La batalla en los cielos había alcanzado su punto máximo, y mientras los dragones continuaban su lucha feroz, Aegon y Lucenya descendieron a tierra firme, dejando que el suelo bajo sus pies se convirtiera en el escenario de un enfrentamiento aún más brutal. La furia en los ojos de ambos era evidente, pero ya no era el fuego del amor lo que los impulsaba; era el dolor, la traición y las promesas rotas.Aegon aterrizó con gracia junto a Lucenya, ambos desembarcando de sus dragones. Sunfyre y Valkar, aún rugiendo en el aire, quedaron atrás, pero su presencia seguía marcando el campo de batalla. El sonido de los cascos de los caballos y el retumbar de los rugidos de los dragones apenas podían ahogar el ruido de las espadas que se chocaban en el suelo.
-¡No tienes que hacer esto! -gritó Aegon, avanzando hacia Lucenya, su voz quebrada por el dolor. El viento agitaba su cabello y la capa dorada que lo envolvía, pero su rostro reflejaba la confusión y el miedo. -¡Todavía podemos encontrar una manera de salvarnos, Lucenya! ¡Aún podemos encontrar una solución!
Lucenya lo miró con frialdad. Su rostro estaba tan marcado por el sufrimiento y la determinación que cualquier vestigio de la mujer que había sido antes parecía haberse desvanecido.
-Mi solución es mi hija. Mi familia, Aegon, la que elegí, la que nunca dejé de amar. Tú ya tomaste tu camino, y yo el mío. No hay vuelta atrás.
En un rápido movimiento, desenvainó su espada con destreza, la hoja brillando bajo el sol como un reflejo de su propio dolor. Aegon no levantó la espada de inmediato, sus manos temblaban. La visión de Lucenya, la mujer que había amado, la madre de su hija, estaba allí frente a él, lista para luchar.
-No quiero verte herida, no de nuevo... -dijo, la angustia en su voz-. Pero no puedo... no puedo dejar que sigas este camino.
Lucenya, sin vacilar, avanzó hacia él con furia renovada, su espada en alto. El sonido de los metales chocando resonó en el aire mientras sus espadas se cruzaban una y otra vez, sus movimientos llenos de fuerza y desesperación. Cada golpe que Lucenya daba era un recordatorio del dolor que sentía, de la muerte de Baelor, de las traiciones sufridas. Cada golpe que Aegon recibía era una prueba del amor roto que una vez los unió.
Aegon bloqueó su espada, pero sus ojos reflejaban la tristeza de un hombre que ya sabía que no había retorno. Cada enfrentamiento solo fortalecía el abismo entre ellos.
-¡Te amé! -exclamó Aegon, intentando frenar otro ataque-. ¡Lo hice! ¡Y lo sigo haciendo! ¡¿Por qué no puedes verlo?!
Lucenya dio un paso atrás, su respiración agitada, y bajó momentáneamente la espada. En ese breve segundo de silencio, el viento llevó las palabras de Aegon hasta sus oídos, pero no fueron suficientes para suavizar su corazón.
-Aegon, el amor ya no es suficiente. -Su voz era un susurro lleno de determinación. -Y nunca lo será.
Mientras Lucenya y Aegon continuaban su enfrentamiento mortal en la tierra, el cielo sobre ellos se llenó de furia. Jacaerys, desde lo alto, observó con desesperación la lucha de su madre, pero más aún, observó la figura de Aemond volando a lo lejos, su mirada llena de odio. La rabia lo consumía.
-¡Aemond! ¡Esto no quedará así! -gritó Jacaerys, su corazón latiendo con fuerza mientras Vermax rugía, preparándose para lo inevitable.
Aemond lo vio descender, y en su rostro se dibujó una sonrisa cruel. Vhagar, su dragón, volaba con una destreza aterradora, deslizándose por el cielo como un depredador imparable.
-¿Crees que puedes detenerme, bastardo? -gritó Aemond, mientras Vhagar comenzaba a disparar una lluvia de fuego hacia Vermax.
Jacaerys esquivó con habilidad, volando entre las nubes y haciendo giros rápidos, llevando a su dragón a una velocidad increíble. Pero Vhagar era más grande, más imponente. Aemond no dudaba ni un segundo mientras su dragón abría las fauces para lanzar otro torrente de fuego.
Jacaerys luchaba por mantener su calma. Lo había perdido todo: a su hermano Lucerys, a su hijo, y ahora su Lucenya luchaba contra Aegon, no iba a dejar que Aemond, el asesino de su hermano, se saliera con la suya.
-¡Este es el fin para ti, Aemond! -gritó, mientras Vermax lanzaba una llamarada que hizo retroceder a Vhagar. Jacaerys no perdió el tiempo y atacó una vez más.
La batalla en el aire era feroz, pero el destino de ambos estaba sellado: la guerra no los dejaría regresar. La venganza corría por sus venas, y Jacaerys no estaba dispuesto a dejar a Aemond vivir.
Aegon y Lucenya continuaban su lucha en tierra, sin dar marcha atrás. La furia de la guerra había transformado el amor en odio, y el amor en sacrificio. Los cielos rugían con el choque de los dragones, mientras que en el campo, las espadas continuaban su baile mortal. La batalla estaba lejos de terminar, y el sacrificio de los Targaryen parecía inevitable.
Con un rugido, Vermax se enfrentaban al fuego de Vhagar en una lucha sin cuartel, mientras las sombras de la traición se cernían sobre todo lo que alguna vez había sido su familia.
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Crowns Of Fire
Ciencia FicciónUna historia de dolor, redención y el futuro de la Casa Targaryen. En medio de la guerra y la traición, Lucenya debe encontrar la paz para su corazón dividido, mientras el destino de su familia y su legado penden de un hilo.