liam, que también estaba allí.

Bebí un poco de zumo antes de contestar.

—Llevo ropa para parar un tren... ¿Tú ya lo tienes todo?

Sonrió.

—Define todo. —Cogió la botella para servirse un vaso él también—. Unas cuantas camisas y el traje, no necesito mucho más.

Liam en traje...

Vale, ya tenía otro motivo más para que los nervios por aquel viaje fueran en aumento.

—Qué fácil lo tenéis —opiné, agrupando a todo el género masculino y no solo a él para evitar pensar en la imagen que acababa de crear mi cabeza. Lo consiguió el timbre de la puerta. Me volví hacia él frunciendo el ceño.

—Hemos pedido cena en lo que estabais con la maleta.

Mi estómago lo agradeció.

Liam pagó las pizzas y me uní a los chicos en el salón. Como volábamos al día siguiente, nos pareció buena idea cenar juntos a modo de despedida. Lo curioso fue que a ninguno le pareció raro que Liam me invitase a mí, claro que, si lo pensaba, tenía sentido. Mike y Jack eran sus dos mejores amigos, ¿a quién demonios debía pedírselo? Eligiese al que eligiese, el otro tendría que quedarse en Londres. Lo mismo ocurría con las chicas, aunque ellas sí que bromearon un poco con lo mucho que les habría gustado visitar París. Pero me lo pidió a mí. Y nunca llegué a encontrar las palabras suficientes para agradecérselo...

Porque, con aquel viaje, Liam y yo nos perdimos para volver a encontrarnos.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora