|EXTRA| ROCES PELIGROSOS

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HIDAN

Inhalo y exhalo, pero no estoy tranquilo.

La sangre se desliza fácilmente por el piso debido a la matanza que presencio siendo yo mismo el protagonista. No hay calma ni siquiera cuando se supone que debe haberla y el pensamiento de que justamente en este momento algo pueda estarle pasando me exaspera al punto de que yo solo quiero mandar todo a la mierda, violar los protocolos y cargarme de enemigo al mundo entero si eso me da la certeza de encontrarla.

—Que salvajismo. —La voz burlesca que hay detrás de mí no me hace girar, pero accedo a su compañía cuando me tiende un fino pañuelo de seda en el que están grabadas sus iniciales. Casi me río porque lo excéntrico lo mantiene aún si dice que no. — ¿Quién lo diría? Hidan Sjøholt valiendo mierda nuevamente por una mujer.

La altanería en su voz es clara, así como la sonrisita maquiavélica que me hace bufar una risita igual de pretenciosa que la suya. Entiendo el peso de su palabra, incluso de su presencia porque fui yo quien lo formó, pero eso no le da pasos por encima de mí, así que al terminar de limpiarme las manos ensangrentadas le lanzo el pañuelo al pecho sin importarme si se ofende o no.

—No es una mujer cualquiera. —Digo únicamente para molestarlo, manteniendo mi vista en él, que no deja de mirar a los muertos que en cualquier momento Izav va a incinerar. Salí de la habitación completamente pulcro y con él a mi lado. —Es Lucielle Von Parker.

Me miró burlón, los ojos cayendo sobre mí con total relajo. En el fondo sabía que le ardía por dentro que le diera la misma importancia que a alguien de mi sangre. Diederick tenía una versión errónea de mi relación con Lucielle, pero por los momentos esclarecer esa información no me interesaba ni me servía. Yo no ganaba nada dispersando sus dudas.

—Tan lindo, tan tierno.

La comisura de mi boca se elevó porque era extremadamente notorio el fastidio envuelto en una falsa careta de diversión. Para Derick, ella era solo un problema, para mí, muchas cosas.

—Mándame la invitación a la boda cuando la consigas. —Dijo de un momento a otro y luego de un silencio agrego: —Para no ir.

Solté una carcajada perdiendo toda la seriedad del momento, pero él siguió igual de impasible mientras sus ojos se mantenían en la ciudad del pecado. Ciudad suya en su totalidad, no había negocio que no fuera suyo. Había sido una etapa rebelde que terminó dándole los frutos positivos para ampliar los ceros en las cuentas de banco y conocer a los adecuados para mancharse las manos literalmente, también a otros, teniendo los medios necesarios para hacer que se las ensucien por nosotros.

Lo miro con más atención y noto el traje beige en su totalidad que lo hace ver como un maldito modelo mafioso de anime. El cabello blanco le está creciendo y lo tiene tan salvajemente que parece un vagabundo metido en el cuerpo de un magnate.

—No entiendo. —Dijo después de todo el rato de silencio.

Retomé la compostura que no debía perder porque sabía que iba a seguir, que no se callaría y que indagaría hasta tomar las piezas necesarias y faltantes para sacar sus propias conclusiones y actuar en base a ellas. Siempre había sido un juego mutuo, un tira y afloja que volvía todo más divertido, pero cuando se trataba de ella, jamás le había dado una sola migaja. No me interesaba hacerlo, no era de su incumbencia saber o entender por qué ayudé a una desconocida que no era tan desconocida, al fin y al cabo.

Diederick era una persona controladora con un temperamento evasivo y arrogante, por eso el silencio en este caso era aún más divertido: porque polos iguales se repelen.

Los juegos de una Traición.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora