𝑳𝒂 𝒍𝒖𝒛 𝒒𝒖𝒆 𝒓𝒐𝒎𝒑𝒆 𝒍𝒂 𝒐𝒔𝒄𝒖𝒓𝒊𝒅𝒂𝒅 [𝑳𝑰𝑩𝑹𝑶 #1 - 𝑮𝑰𝒀𝑼]

CAPITULO 88

La tranquilidad de la noche nos envolvió mientras nos acomodábamos juntos en el futón. Giyu me rodeó con sus brazos, su calor brindándome una sensación de seguridad que no encontraba en ningún otro lugar. Cerré los ojos, permitiéndome caer en el abrazo del sueño.

Sin embargo, ese descanso pronto se transformó en una tormenta de imágenes aterradoras.

En mi sueño, estaba nuevamente en la Fortaleza Infinita, un lugar oscuro y asfixiante que parecía devorar toda esperanza. Caminaba con determinación, la katana de mi hermano Kyojuro en mis manos, pero el aire era pesado y opresivo. De repente, Kokushibo apareció frente a mí, su mirada inhumana clavándose en la mía.

Luchamos con ferocidad, cada golpe resonando en la interminable oscuridad. Podía sentir el peso del cansancio y la desesperación mientras trataba de mantenerme firme, pero su poder era abrumador. Una herida tras otra se abría en mi cuerpo, hasta que finalmente caí de rodillas, agotada.

La escena cambió abruptamente. Ahora estaba en el campo de batalla junto a los pilares, enfrentando al mismísimo Muzan Kibutsuji. La lucha era caótica, un torbellino de ataques y gritos. Vi a Giyu en peligro y, sin pensarlo, corrí hacia él, interponiéndome entre él y los tentáculos de Muzan.

Sentí un dolor indescriptible cuando el ataque me alcanzó. Caí al suelo, mi cuerpo inmóvil, mientras Giyu gritaba mi nombre. La batalla continuaba, pero yo sabía que ese era mi final.

Con un sobresalto, me desperté. Mi respiración era errática, y el sudor frío cubría mi frente. Mis manos temblaban mientras intentaba orientarme, pero las imágenes seguían grabadas en mi mente como un fuego ardiente.

—¿Qué ocurre? —La voz de Giyu llegó suave y preocupada mientras se incorporaba rápidamente a mi lado.

—Un sueño… una pesadilla —murmuré, llevando una mano temblorosa a mi pecho, tratando de calmar los latidos desbocados de mi corazón.

Giyu encendió una pequeña lámpara y se giró hacia mí. Sus manos cálidas tomaron las mías, apretándolas con delicadeza.

—Solo fue un sueño —me dijo, su voz tranquila y firme—. Estoy aquí contigo. Nada te va a pasar.

—Era tan real… —susurré, con los ojos llenos de lágrimas—. Vi… vi a Kokushibo, y luego a Muzan. Vi cómo… moría.

Giyu me envolvió en un abrazo, atrayéndome hacia su pecho.

—Eso no va a suceder —dijo con determinación, acariciando mi cabello con ternura—. Juro protegerte con mi vida. No voy a dejar que nada ni nadie te haga daño.

Su voz, fuerte y reconfortante, comenzó a calmar el caos dentro de mí. Poco a poco, el miedo comenzó a disiparse, reemplazado por la sensación de seguridad que solo él podía darme.

—Estoy aquí —repitió, sus labios rozando mi frente—. Todo estará bien.

Y, aunque el miedo no desapareció por completo, me aferré a sus palabras como un faro en la oscuridad, permitiéndome encontrar un poco de paz en su presencia.

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A la mañana siguiente, me desperté temprano. Giyu aún dormía, su expresión tranquila contrastando con la inquietud que me invadía. Lo observé por un momento, preguntándome cómo alguien podía transmitir tanta calma incluso mientras dormía.

Me levanté con cuidado para no despertarlo, me vestí rápidamente y dejé una nota junto al futón explicándole que debía regresar a mi mansión para preparar todo para el día.

Mientras caminaba hacia mi hogar, una sensación extraña se apoderó de mí. Era como si algo pesado estuviera en el aire, una advertencia silenciosa que me hacía sentir un leve escalofrío en la nuca. El sol apenas asomaba en el horizonte, pero en mi interior todo parecía envuelto en sombras.