CAPITULO 37

51 4 0
                                        

Después de resolver los problemas con Shinjuro y asegurarme de que Senjuro estuviera bien, sentí la necesidad de despejar mi mente. Las últimas semanas habían sido una tormenta emocional, y deseaba un momento de calma. Por eso, esa tarde decidí ir al claro donde a menudo entrenaba. Era un lugar apartado, rodeado de árboles que se mecían suavemente con el viento, un refugio lejos de los conflictos familiares.

Cuando llegué, noté que no estaba sola. En el centro del claro, con movimientos fluidos y precisos, estaba Giyu. Su espada cortaba el aire con la misma gracia que siempre, como si cada movimiento fuera parte de un río en constante fluir. Por un momento, me quedé observándolo, fascinada por su concentración y por la serenidad que irradiaba.

Finalmente, decidí hacerme notar.

—¿Entrenando sin mí, Tomioka? —dije con una sonrisa en mis labios.

Giyu se detuvo de inmediato soltando su katana de madera de sus manos al escucharme, el se giro hacia mí con los ojos abiertos de sorpresa.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, casi con incredulidad—. Pensé que todavía estabas en el distrito rojo.

Cerré la distancia entre nosotros, guardando mis manos detrás de mi espalda con aire despreocupado.

—Hubo un asunto urgente en la mansión Rengoku —respondí, bajando un poco la mirada—. No tuve tiempo de avisarte.

Giyu frunció el ceño, y aunque su expresión seguía siendo estoica, podía percibir la preocupación en su voz.

—¿Estás bien? —preguntó, dando un paso hacia mí.

Asentí lentamente.

—Todo está bajo control ahora. Pero... fue difícil. —Hice una pausa, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. Mi padre adoptivo... ha sido un problema, y... bueno, necesitaba estar ahí para mi hermano menor.

Giyu se acercó más, dejando una corta distancia entre nosotros

—No tienes que enfrentarlo todo sola -dijo con suavidad, su voz más cálida de lo habitual—. Estoy aquí.

Esas palabras, simples pero sinceras, me hicieron sentir un nudo en la garganta. Durante tanto tiempo había asumido que debía cargar con todos los problemas de mi familia, pero en ese momento, sus palabras me recordaron que no estaba sola.

—Lo sé —respondí, con una leve sonrisa—. Gracias, Giyu.

Nos sentamos en la hierba, dejando que el silencio llenara el espacio entre nosotros. Había algo reconfortante en estar a su lado, en saber que no necesitábamos palabras para entendernos.

—¿Cómo fue en el distrito rojo? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio.

Suspiré, mirando hacia los árboles.

—Complicado. Las cosas allá no son lo que parecen, y la tensión es constante. Pero encontré algunas pistas sobre las esposas de Uzui. Aunque... —Hice una pausa, mirando mis manos—. Creo que estaba más preocupada por dejar a mi familia en este estado.

Giyu asintió lentamente, sus ojos oscuros estudiándome con atención.

—Siempre te preocupas por los demás. Es... admirable, pero no deberías olvidarte de ti misma.

Me giré hacia él, un poco sorprendida por sus palabras. Giyu no era alguien que compartiera sus pensamientos fácilmente, y cada vez que lo hacía, sentía que lo conocía un poco más.

—Lo intentaré—dije finalmente, inclinándome hacia él con una sonrisa juguetona—. Pero solo si tú también prometes no entrenar hasta agotarte.

𝑳𝒂 𝒍𝒖𝒛 𝒒𝒖𝒆 𝒓𝒐𝒎𝒑𝒆 𝒍𝒂 𝒐𝒔𝒄𝒖𝒓𝒊𝒅𝒂𝒅 [𝑳𝑰𝑩𝑹𝑶 #1 - 𝑮𝑰𝒀𝑼]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora