CAPÍTULO 33

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El paso de los días en la casa Ogimoto fue una mezcla de agitación y calma. A pesar de la inquietud que me invadía constantemente, la fachada de la casa seguía siendo un refugio de lujo y riqueza. El sonido de las risas de las otras mujeres, las conversaciones animadas y los ecos de la música tradicional flotaban por los pasillos, pero en mi mente, todo era confusión. Cada día me veía obligada a adaptarme a la rutina de este mundo extraño, donde no podía confiar ni en la atmósfera que me rodeaba.

Al principio, la directora de la casa, Ogimoto, y las demás mujeres me observaban con una mezcla de interés y recelo. Los días pasaban entre conversaciones que no entendía del todo, pero que me ayudaban a familiarizarme con las costumbres y las reglas no escritas de este lugar. Mi misión era clara: obtener información, pero los medios para conseguirlo no lo eran.

Cada día, tras el amanecer, me despertaba con el sonido de las campanas del templo cercano, anunciando el comienzo de un nuevo ciclo. Mis mañanas comenzaban con un ritual silencioso, donde las otras mujeres de la casa me observaban como si estuvieran evaluando mis movimientos. A veces, una de ellas se acercaba para ayudarme con el maquillaje, para ajustar las piezas del kimono o para alisarme el cabello. Todo debía ser perfecto.

Las conversaciones a menudo giraban en torno a historias de clientes o a comentarios sobre los hombres que frecuentaban la casa. De vez en cuando, Ogimoto se unía a nosotros para darnos instrucciones más detalladas sobre cómo comportarnos con los invitados y cómo asegurarnos de ganar su favor. Era claro que ella estaba acostumbrada a tener el control absoluto de la situación, y todos debíamos seguir sus reglas sin cuestionarlas.

Una tarde, mientras me encontraba en el jardín, mirando el reflejo de las flores en el agua del estanque, una de las mujeres que había mostrado un poco de desconfianza hacia mí se acercó. Su nombre era Kaori, una joven de ojos oscuros que siempre me observaba con una mezcla de curiosidad y envidia.

—¿Por qué crees que el te trajo aquí? —preguntó, su voz suave pero cortante.

Me sorprendió su pregunta directa, pero decidí no mostrar debilidad.

—No lo sé. —respondí, manteniendo la calma mientras mi mirada se deslizaba por las flores flotantes. —Solo sigo las órdenes.

Kaori sonrió con una media sonrisa, aunque no alcanzó a llegar a sus ojos.

—No lo digas tan fácilmente. —dijo, dando un paso más cerca. —Este lugar no es tan simple. Y el no trae a cualquiera aquí

Mi corazón dio un vuelco, pero no dejé que se notara. La presión de la situación era más fuerte de lo que pensaba, y las palabras de Kaori no hacían más que aumentar esa sensación de incertidumbre. Podía sentir que su mirada estaba fijada en mí, evaluando cada movimiento.

—No estoy aquí para hacer amigos. —respondí finalmente, sin mirarla.—

Kaori no respondió de inmediato, pero sus ojos brillaron con una mezcla de respeto y desconfianza. Fue como si me hubiera reconocido como alguien que no pertenecía a este mundo, pero que, sin embargo, estaba aquí para quedarse.

[Más tensiones dentro de la casa]

En los días siguientes, cada encuentro con las demás mujeres en la casa Ogimoto se volvía más tenso. Algunas no podían ocultar su frustración al ver cómo Uzui mi belleza, mientras otras comenzaban a acercarse a mí con una extraña amabilidad. Las miradas furtivas, los susurros detrás de las cortinas, todo comenzaba a pesarme.

Una tarde, mientras me encontraba en el salón principal de la casa, Ogimoto entró con una de las mujeres más antiguas de la casa, que había sido mencionada como una especie de supervisora. Esta mujer, llamada Tetsuko, tenía una actitud de autoridad inquebrantable, y sus ojos escudriñaban a todos con una mirada que podía penetrar el alma.

𝑳𝒂 𝒍𝒖𝒛 𝒒𝒖𝒆 𝒓𝒐𝒎𝒑𝒆 𝒍𝒂 𝒐𝒔𝒄𝒖𝒓𝒊𝒅𝒂𝒅 [𝑳𝑰𝑩𝑹𝑶 #1 - 𝑮𝑰𝒀𝑼]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora