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LIAM

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—Oye, has mejorado bastante...

Maia observó a Jack de reojo y sonrió.

—Es lo que tiene la práctica —dijo Mike cruzándose de brazos. Yo alcé una ceja, esperando su pullita—. Seguro que Liam le ha estado enseñando en casa.

Nos miramos. Dibujé una sonrisa sin poder evitarlo; no era precisamente eso lo que habíamos estado haciendo en casa...

—Claro, Mike, porque tengo una diana en casa, por supuesto.

Mi amigo rodó los ojos y volvió la vista a la pantalla en la que podía leerse la puntuación. Esa noche nos habíamos puesto por parejas, y Maia y yo íbamos en cabeza. Jack tenía razón, había mejorado, y la forma en la que Mike la miraba sorprendido cada vez que tiraba un dardo no tenía precio.

Los chicos habían insistido en salir aquella noche y, aunque yo hubiera preferido otro plan, no quise que sospecharan. Lo cierto era que llevaba un par de semanas dándoles largas sin saber poner una excusa decente. ¿Porque me gustaba la sensación de que Maia se tumbara a mi lado en el sofá y simplemente pasáramos el rato tentándonos? Sí, sonaba muy bien, hasta que recordaba que, a sus ojos, entre nosotros no había pasado nada. Claro que tampoco sabía hasta cuándo conseguiríamos mantenerlo en secreto... Pero aquello nos incumbía a los dos, así que Maia también tenía que opinar sobre el tema. Lo haríamos cuando ambos lo creyésemos oportuno.

Le cedió el turno a Emily y se colocó de nuevo a mi lado. Choqué mi botellín con el suyo.

—Esto está tirado —le aseguré sonriendo. Ella se mordió el labio inferior sin dejar de mirar al frente.

—¿Has hablado con ella?

—¿Cómo?

Se volvió hacia mí.

—Con Emily... —La señaló con la cabeza y yo la seguí con el ceño fruncido.

—¿A qué te refieres? ¿Hablar... sobre qué?

Maia abrió un poco los ojos. Bajé la vista a su mano, la que sujetaba el botellín, y vi cómo nos señalaba a ambos con el dedo.

—Sobre... Ya sabes.

Lo pillé. Tarde, pero lo pillé.

—No, no lo he hablado con nadie. ¿Por qué?

Hablábamos en voz baja, muy cerca el uno del otro, evitando que el resto nos prestase atención, aunque, por suerte, parecían más interesados en la jugada de Emily. No había demasiada gente en el bar y, salvo por la música que flotaba en el ambiente, la noche estaba siendo tranquila. Claro que eso daba igual; nos costaba muy poco encontrar momentos en los que poder acercarnos. Y quizá por ello me temía su respuesta.

—Últimamente está... rara. Como si supiera algo que yo no sé. —Tragó saliva—. Bueno, o que en este caso, sí que sé...

Me miró a través de las pestañas y yo deseé acortar la poca distancia que había entre los dos. Sin embargo, me contenté con dedicarle una sonrisa.

—¿Te ha dicho algo? —curioseé.

—No, eso es lo raro... Me mira como si quisiera decírmelo pero, al final, no dice nada.

Observé a mi mejor amiga. Estaba claro, la muy cabrona sabía incluso más que nosotros... Si ya me lo había dejado ver esos días, aquella noche me lo aseguró. Y, sin embargo, preferí desviar el tema.

—Conozco a Emily desde hace mucho, si hay algo que le ronda la cabeza, no tardará en soltarlo.

Maia torció la boca pero no dijo nada más. No hizo falta porque, al poco rato, cuando la partida llegó a su fin y yo me acerqué con Emily a la barra para pedir otra ronda, ella lo dijo todo:

—Hacéis buena pareja.

Estuve a punto de tirar los botellines.

—¿Qué?

Ella sonrió traviesa.

—En los dardos, ya sabes.

Cogí aire y lo solté despacio. Sí, en los dardos...

Ojalá haberme dado cuenta. 

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora