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LIAM

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—¡No, hombre, no! No puedes hacer eso...

Asentí, dándole la razón.

—Joder, ¿a ti te parece normal? Nos van a meter cinco...

—Al final voy a apagar el televisor.

Nos volvimos rápidamente hacia la voz. Harvey había salido de la cocina y se encontraba delante de nosotros, con cara de pocos amigos y los brazos en jarras. Casi nunca nos echaba la bronca, aunque últimamente estábamos más distraídos que de costumbre por culpa de la Premier.

—No, no, tranquilo —se excusó Jack enseñando las palmas de las manos—. Solo eran cinco minutitos de descanso...

—Ni descanso ni leches. Mike sigue sacando comandas y vosotros estáis aquí tocándoos las narices.

Fruncí el ceño y comprobé la hora en mi reloj.

—Harvey, si son casi las cuatro, ¿por qué no habéis cerrado la cocina ya?

Nuestro dueño murmuró algo que no llegué a entender, para después añadir:

—Díselo a tu chica.

Aquello me descolocó por completo.

Mi chica...

¿Estaba Jess allí?

Dejé a Jack enfrente de la televisión y fui hacia la parte delantera del local. Me detuve al encontrármela sentada en una mesa, a punto de hincarle el diente a su sándwich. A esa hora... A esa hora su descanso ya tenía que haber terminado. Alzó la vista un segundo y me vio. Volvió a dejar la comida en el plato y se levantó. Estaba tan extrañado que su beso me pilló por sorpresa.

—Hola, cielo.

Me humedecí los labios.

—Jess... ¿Qué haces aquí?, ¿ha pasado algo? —Era lo único que me cuadraba... Aunque se la veía la mar de contenta.

—Qué va, solo he alargado un poco más el descanso para comer. —Soltó una pequeña risa y me colocó bien el cuello del polo que debíamos llevar en el trabajo—. No suelo verte con él puesto, pero te queda genial...

Joder, claro que no solía verme con él puesto, porque de tres años que llevaba currando allí no había ido a hacerme una visita ni una sola vez.

Pero no fue eso lo que le dije:

—Ya sabes, Harvey y su obsesión por el negro.

—Pues estás muy guapo...

—Liam.

Mierda, seguía en mi horario. Me volví hacia él y asentí.

—Ahora mismo voy, Harvey.

Desapareció en la cocina y solo entonces me di cuenta de que las chicas ya no estaban en la barra. Tan solo se distinguía la silueta de Mike al otro lado de la ventana por la que nos pasábamos los platos. Aún había uno, así que me disculpé con Jess y fui a por él.

Mike levantó una ceja.

—¿Jessica sabe hasta qué hora servimos comidas?

Tragué saliva e intenté disculparla.

—Perdona, tío, no ha podido salir antes del curro.

—Ya, es que nunca viene a estas horas.

Y dicho aquello dio media vuelta para seguir recogiendo la cocina. Vale, sí, yo también tenía ganas de marcharme, pero tampoco se iba a acabar el mundo por salir diez minutos más tarde... O lo que tardase Jess en comer.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora