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MARZO

2019

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LIAM

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A Mike no podía gustarle más la juerga. Disfrutaba como nadie cuando salíamos y siempre era él quien lo proponía. Nosotros también nos lo pasábamos bien, pero estaba claro quién era el verdadero alma de la fiesta.

Aquel sábado, el primero del mes, mi querido amigo recordó la, según él, promesa que Emily había hecho el jueves por la noche. Al capullo no se le había olvidado, así que tocaba salir. Los sábados solían ser el día más duro de la semana, pero, sorprendentemente, aquel había sido bastante tranquilo. Por eso, ninguno de los cinco estaba lo suficientemente cansado como para quedarse en casa. Y sí, he dicho «los cinco».

—Es que no me va mucho salir de fiesta...

Levanté la vista del móvil y la observé.

Acababa de sentarse en el sofá y sus ojos estaban perdidos en algún punto del salón. Habíamos vuelto al piso con la ropa del trabajo porque tocaba lavarla, y ella aún la llevaba puesta. Se había quitado el abrigo y lo tenía sobre las piernas. Jugaba con la cremallera cuando abrí la boca para llamar su atención.

—No tienes que disculparte, Maia. —Me miró, aunque algo tímida—. Nos encantaría que vinieras, pero no lo hagas si no te apetece.

Soltó un suspiro y volvió a apartar la mirada. Esa vez, la llevó hasta sus manos, que dejaron el abrigo y empezaron a removerse inquietas.

—A lo mejor otro día...

Aquello me sorprendió y alcé las cejas.

—Claro, sabes que estás invitada cuando quieras venir. A Megan y a Emily les alegrarás la noche —añadí con una sonrisa. Aunque con nosotros se divertían como niñas, también solían decir que les gustaría salir con más chicas—. Pero entiendo que quizá todavía sea un poco pronto.

Al fin y al cabo, no hacía ni un mes que nos conocía, lo más normal era que fuera a sentirse un tanto incómoda si venía de fiesta con nosotros.

Ella pareció estar de acuerdo conmigo y acabó asintiendo.

—Gracias por entenderlo, Liam.

Le dediqué una última sonrisa y volví a mi teléfono. Habíamos quedado en la discoteca a las doce y media, por lo que aún tenía casi una hora para prepararme. Aun así, porque ya sabía lo que tardaba el metro y porque odiaba la impuntualidad, me metí a la ducha enseguida, dejando a Maia en el sofá.

Salí al poco tiempo y me quité la humedad del pelo. Me eché desodorante y me enrollé la toalla en la cintura. Levanté la cabeza y me miré en el espejo.

¿Había entrado al baño sin coger ropa? Mierda.

Resoplé y me revolví el pelo una vez más antes de darme la vuelta, apagar la luz y abrir la puerta con cuidado.

Maia ya no estaba en el salón y su habitación estaba cerrada, así que supuse que habría ido a cambiarse. Fui a mi cuarto y cerré la puerta tras de mí. Me quité la toalla y la utilicé para terminar de secarme el pelo. Cogí unos calzoncillos, un vaquero negro y una camiseta de manga corta del mismo color. Hacía un frío de la hostia, pero en la discoteca siempre acababa pasando calor. Escuché la puerta de Maia abrirse mientras me ataba las zapatillas. Me guardé la cartera en el bolsillo trasero del pantalón y salí de la habitación después de echarme colonia. Cerré la puerta y ella se volvió al escucharme.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora