Capítulo 79: El Secreto de Lucenya

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En las cavernas de Rocadragón, donde la piedra negra y la lava creaban un santuario ardiente, Lucenya se preparaba para la batalla. Su determinación era un fuego tan intenso como el que alimentaba a los dragones. Vestida con una armadura oscura adornada con el emblema de los Targaryen, se vendaba el abdomen con manos firmes, ocultando cuidadosamente el pequeño abultamiento que comenzaba a notarse.

Lucenya sabía que el riesgo era inmenso. Había sentido las señales semanas atrás, una intuición que se confirmaba con cada día que pasaba. Pero no había tiempo para vacilar. Jaehaera estaba en King's Landing, y cada momento de duda era un momento que la separaba más de su hija.

Mientras ajustaba su armadura, escuchó pasos tras ella. Se giró rápidamente, encontrándose con la mirada seria de Baela, quien había descubierto su secreto.

—No puedes ocultarlo de mí, Lucenya —dijo Baela, cruzándose de brazos—. ¿Cómo puedes siquiera pensar en subir a un dragón, en ir a la guerra, en ese estado?

Lucenya apretó los labios, terminando de ajustarse las vendas.
—Porque no tengo otra opción.

Baela dio un paso adelante, su expresión llena de preocupación y frustración.
—Tienes más opciones de las que crees. Podrías quedarte aquí. Podrías protegerte, protegerlo.

Lucenya la miró con una mezcla de cansancio y determinación.
—Nos dicen que nacemos para ser madres y esposas. Nos enseñan que nuestra única responsabilidad es criar a nuestros hijos y servir a nuestros maridos. Pero, ¿sabes qué creo, Baela? —Se acercó, sus ojos ardiendo con una intensidad que rivalizaba con el fuego del volcán—. Nuestro destino no es un sacrificio. Es una condena impuesta por ellos.

Baela retrocedió ligeramente, sorprendida por la dureza en las palabras de su prima.
—¿Y qué harás? ¿Arriesgar tu vida y la de tu hijo por un futuro que ni siquiera puedes garantizar?

Lucenya inclinó la cabeza, sus labios formando una línea dura.
—Voy a luchar por mi hija, porque si no lo hago, nadie más lo hará. No me quedaré sentada mientras Aegon y Alicent deciden el destino de Jaehaera como si fuera un trofeo.

Baela respiró hondo, intentando calmarse.
—Si vas, no estarás sola. Pero debes ser consciente de lo que está en juego, Lucenya. No solo por ti, sino por todos los que te seguimos. Si algo te pasa…

Lucenya le puso una mano en el hombro, su expresión más suave ahora.
—Nada me pasará. Soy una Targaryen. Y mi sangre, mi legado, sobrevivirán al fuego y al acero.

Más tarde, mientras los dragones rugían y los guerreros ajustaban sus espadas, Lucenya caminaba entre ellos con la cabeza en alto. Jacaerys la observaba desde la distancia, sus ojos llenos de preocupación y admiración. Rhaenyra, aunque reacia, no había tratado de detener a su hija, sabiendo que sus palabras serían inútiles.

Montada en Valkar, Lucenya se elevó hacia el cielo, su silueta imponente contra el amanecer. En su corazón, la furia y la determinación se mezclaban con un secreto profundo, uno que solo ella y Baela conocían.

La guerra por Jaehaera sería sangrienta, pero Lucenya estaba dispuesta a enfrentarlo todo, sin importar el costo. Su hija y su destino estaban en juego, y no permitiría que nadie más los definiera por ella.

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