𝑳𝒂 𝒍𝒖𝒛 𝒒𝒖𝒆 𝒓𝒐𝒎𝒑𝒆 𝒍𝒂 𝒐𝒔𝒄𝒖𝒓𝒊𝒅𝒂𝒅 [𝑳𝑰𝑩𝑹𝑶 #1 - 𝑮𝑰𝒀𝑼]

CAPÍTULO 80

Esa noche, después de un día cargado de emociones y malestar, me retiré temprano a mi habitación. El cansancio físico y emocional me pesaba más que nunca, y mientras me recostaba en el futón, mis pensamientos se desbordaron. Las palabras de Giyu, mi propio malestar, y la preocupación en los ojos de mi padre y Senjuro rondaban mi mente sin descanso.

Mientras intentaba conciliar el sueño, escuché un leve golpe en la puerta corrediza. Antes de que pudiera responder, mi padre entró, con una calma inusual en su andar. En sus manos llevaba una pequeña linterna, cuya luz suave iluminaba su rostro marcado por los años y las batallas.

—Padre —murmuré, incorporándome ligeramente—. ¿Todo está bien?

—Debería ser yo quien te pregunte eso, hija. —Se sentó junto a mi futón, dejando la linterna a un lado. Luego, con un gesto que no veía desde mi infancia, alargó la mano para acariciar mi cabello con suavidad.

Ese gesto me sorprendió, pero no lo rechacé. Era raro ver a mi padre tan sereno, tan abierto. Su toque, aunque torpe, estaba lleno de una calidez que me recordó a los días en que mi madre aún estaba con nosotros.

—Tu madre, Ruka, solía hacer esto cuando eras pequeña —dijo después de un largo silencio, su voz grave y melancólica—. Cuando te sentías mal, ella se sentaba contigo hasta que te quedabas dormida. Decía que sus caricias te ayudaban a calmarte.

Cerré los ojos un momento, permitiendo que el recuerdo de mi madre llenara el espacio entre nosotros.

—La extraño tanto, padre... a ella, a Kyojuro. A veces me pregunto si estoy haciéndolos sentir orgullosos, si estoy siguiendo su ejemplo como debería.

Él suspiró profundamente, como si mis palabras hubieran tocado una herida que nunca había cerrado del todo.

—Ruka y Kyojuro... eran la esencia misma de esta familia. Tu madre, con su bondad infinita, y Kyojuro, con esa pasión ardiente que iluminaba cualquier lugar al que iba. —Hizo una pausa, su voz temblando ligeramente—. Pero no necesitas ser como ellos, hija. Tú eres tú, con tu propia fuerza, luz y tu propio camino. Eso es lo que los haría sentir orgullosos.

Sus palabras tocaron algo en mí, una chispa de consuelo en medio de la tormenta que había sentido durante el día.

—Padre, ¿cómo lo haces? ¿Cómo sigues adelante después de haber perdido tanto?

Me miró con sus ojos profundos y cansados, cargados de sabiduría que venía del dolor.

—No es fácil, hija. Algunas veces, ni siquiera quiero levantarme por la mañana. Pero luego pienso en lo que Ruka y Kyojuro habrían querido. Pienso en ti, en Senjuro... y me doy cuenta de que no puedo rendirme. Ellos no querrían que lo hiciera.

Sus palabras resonaron en mi pecho, llenándome de una nueva determinación.

—Eres fuerte, hija. Más fuerte de lo que crees. Lo vi en Kyojuro y lo veo en ti. Pase lo que pase con Giyu, o con cualquier otra cosa, confía en tu fortaleza. Y recuerda, siempre tendrás un lugar en esta casa y en nuestros corazones.

No pude evitar que las lágrimas comenzaran a deslizarse por mis mejillas. Mi padre, quien siempre había sido una figura dura y distante y con problemas de alcohol, estaba mostrándome un lado de él que rara vez dejaba ver.

—Gracias, padre —susurré, tomando su mano con gratitud.

Él asintió, se levantó y se dirigió a la puerta, pero antes de salir, se giró una última vez.

—Descansa, hija. Mañana será un nuevo día, y estoy seguro de que encontrarás tu camino, como siempre lo has hecho.

La luz de la linterna desapareció lentamente, dejando la habitación en penumbra. Pero esta vez, en lugar de sentirme sola, me sentí acompañada por los recuerdos de mi madre, mi hermano, y las palabras de aliento de mi padre. Mientras cerraba los ojos, decidí que haría todo lo posible por honrar su legado y encontrar mi propia fortaleza, sin importar lo que viniera.