Capítulo 78: La Persuasión de Alicent

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En el salón privado del Red Keep, Alicent observaba a Aegon con una mezcla de dureza y ternura. Había visto a su hijo derrumbarse una y otra vez desde que se enteró de que Lucenya estaba viva y aliada con Jacaerys, pero ahora que las noticias del regreso de Valkar habían llegado, la situación era más peligrosa que nunca.

—No puedes permitir que te la arrebaten, Aegon —dijo Alicent, su tono firme pero cargado de urgencia—. Jaehaera es tu hija. Nuestra sangre. No puede ser criada en Rocadragón, bajo la influencia de Rhaenyra y ese traidor de Jacaerys.

Aegon, sentado junto a una copa de vino que no había tocado, miraba hacia la ventana, evitando la mirada de su madre. Sus pensamientos eran un caos. Amaba a Lucenya más de lo que podía expresar, y cada día lejos de ella era un tormento. Pero sabía que el vínculo que compartían se había roto, quizá de forma irreparable.

—No se trata de ellos, madre —respondió finalmente, con voz cansada—. Se trata de Lucenya. Ella quiere a nuestra hija. ¿Cómo puedo negárselo?

Alicent dio un paso hacia él, colocándose frente a su hijo.
—Porque no es solo Lucenya quien criará a Jaehaera. ¿Crees que Jacaerys, su amante, permitirá que la niña crezca sin adoctrinarla contra ti? ¿Contra nosotros? ¿Crees que Rhaenyra, quien nunca ha reconocido tu legitimidad, no usará a Jaehaera como un arma en esta guerra?

Aegon cerró los ojos, su mandíbula tensándose. Las palabras de Alicent resonaban con verdad, pero el conflicto en su corazón seguía siendo insoportable.

—Lucenya no es como ellos —dijo finalmente, con un hilo de esperanza en su voz—. No buscaría hacerme daño usando a Jaehaera.

Alicent negó con la cabeza, frustrada.
—¿Y si estás equivocado? ¿Y si su amor por Jacaerys la ciega? Aegon, por los Siete, entiende esto: si entregas a Jaehaera, la pierdes para siempre. Y no solo a ella, sino cualquier posibilidad de que el pueblo te respete. Ya dudan de ti por su aparente muerte. No les des otra razón para abandonarte.

Las palabras golpearon a Aegon como un látigo. Sabía que Alicent tenía razón. El pueblo no lo apoyaba como a Lucenya, y si ella regresaba con Jaehaera, sería el fin de cualquier autoridad que aún pudiera reclamar.

Esa noche, Aegon pasó horas en los jardines, observando las estrellas. Jaehaera estaba dormida en sus aposentos, y él se detuvo a observarla desde la puerta. Su pequeña respiraba suavemente, con una paz que parecía inalcanzable para él.

—¿Qué debo hacer, pequeña? —susurró, su voz quebrándose.

Finalmente, tomó una decisión. Convocó a Alicent al amanecer, junto con el consejo verde.

—Jaehaera no abandonará King's Landing —anunció, con una dureza que le costaba mantener—. Si Lucenya quiere verla, deberá venir aquí. Pero no permitiré que Jacaerys o Rhaenyra la críen.

Alicent sonrió, satisfecha, aunque en su interior sabía que esta decisión traería consecuencias.

En Rocadragón, Lucenya y Jacaerys recibieron la noticia de boca de un cuervo. La reacción fue inmediata: Jacaerys apretó los puños, furioso, mientras Rhaenyra lanzaba una copa contra la pared.

—Es típico de Alicent —gruñó Rhaenyra—. Nunca dejará que su nieta esté lejos de su control.

Lucenya, sin embargo, permaneció en silencio. Sus ojos estaban fijos en la carta, como si pudiera encontrar alguna esperanza oculta entre las palabras frías y oficiales.

—Iré por ella —dijo finalmente, con una calma que ocultaba su tormento interno—. Sea como sea, traeré a Jaehaera de vuelta conmigo.

Jacaerys se acercó a ella, colocándole una mano en el hombro.
—No estás sola en esto. Si Aegon no la entrega, iremos por ella con fuego y sangre.

Lucenya asintió, pero su corazón se debatía. A pesar de todo, sabía que Aegon amaba a Jaehaera profundamente. La guerra que se avecinaba sería un acto de dolor para ambos, pero Lucenya ya no podía retroceder.

Montada en Valkar, Lucenya sobrevoló Rocadragón al amanecer, su silueta recortada contra el cielo rojo como una promesa de lo que estaba por venir. Aegon había tomado su decisión, pero Lucenya también había tomado la suya: no dejaría a Jaehaera crecer lejos de su madre, sin importar las consecuencias.

La guerra por Jaehaera había comenzado.

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