O.V.A. (9) [El Rayo de Kami-Sama]

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El olor de la cena inundaba las fosas nasales de la hija del Cadre Baraquiel, el Rayo de Dios. Pero su cerebro no estaba pendiente a la comida que preparaba su padre desde la cocina de la casa donde vivía con su progenitor. No, su cerebro no prestaba atención a tan banales sensaciones, no mientras estuviera haciendo lo que la ha tenido entretenida todas las noches antes y después de cenar: leer. Akeno leía y releía un libro en específico que se encontró un día en el despacho de su padre. Estaba en japonés a diferencia del resto: "Memorias de una Miko" era el título y su autora era Shuri Himejima, su madre. 

Su era cautivada por las vívidas palabras y descripciones que su madre dejó por escrito en el libro. La joven nephilim apenas se acordaba de ella, solamente tenía 6 años cuando fue secuestrada por los demonios, por lo que sus recuerdos era muy vagos y borrosos. Recordaba ayudarla limpiando la entrada del templo donde ellas dos vivían, situado en Kuoh. También se acordaba de asistirla en los diversos ritos sintoístas del templo, a los cuales asistían muchas personas, entre ellas un joven castaño de ojos color miel. Esos eran los únicos recuerdos que tenía de su madre Shuri, por lo que sus Memorias eran para ella como ver por una ventana que había sido cerrada de golpe hace doce años.

Acostada en su cama, ella leía y leía haciendo oídos sordos a toda cosa ajena que no estuviera relacionada con ese libro o su difunta madre. Ese libro se había vuelto la adicción de Akeno estos últimos días desde que había regresado de su cautiverio en Lilithbēt, pues en lo más oscuro de la mazmorra, su madre era un faro que la alumbraba en esos momentos. Es por eso que cuando regresó a casa, le pidió a su padre el libro que estaba en su despacho. Quería saber más de ella y Baraquiel no rechistó en dárselo, sabía que esa curiosidad era normal en ella. 

Pero ahora, que estaba la cena lista y servida en la mesa, el Cadre estaba arrepintiéndose de habérselo dado. Sin lugar a dudas, el chantaje emocional lo había heredado de su madre. El Cadre se asomó al cuarto de su hija para verla acostada en su cama leyendo el libro de su difunta esposa. Era un calco a Shuri y un vivo recordatorio del amor que se tuvieron ambos, el Cadre de Grigory y esa humana miko que conoció hacía exactamente 18 años.

―Akeno hija, la cena está preparada... ―dijo el Cadre a su hija, la cual parecía ignorarle completamente estando absorta en su lectura. 

Baraquiel sabía qué hacer en estos casos. Si ella estaba tan interesada en su madre, él le contaría cómo la conoció y cómo Padre les bendijo con su concepción aquella lluviosa noche de marzo. Era hora de que ella supiera esa historia, aunque le tardara toda la noche relatarla. El Cadre sonrió afligido rememorando a su difunta esposa y habló.

―Hija, ¿quieres saber cómo conocí a tu madre? ―pronunció el Cadre con una voz tranquila y amorosa a su hija, quien dejó el libro en su regazo y miró a Baraquiel con ojos cristalinos.

―¿Enserio? ―dijo Akeno con voz de corderito como si fuera una niña pequeña ante la idea de que su padre le contara de primera mano la historia de su madre.

―Así es. Pero vente a cenar, te lo contaré después de cenar. ―contestó el Cadre saliendo de la habitación de Akeno para ir al salón a cenar con su hija.

Mientras ambos cenaban amenamente, la bella nephilim no paraba de preguntar a su padre todo tipo de cosas acerca de su madre, a lo que a todo el Cadre le respondía con un cariñoso "Todo a su debido tiempo hija". Terminaron de cenar en menos de media hora y, una vez recogido la mesa y colocados los platos en el lavavajillas, ambos se sentaron en el sofá frente a la chimenea para que Akeno escuchara al fin la historia. 

―¿Cómo la conociste papá? ―preguntó su hija a lo cual Baraquiel giró su cabeza hacia la chimenea y comenzó a narrar.

―Verás, todo comenzó... ―inició el relato el Cadre ante la atenta mirada y oídos de su hija Akeno. Esto iba a ser largo.

El Dragón Carmesí De Grigory. (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora