CAPITULO 36

44 1 0
                                        

Los días siguientes al enfrentamiento con Shinjuro fueron tensos y llenos de silencios incómodos. La mansión Rengoku, que alguna vez había sido un lugar cálido y lleno de vida gracias a Kyojuro, ahora se sentía fría, como si las paredes mismas llevaran el peso de nuestra tristeza y discordia.

Shinjuro permanecía en su habitación, saliendo solo para buscar más sake. Apenas hablaba con nosotros, y cuando lo hacía, era con gruñidos o palabras amargas que nos dejaban a Senjuro y a mí luchando por mantener la calma.

Esa mañana, mientras estaba en la cocina preparando el desayuno para Senjuro, escuché un golpe seco proveniente del pasillo. Dejé lo que estaba haciendo y me apresuré hacia el sonido, temiendo lo peor.

Al llegar, encontré a Shinjuro desplomado contra una de las paredes, con una botella rota en el suelo junto a él. Su respiración era pesada, y el olor a alcohol llenaba el aire.

—¡Padre! —grité, corriendo hacia él.

Él levantó la vista, sus ojos apenas abiertos, pero cuando me vio, su expresión se torció en una mezcla de desprecio y cansancio.

—¿Qué quieres? —gruñó, tratando de levantarse pero fallando.

—Quiero que dejes de destruirte —respondí, mi voz firme—. Por Senjuro. Por Kyojuro. Por ti mismo.

Shinjuro soltó una carcajada amarga, su cuerpo tambaleándose mientras intentaba sentarse.

—¿Por mí mismo? —repitió con sarcasmo—. No hay nada por lo que vivir. Kyojuro era todo. Él era el orgullo de esta familia. Ahora, no queda nada, incluso Ruka se fue cuando más la necesitaba.

Sus palabras me enfurecieron. Me arrodillé frente a él, tomando su rostro entre mis manos para obligarlo a mirarme.

—¡Eso no es cierto! —le grité, sintiendo las lágrimas arder en mis ojos—. ¡Tienes a Senjuro! ¡Nos tienes a nosotros! Pero te estás perdiendo en el dolor y estás arrastrándonos contigo.

Shinjuro apartó mi mano con brusquedad, pero no con la fuerza suficiente para hacerme daño.

—No entiendes nada —susurró, mirando hacia la botella rota en el suelo—. Nunca entenderás.

Respiré hondo, intentando calmar mi ira.

—No, no entiendo —admití, con un tono más bajo pero lleno de firmeza—. Pero estoy aquí. Y siempre estaré aquí, incluso si me rechazas una y otra vez. No voy a abandonar a Senjuro. Y no voy a abandonarte, aunque me des todas las razones para hacerlo.

Por un instante, creí ver algo en sus ojos, una chispa de arrepentimiento o tal vez de gratitud. Pero desapareció tan rápido como apareció.

[Una conversación con Senjuro]

Más tarde esa noche, me senté con Senjuro en su habitación. Él estaba en su futón, abrazando una pequeña caja de madera que contenía recuerdos de Kyojuro: una cinta para el cabello, una pequeña daga ceremonial y un dibujo que habían hecho juntos cuando era más pequeño.

—Hermana... —dijo de repente, rompiendo el silencio—. ¿Crees que nuestro padre volverá a ser como antes?

Su pregunta me dejó sin palabras por un momento. Quería decirle que sí, que todo mejoraría con el tiempo. Pero no podía mentirle.

—No lo sé, Senjuro —respondí finalmente, tomando su mano—. Pero lo que sí sé es que seguiremos aquí para él, pase lo que pase. Y juntos, encontraremos una manera de sanar esta familia.

Senjuro asintió, aunque su expresión seguía siendo triste.

—A veces sueño con Kyojuro —confesó, con una pequeña sonrisa—. En mis sueños, me dice que sea fuerte y que cuide de ti.

𝑳𝒂 𝒍𝒖𝒛 𝒒𝒖𝒆 𝒓𝒐𝒎𝒑𝒆 𝒍𝒂 𝒐𝒔𝒄𝒖𝒓𝒊𝒅𝒂𝒅 [𝑳𝑰𝑩𝑹𝑶 #1 - 𝑮𝑰𝒀𝑼]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora