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MAIA

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Oliver y yo fuimos a cenar a uno de nuestros sitios favoritos la última noche que pasaba en Londres. Lo hicimos solos porque me apetecía guardar ese momento para nosotros. Liam lo entendió y se quedó en casa. Se me escapó decirle que era el mejor y el beso que me dio antes de salir del apartamento me dejó un pelín alterada. Conseguí calmarme cuando me encontré con mi hermano en la puerta del restaurante.

La cena fue perfecta. Pedimos lo que siempre pedíamos y hablamos de todo un poco. Había echado mucho de menos su compañía. Y su risa. No pude evitar compararlo con Liam en algún momento de la noche, y es que los dos parecían especialistas en sacarme sonrisas. Como digo, todo fue genial. Pero..., porque siempre hay un pero..., no dejaba de ser la última noche. Oliver se marcharía a la mañana siguiente y aquello me impedía estar feliz al cien por cien. También se lo noté a él, sobre todo cuando salimos de allí y decidimos dar un paseo antes de que volviera al hotel.

—¿Sabes qué? —preguntó mientras me pegaba a él con el brazo. Adoraba ese gesto—. No recordaba lo bonita que es Londres en verano.

Dibujé una sonrisa un tanto triste.

—Londres siempre es bonita.

Aunque esos días había brillado más. Muchísimo más. Me encogí en su abrazo y sentí que se me arremolinaban las lágrimas en los ojos.

—Hermanita...

Cerré los ojos un segundo.

—No lo digas —le pedí sacudiendo la cabeza. Él suspiró y se detuvo, obligándome a mirarlo.

—Oye, enana, no quiero que estés triste.

Chasqué la lengua y bajé la vista.

—Eso era exactamente lo que no tenías que decir...

Y lo peor era que él sí sonreía. Sabía que lo hacía para que no me derrumbase, porque, claro, él era el mayor, el adulto, el que llevaba bien las despedidas, el que animaba al otro pasase lo que pasase. Pero yo no era así. A su lado volvía a sentirme como la hermana pequeña, la que aún tenía mucho que aprender, la que odiaba las despedidas, la que necesitaba que le recordasen que todo iba a ir bien. Sí, seguramente la Tierra siguiese girando al día siguiente, pero yo no quería separarme de él tan pronto. No era justo.

—¿No puedes cogerte otra semana de vacaciones? —curioseé como una niña pequeña. Oliver me miró con ternura y me acarició la mejilla.

—Ojalá, hermanita, ojalá.

Gruñí a modo de respuesta y él se rio mientras reanudábamos el paso. No dijimos nada en los minutos siguientes, pero no hay mejor compañía que el silencio cuando la persona que está a tu lado consigue que sea lo más cómodo del mundo.

Por desgracia, cada vez estábamos más cerca de casa. Mi hermano se había ofrecido a acompañarme y, después, se iría al hotel. Yo solo quería parar el jodido reloj para que el tiempo dejase de correr.

Se me instaló un nudo en la garganta cuando llegamos al portal.

«No llores, no llores, no llores.»

—Maia —me llamó al ver que no lo miraba. Simplemente no podía. Pero él era el maduro de los dos—. Iba a decírtelo mañana, aunque creo que ahora nos hace más falta a los dos.

Consiguió que lo mirase, confundida.

—¿De qué estás hablando? —pregunté sin poder evitarlo.

Mi hermano seguía sonriendo y yo no entendía nada. Estábamos a punto de despedirnos hasta no sabíamos cuándo, ¿por qué se mostraba tan contento?

—Verás, hermanita... Digamos que tengo una muy buena noticia. —Me sorprendió al cogerme las manos. Bajé la vista y empecé a ponerme nerviosa. Aquello parecía serio... Volví a mirarlo. Y, sin más, lo soltó—: Me han ofrecido una beca para que estudies en Ámsterdam.

No lo procesé. No lo procesé para nada.

—¿Qué?

Y la sonrisa de Oliver se hizo mucho más grande.

—Esa fue mi reacción.

Abrí la boca pero no era capaz de pronunciar palabra. ¿Qué estaba pasando?... ¿Qué acababa de decir?... ¿Una beca?... ¿Estudiar?...

Ámsterdam.

Sacudí la cabeza despacio, completamente desconcertada.

—No entiendo...

—Es muy fácil, enana. Podrías estudiar allí, conmigo, la carrera que tú quieras... Podríamos volver a vivir juntos.

Lo miré sin pestañear. Se me había secado la garganta y solo podía escuchar los latidos de mi corazón, secos, intensos. Notaba que la cabeza me daba vueltas... Notaba que todo me daba vueltas. Estaba empezando a alterarme y no sabía por qué.

Pero entonces lo vi.

Abrí los ojos. Lo vi. Mi hermano y yo. Nosotros. Siempre nosotros.

Las lágrimas cayeron sin avisar y Oliver se apresuró a limpiarlas.

—Maia...

Me puse a llorar como una niña. Fui incapaz de controlarlo. Me dejé caer en sus brazos y respiré. Lo sentí. Estaba ahí. Todo estaba ahí... Un futuro, mi casa, mi sueño, mi hermano. Mi todo. Cerré los ojos con fuerza y pedí un deseo. Soñé con él. Soñé con posibilidades. Lo vi tan claro que no pude dejar de llorar. Pero una sonrisa apareció en mi rostro. Y lo supe.

Podía volver con Oliver.

Podíamos volver a ser solo nosotros.

Únicamente...

Únicamente tenía que despegar.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora