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LIAM

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Ella miraba por la ventana y yo la miraba a ella. Sabía que en ese momento estaba más pendiente del despegue que de otra cosa, pero yo solo podía estar pendiente de ella.

Maia y yo cruzamos una línea durante aquel viaje. Porque podía ser que los cuatro días que pasamos en París no me sirviesen para resolver las dudas con las que me había marchado, pero sirvieron para algo mucho más importante. Habíamos caído. Nos habíamos perdido y ninguno de los dos había hecho nada por evitarlo. Era un hecho; la había probado y ya no había vuelta atrás. Pide un plato de tu comida favorita e intenta no volver a comerla jamás... Exacto, imposible.

Aunque, desde luego, no hablaba únicamente de lo físico. Maia se había abierto por completo y había confiado en mí para dejar en mis manos el que sin duda había sido el episodio más crudo de su vida. No podía ignorar lo que suponía aquello. Atravesar esa barrera nos había unido, mucho más de lo que ya estábamos antes de coger el avión. Y cada maldito rincón que visitamos de la ciudad pudo verlo. Cómo buscaba su mano, cada vez con más frecuencia, cómo me perdía en sus ojos, cómo ansiaba el tacto de su boca, cómo se deshizo en mis brazos la última noche. Aún me hormigueaban los dedos solo de pensarlo. Joder, no me importaba volverme adicto a ella. Maia era una jodida droga y no veía el momento de pisar tierra firme para seguir demostrándole lo mucho que me alteraba.

Llevé la mano a su pierna y por fin me miró. Estaba nerviosa. Sonreí para intentar tranquilizarla.

—Una horita de nada y estamos en casa —le dije, apretando levemente con los dedos. Ella soltó un suspiro y, no sin antes echar un último vistazo por la ventanilla, se inclinó hacia mí y apoyó la cabeza en mi hombro. Contuve la respiración un segundo. Joder.

—¿Crees que Harvey nos habrá echado mucho de menos?

Me reí por la nariz.

—A ti más que a mí, seguro.

Maia sacudió la cabeza y alargó el brazo para rodearme con él. Ni me lo pensé; llevé el mío a sus hombros y la acerqué un poco más. Miré hacia abajo, consciente del hueco tan grande que empezaba a ocupar en mi pecho. Como ya le había dicho en alguna ocasión, era inevitable cogerle cariño. Maia había llegado sin avisar pero, poco a poco, nos había ganado a todos. A Harvey, a los chicos, a Megan y a Emily... Aunque sabía perfectamente que a ninguno de ellos les latía tan rápido el corazón cuando ella estaba cerca.

El avión comenzó a moverse y yo me despedí de París con la certeza de que todo había cambiado.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora