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LIAM

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Los chicos saludaron a Maia con una sonrisa. Les había avisado de que venía a última hora, mientras ella se estaba cambiando de ropa, pero no pareció importarles. Al contrario, se les veía realmente contentos.

Nos sentamos a la mesa; yo, al lado de Jack, y Maia, enfrente de mí, con Mike a su izquierda.

—¿Queréis que pidamos algo para picar? —comentó Mike, echando un vistazo a la carta. Ni me lo pensé.

—Por mí sí, que no he desayunado. —Miré hacia delante—. ¿A ti te apetece algo, Maia?

Negó con un amago de sonrisa.

—No, estoy bien.

El camarero apareció un minuto después. Pedimos tres pintas, un refresco y una ración de alitas para compartir.

—¿Las queréis con o sin picante?

—Con mucho picante, por favor.

Sonreí ante la petición de mi amigo y el camarero se marchó de allí con las cartas en la mano. Observé a Maia sin poder evitarlo; tenía la mirada perdida al otro lado de la ventana pero no parecía incómoda. Quizá un poco cohibida, pero no me extrañaba: era la primera vez que veía a mis amigos fuera del trabajo. Aun así, había aceptado el plan en vez de quedarse sola en casa, y por la reacción de los chicos, estaba seguro de que a ellos tampoco les molestaría que eso se repitiera en un futuro.

Cogí un posavasos y lo hice girar entre mis dedos mientras Mike nos contaba el argumento de la película que había visto la noche anterior. Yo sonreía de vez en cuando por la gran cantidad de tacos que podía llegar a soltar el tío por minuto, pero, sobre todo, por lo gracioso que se me hacía verlos sentados juntos; él, tan gigantesco, y Maia, tan diminuta a su lado. Jack lo interrumpía de vez en cuando para añadir detalles a la trama (al parecer él también había visto la peli) o, mejor dicho, para corregirlos, y no me perdí ni una de las sonrisas que se le habían escapado a Maia, tal vez inconscientemente, pero que me hacían olvidar el cabreo con el que me había despertado ese día.

El camarero nos trajo la comanda poco después y Mike no esperó ni un segundo.

—Te vas a quemar, idiota.

Me miró con sorna y se encogió de hombros antes de llevarse la alita a la boca. Si se había quemado, el capullo lo disimuló bien. Yo rodé los ojos y bebí un poco de mi cerveza. Jack, sin embargo, fue el único caballeroso de los tres.

—¿Estás segura de que no quieres, Maia? Aquí hay suficiente para los cuatro.

Dejé la jarra sobre la mesa y la observé de reojo.

—No, tranquilo, de verdad. Todas para vosotros. —Sonrió a mi amigo, que asintió y empezó a comer tal y como había hecho Mike. Quien, por cierto, ya iba por la segunda alita. Me fijé yo y también se fijó ella, que volvió a abrir la boca—: Aunque seguro que a Mike no le importaría pedirse otra ración para él solo.

Alcé una ceja, sorprendido. Maia bromeando con mis amigos, menudo giro había dado la mañana... Y, por si hubiera sido poco, Mike soltó una carcajada que ni siquiera ella se esperaba.

—Has aprendido bien, Maia —admitió, aún con un deje divertido en la voz—. Ya sabes cómo conquistarme en mi cumpleaños.

Eso sí que la impresionó. Porque ya debía de haberse dado cuenta de que a los chicos les encantaba bromear, pero aún no lo hacían demasiado con ella. Jack también soltó una risa y yo me limité a sonreír al ver cómo se encogía en el asiento.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora