La luna iluminaba el sendero mientras regresaba a la mansión de Giyu. Aunque el demonio había sido derrotado y la misión era un éxito, mi cuerpo estaba agotado y lleno de marcas del enfrentamiento. Los cortes en mis brazos y piernas ardían con cada movimiento, y un golpe en mis costillas me dificultaba respirar profundamente. Pero había algo que me impulsaba a seguir adelante: sabía que Giyu estaría esperando.
Cuando crucé la entrada de su mansión, el sonido de mis pasos en la madera resonó en la quietud. Apenas alcancé a entrar cuando su figura apareció desde el corredor, su expresión habitual de serenidad quebrándose al verme.
—Estás herida... —dijo, con una mezcla de preocupación y reproche.
—No es nada grave. Estoy bien —respondí, aunque mi voz traicionaba el cansancio que sentía.
Giyu no dijo nada más. En silencio, me tomó del brazo con delicadeza y me guió hacia una de las habitaciones.
La habitación estaba tenuemente iluminada por la luz de una lámpara de aceite. Giyu me sentó en un cojín y se inclinó para buscar un botiquín. Cuando regresó, me miró directamente a los ojos.
—Quítate el haori. Déjame ver las heridas.
Sabía que no tenía sentido discutir con él, así que obedecí. Me quité el haori y dejé que mis brazos descansaran sobre mis rodillas. Los cortes, aunque superficiales, habían manchado mi ropa con sangre seca. Giyu tomó una gasa y un frasco de antiséptico, y comenzó a limpiar cada herida con movimientos cuidadosos.
—Deberías haber sido más cuidadosa —murmuró, con el ceño ligeramente fruncido.
—No fue tan malo como parece. Además, Sanemi y Obanai estaban allí. Todo salió bien.
Giyu detuvo sus movimientos por un momento, como si estuviera procesando mis palabras. Luego habló, su tono más bajo. —No me importa cómo salió la misión. Me importa que vuelvas a salvo.
Su sinceridad me tomó por sorpresa. Lo observé mientras continuaba atendiendo mis heridas, sus manos firmes pero gentiles. A menudo parecía distante, pero en momentos como este, su preocupación era palpable.
—Siempre vuelvo a ti, Giyu —dije suavemente.
Él levantó la vista, y nuestras miradas se encontraron. Por un momento, no hubo necesidad de palabras. La intensidad en sus ojos hablaba de una preocupación profunda, casi como si temiera perderme en cada misión.
Cuando terminó de atenderme, recogió el botiquín y lo dejó a un lado. Luego, se sentó frente a mí, sin apartar la mirada.
—No sé cómo lo haces —dijo, rompiendo el silencio.
—¿Hacer qué?
—Cargar con tanto. Eres fuerte, más de lo que creo que a veces soy capaz de ser.
Me incliné ligeramente hacia él, tomando su mano entre las mías. —No soy tan fuerte, Giyu. Tengo mis miedos, mis dudas... Pero tú eres mi refugio. Saber que estás aquí me da fuerzas.
Giyu pareció luchar por encontrar las palabras adecuadas. Finalmente, apretó suavemente mi mano y habló con un tono que rara vez usaba.
—Si pudiera, te protegería de todo. No quiero que sigas enfrentando tanto dolor, pero sé que no puedo detenerte. Solo quiero que recuerdes... que no importa cuán lejos estés, siempre estaré esperando por ti.
Su confesión hizo que mi corazón se acelerara. Me incliné aún más, apoyando mi frente contra la suya. —Lo sé. Y yo siempre volveré.
En ese momento, las cicatrices, los cortes y el cansancio quedaron en segundo plano. Todo lo que importaba era la conexión que compartíamos, el ancla que nos mantenía firmes en medio de un mundo caótico.
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𝑳𝒂 𝒍𝒖𝒛 𝒒𝒖𝒆 𝒓𝒐𝒎𝒑𝒆 𝒍𝒂 𝒐𝒔𝒄𝒖𝒓𝒊𝒅𝒂𝒅 [𝑳𝑰𝑩𝑹𝑶 #1 - 𝑮𝑰𝒀𝑼]
AcakUn joven frío y reservado, marcado por la pérdida de su familia y el sacrificio de su mejor amigo, vive aislado del mundo, incapaz de expresar sus emociones. Su vida cambia cuando conoce a una chica llena de carisma y belleza, quien lo recuerda de u...