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LIAM

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Llevaba dos semanas sin ver a Jessica. Había hablado con ella por teléfono, en mi cuarto, pero aún no nos habíamos visto desde la discusión.

Lo cierto era que no nos dijimos nada del otro mundo en aquella llamada, solo nos pusimos al día. Hablamos del trabajo y de cómo por fin había conseguido el esperado ascenso. La felicité porque realmente me alegraba por ella, pero no hubo ni una sola disculpa. Ni por su parte, ni por la mía. Y era imposible no darse cuenta de que sonaba resentida. Yo tampoco me encontraba en mi mejor momento, era evidente, pero intenté mostrarme más animado que ella. Y aquello estuvo jodidamente mal. Ignorar la razón por la que habíamos peleado, no pedir perdón, fingir que no había ocurrido nada y creer que ya se nos pasaría el mal trago.

Porque no, claro que no se nos pasó. La cosa solo podía ir a peor, y definitivamente lo fue.

Aquel sábado a Mike volvía a apetecerle salir de fiesta. Había sido un buen día en el curro, habíamos recibido más propinas de lo normal, y mi amigo sentía que había que celebrarlo. Eso, o que tenía ganas de cogerse un buen pedo. Yo no era quién para negarme, porque a lo mejor también lo necesitaba, pero seguía existiendo una incógnita a la que no sabía cómo enfrentarme.

Maia salió de su cuarto ya vestida, con el abrigo colgando de un brazo y el bolso entre las manos. No se había arreglado en exceso, aunque, evidentemente, tampoco se había puesto lo que solía llevar en el trabajo. Aún la estaba mirando cuando llegó a mi lado y soltó un suspiro.

—Yo ya estoy —dijo, a pesar de la obviedad. Yo subí hasta su rostro y asentí.

—Los chicos me han dicho que salen enseguida. —Eché un vistazo al móvil de reojo para ver que no tenía más mensajes. Volví a guardarlo en el pantalón—. Estás a tiempo de echarte para atrás...

Y juro que lo dije en broma, pero me pareció que sus ojos se oscurecían y me vi en la obligación de rectificar.

—A no ser que quieras que Emily y Megan se enfaden contigo.

Apartó la vista unos segundos. Cuando volvió a mirarme, me fijé en que también se había maquillado un poco. Aun así, no me habría extrañado que le pidiesen la identificación para poder beber alcohol; seguía pareciendo mucho más joven de lo que ya era.

—Me apetece ir, Liam. De verdad.

Acepté sus palabras y le regalé una sonrisa para intentar tranquilizarla. No sé si lo conseguí porque enseguida recibí un mensaje de Jack avisándome de que ya iban hacia el pub donde íbamos a pasar la noche. Al ser la primera en la que Maia se nos unía, pensé que sería mejor idea ir a un sitio más tranquilo que los que solíamos frecuentar. Los chicos estuvieron de acuerdo, así que quedamos directamente allí.

Salimos de casa en dirección a la boca de metro más cercana. Había salido una noche muy fría, a pesar de estar ya a finales de marzo. Me calenté un poco las manos mientras esperábamos y Maia sacó su móvil para entretenerse. Seguía utilizando el mismo abrigo que llevaba la noche en que nos conocimos, y yo seguía pensando que aquella no era su talla. Estaba a punto de comentárselo cuando el metro se detuvo delante de nosotros. Dejé que subiera primero e hicimos el corto trayecto de pie.

De nuevo fuera, guié a Maia hasta la calle en la que se encontraba The Blackfriar. Llegamos los primeros, como solía ser costumbre, y esperamos al resto resguardados en la puerta. Se intuían unas cuantas personas a través del cristal, aunque era lo esperable para una noche de sábado.

—¿Conocías este sitio? —le pregunté pasados unos segundos.

Ella echó un vistazo largo al interior, incluso poniéndose de puntillas para poder ver más allá de las cabezas de la gente.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora