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LIAM

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Maia era adorable. Si hubiera tenido que escoger una palabra para definirla, habría sido esa sin duda. Era la imagen que daba, la sensación que despertaba en todos los que la conocíamos.

Harvey tampoco tardó mucho en darse cuenta. La trataba como a su hija. Seguía siendo duro, pero ella parecía su debilidad. Trabajaba bien, trataba a los clientes de la mejor manera posible y llenaba el bar de una luz especial. Había cambiado tanto desde que la conocí...

Y, por supuesto, a mí era al que más había conquistado.

Aquel mes empezó a servir las mesas conmigo. Era un gran paso, teniendo en cuenta el poco tiempo que llevaba trabajando con nosotros, pero se la veía tan cómoda y lo hacía tan bien que a todos nos pareció acertado el cambio. Además, con la llegada del buen tiempo, cada vez aparecían más clientes en la terraza, por lo que Emily y yo agradecimos que Maia abandonase la barra y nos echase una mano.

Claro que yo también lo agradecí por otros motivos.

—Megan, necesito un botellín y una hamburguesa de queso.

Levanté la cabeza mientras seguía limpiando una de las mesas interiores. Cada día estaba más guapa. Había cogido algo de peso las últimas semanas y el pelo le brillaba más. Joder, qué digo, toda ella brillaba más. Me eché el trapo al hombro cuando terminé y me acerqué a la barra. Megan ya había colocado la cerveza en la bandeja, así que me adelanté.

—Ya lo saco yo.

Maia me miró sorprendida.

—Voy bien...

Y era cierto, pero esa mañana estaba currando de lo lindo, y también se merecía descansar un poco.

—El problema es que vas tan bien que al final me vas a quitar el puesto —opté por bromear y le guiñé un ojo cuando Megan se dio la vuelta.

—Harvey te adora más que a mí...

Esbocé una sonrisa. Empezaba a gustarme mucho lo de que me siguiera el juego... Me incliné hacia ella para susurrar:

—No te creas, es demasiado fácil cogerte cariño.

Megan me tendió la hamburguesa y me apresuré a coger la bandeja antes que ella.

—Meg, se queda un rato contigo, ¿vale?

—¡Genial!

Entonces sí, me giré, no sin dedicarle una última mirada. Salí a la terraza con una sonrisa por culpa de lo adorable que estaba cuando se sonrojaba.

Aunque no me duró mucho.

—Hola, tío.

Y me llamaba tío... Cojonudo.

—¿Qué hay, Charlie? —Dejé el botellín y la hamburguesa en su mesa. Sujeté la bandeja con el codo y me quedé allí. Si me iba, iba a parecer un desconsiderado... Aunque era lo único que me pedía el cuerpo.

—Oye, estas hamburguesas están cojonudas —comentó mientras se acercaba el plato—. Tienes que decirme cómo las hacéis.

Forcé una sonrisa y eché un vistazo a la puerta cuando Emily salió para continuar sirviendo al resto de las mesas. Deseé con todas mis fuerzas que aquella charla no fuera para largo.

Charlie había vuelto a mudarse a Londres ese mismo mes por el curro. El mismo que yo llevaba años buscando... Estaba trabajando en el guion de una película independiente, nada del otro mundo, pero por algo había que empezar. Él... Él siempre había ido un paso por delante de mí. Notas más altas, trabajos más completos, expedientes más limpios...

¿Le odiaba por ello? No, claro que no.

Pero sí lo odiaba por lo mucho que me lo restregó en su día.

Y ahora estaba allí, alabando la comida que servía en el bar donde llevaba currando tanto tiempo... Probablemente, sin ningún tipo de maldad, sin segundas. Pero a mí me sentó como una patada en los huevos.

Después de tanto tiempo soportando las quejas de mi padre, asumiendo que quizá aquel mundo no estaba hecho para mí, él aparecía de nuevo en mi vida para recordarme que daba igual lo que te esforzases por conseguir algo; siempre habría alguien que lo hiciera mejor que tú.

—Ya veo que hoy estáis a tope. —Volví a la realidad y fruncí ligeramente el ceño al ver que seguía teniendo la jodida costumbre de hablar con la boca llena—. La chica que me ha servido antes... ¿Cómo se llama?

Me tensé e, inconscientemente, miré a Emily.

—No, no, la otra. La morena... Es muy guapa.

Sí, siempre habría alguien que lo hiciera mejor que tú.

Pero no aquello.

—Perdona, Charlie, tengo que volver dentro. Luego hablamos.

Crucé la puerta apretando la mandíbula y dejé la bandeja en la barra. Megan y Maia estaban vaciando el lavavajillas y las dos me miraron.

—Voy a seguir limpiando las mesas —conseguí decir antes de que alguna de las dos quisiera saber qué narices me pasaba.

No llevaba ni cinco minutos con la primera cuando Emily se sentó encima.

—¿Qué haces?

Sonreía como una condenada y yo tragué saliva.

—¿Protegiendo a tu chica?

Estuve a punto de tirar el jodido trapo al suelo.

—¿De qué hablas? —me atreví a preguntar, intentando que no lo notara demasiado. Pero, joder, claro que lo había notado.

Su sonrisa se hizo más grande y llevó los ojos a la barra antes de volver a mirarme.

—Tranquilo, guapo, yo lo mantengo ocupado...

—Em. —La detuve con la mano cuando intentó bajarse de la mesa—. Déjalo. No es una buena persona.

—Pero está bueno.

Resoplé.

—Emily...

—Relájate, papi —bromeó. Sabía que aquel mote me sacaba de mis casillas—. Sé lo que me hago. Y, por lo que veo, tú también.

Alzó las cejas un par de veces y me vi obligado a bajar la vista. Volvió a llamar mi atención golpeándome con el codo.

—¿Cuándo pensabas contármelo?

La culpabilidad se apoderó de mí unos segundos, pero enseguida la transformé en sorpresa.

—¿Cómo narices...?

—Se llama intuición femenina, cariño. —Se bajó de la mesa de un salto y, antes de dar media vuelta, añadió—: Ah, y que últimamente he tenido que fregar más babas que de costumbre.

La fulminé con la mirada y ella se marchó soltando una carcajada. Cuando atravesó la puerta de la trastienda, me giré. Maia me observaba con la duda en los ojos, pero esbozó una sonrisa a los pocos segundos que me mantuvo embobado más de la cuenta. Hasta que Emily apareció de nuevo, pasó por mi lado y murmuró:

—Las babas...

Sacudí la cabeza y carraspeé. Aún sonreía cuando la perdí de vista. La muy cabrona...

No podía tener más razón.

Alas para volar ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora