30.

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Camila abrió los ojos lentamente. Se sentó en la cama, toda la habitación estaba clara, eso le decía que había amanecido, pero aun así no sabía qué hora era.

Caminó hasta donde estaba el reloj y se sombró al ver que era de tarde, las cuatro para ser exactos. ¿Había dormido tanto? Se dio un baño y buscó algo cómodo, no se sentía muy bien, así que ni pensó en usar un traje de baño, solo un vestido con mangas color negro y sandalias, dejó su pelo suelto y se miró al espejo, no se veía tan mal, pero tampoco tan bien.

Encontró a Dexter sentado en la mesa en la terraza, estaba solo. — ¿Estás bien? —Preguntó él, al verla.

Ella asintió sentándose frente a él. Moría de hambre, él pidió algo por ella. —Dormiste demasiado —dijo él, mirándola fijamente.

Ella sonrió. —Debía de estar cansada anoche —respondió—. ¿Dónde están los demás?

—Se fueron a montar caballos, casi todos.

— ¿Por qué aun sigues aquí? —preguntó curiosa.

—Estaba esperando a que despertaras.

Eso la hizo sonreír. —Ya estoy despierta, si quieres puedes ir con ellos.

Él frunció el ceño y negó. —Estoy bien aquí.

Camila se recostó en el asiento. — ¿No recuerdas nada de anoche? —Preguntó él.

Ella frunció el ceño. —Estábamos viendo películas, tomé alcohol.... ¿Qué más pasó?

Él la miró fijamente. —Estabas algo borracha y te fuiste a tu habitación. Entré para asegurarme de que estuvieras bien y me pediste que me quedara, dijiste que tenías miedo de quedarte sola.

— ¿Hice eso? —preguntó asombrada—. ¿Qué más pasó?

—Me acosté a tu lado y te dormiste al instante —mintió él.

Camila pretendía decir algo pero vio a todos entrar, todas las chicas llevaban ropa de vaqueras, pantalones cortos y camisas hasta la mitad de su ombligo. Ellas prácticamente estaban desnudas, eso ya no la asombraba, pero se preguntaba vagamente porqué Dexter era tan inmune a todas ellas.

Es decir, una casa con mujeres lindas y desnudas, todas a su disposición, ¿Por qué se estaba conteniendo? Porque diciendo la verdad, ya había dejado claro que Jessica no era suficiente razón para encadenarlo.

Santana se acercó a ellos. —Dexter, ¿Podemos hablar un segundo?

Dexter se paró de su asiento y caminó detrás de él en silencio. Quería largarse de ahí, estaba cansado de él y toda su arrogancia. — ¿Qué pasa? —Preguntó desde que cerró la puerta del estudio.

Santana se sirvió una copa de vino, y le ofreció una, pero se negó. — ¿Qué pasa? —Volvió a preguntar.

Santana respiró hondo. —Pensé que el negocio de las drogas sería mucho para ti, tenía una imagen de ti de niño rico y mimado, pero me has sorprendido. Al principio no quise estar asociado contigo, son muchos cargamentos los que manejamos, pero tú ya estás en grandes ligas, te he estuve investigando, y me sorprende cómo te has manejado en todo esto.

—Al grano —dijo Dexter, harto de la falsa adulación.

—Tu papá me debe un favor —dijo lentamente—. Y dado que él no puede pagármelo, tú lo harás por él.

Dexter maldijo en su interior. ¿Cuándo su padre aprendería que a hombres como Santana no se les podía deber favores? Era un hombre sin escrúpulos, ni siquiera se podía imaginar lo que pediría a cambio. Apretó los puños, y luego de unos segundos lo observó directo a los ojos. — ¿Qué quieres? —Preguntó bruscamente.

—Vamos, muchacho, quita esa cara, no te pediré que asesines a nadie, si es lo que te preocupa.

— ¿Qué es lo que quieres?

Santana sonrió. —Tan impaciente como tu padre —dijo negando—. Lo que quiero es algo sencillo, fácil, y rápido. Déjame a esa niña en mi habitación por unas cuantas horas.

Dexter sintió que la furia se apoderaba de su cuerpo. — ¡¿Estás loco?! —Preguntó bruscamente. Porque nunca permitiría que ese malnacido tocara a Camila. Nunca.

—No tienes fama de negarte a los favores.

— ¡Ella no está incluida en nada de esto! —Exclamó alterado—. Ella está fuera de todo.

Santana sonrió. —Es virgen, Dexter. Es hermosa, la deseé desde que la vi. Tiene una cara tan inocente, me muero por ver esos ojos mientras se arrodilla y me baja los pantalones.

—Cierra la boca —dijo Dexter lentamente.

—Es más, quiero meter mi polla en ella tan fuerte y tan profundo que llore sin parar y no pueda sentarse por días.

—Basta —dijo Dexter en tono amenazante—. Ya basta.

—Me muero por correrme en su cara y ver su boca llena.

Dexter no se contuvo, lo tomó por el cuello y lo pegó de la pared. —Ni siquiera lo pienses, imbécil, si te atreves a tocarla, te juro que te mataré.

Santana se liberó de su agarre y sonrió. — Ya sé por qué no la quieres compartir, amigo. La quieres para ti mismo. Por supuesto que eres más que su tutor.

—No sé de qué diablo estás hablando.

Santana sonrió y encendió la tv. Dexter se horrorizó al ver las imágenes de Camila en la pantalla, ella desnuda tomando un baño, cambiándose de ropa, y él acostado al lado de ella, contemplándola. Vio también las imágenes de él besándola.

—Eres un maldito enfermo —dijo lentamente.

—Te dije que la deseé desde que llegó aquí. Ni siquiera cuando envíe esa bebida me dejaste tomarla. Solo quería que ella estuviera algo drogada, y así poder besar su lindo cuerpo, pero tú te metiste en su cama, y no la dejaste ni un maldito segundo.

Dexter se acercó a él. —Escúchame bien, nuestros negocios continuarán, pero no te quiero ver cerca de ella ni un maldito segundo, o todo esto terminará mal, idiota. Si no quieres morir, más te vale que no la toques, porque aún no sabes de lo que soy capaz.

—Espera, muchacho...

Dexter negó. —Esta maldita visita terminó. 

***

Las que hablaron de las cámaras ocultas, acertaron. 

Continuará...

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