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Frunció el ceño al ver el cambio de ruta que habían hecho, se estaban alejando de la ciudad, eso la asustó. — ¿Ronald? —Preguntó asustada.

Él la observó. — Camila —dijo dirigiéndole la palabra por primera vez en todo el viaje—. No te pasará nada malo.

Pero eso no la tranquilizó, y tampoco la ayudó ver que aparcaban frente a una casa de madera pequeña, miró a los lados no había nada más as alrededor, aparte de árboles y un río. — ¿Dónde estamos? —Preguntó confusa.

Ronald respiró hondo, se desmontó del auto y sacó su maleta. Camila lo siguió. Entendía que todos estuvieran enojados con ella, pero al menos una explicación le podían dar.

Ronald empezó a salir de la casa. — ¿Y me vas a dejar aquí sola? —Preguntó caminando detrás de él—. Entendí lo de la ley del hielo, pero esto es absurdo. ¿Qué haré sola aquí? ¿Meditar?

Él se giró. —Camila, solo estoy siguiendo órdenes.

— ¡Pensé que éramos amigos!! —Gritó, cuando él se alejó.

—Somos amigos siempre y cuando no se te pase por la cabeza consumir drogas, ¿En que estabas pensando? —Pregunto antes de subirse al auto y marcharse.

Ella se quedó parada en medio de la nada, sintiendo que sus ojos se aguaban, entró nuevamente a la casa y escuchó un ruido, rápidamente se acercó a la lámpara de la esquina. Nunca le había partido una lámpara a nadie, pero había visto muchas películas.

Un hombre salió de la cocina, eso la hizo retroceder. — ¿Quién eres? —Preguntó asustada.

El hombro rodó los ojos. —Mi nombre es Franco, saldremos en cinco minutos, ponte algo abrigado.

Franco era totalmente bronceado, al parecer en algún momento de su vida fue blanco, su pelo era negro y largo, lo llevaba amarrado en una coleta baja, sus ojos eran rasgados de color negro. Parecía más bien como a un indígena, ya que estaba vestido con ropa extraña, parecía ser reciclable.

No entendía lo que estaba pasando, no sabía quién era ese hombre, pero lo iba averiguar, salió detrás de él, y caminó poniendo distancia entre ellos, aún no entendía cómo la habían abandonado a su suerte en una casa alejada con un hombre extraño. —No sé cuál sea el plan de Dexter, pero tengo que irme de aquí —dijo lentamente.

Él no respondió, ella gruñó y adelantó el paso, justo cuando iba a decir algo, notó que frente a ellos había un rio, pensó que Franco se detendría, pero él avanzó hasta la pequeña embarcación que estaba en el agua, y subió en ella.

Camila miró a los lados. No había nada alrededor, ese hombre era prácticamente un ermitaño. — ¿Te quedarás todo el día ahí? —Preguntó él, bruscamente.

Ella no entendió. — ¿Qué? —Preguntó confundida.

Él resopló, parecía irritado. —Sube, princesa —y la última palabra fue una cruda burla. Tuvo que auxiliarse de él para poder subir a la embarcación. Se agarró a la tabla en la que estaba sentada.

Él encendió el motor y empezaron a navegar en lo que parecía ser un río sin fin, de un momento a otro él apagó el motor. Estaban demasiados alejados de todos, se estaba asustando. — ¿Qué hacemos aquí? —preguntó y él no dijo nada, tan solo recogió la caña de pescar de debajo de sus pies y la arrojó al agua.

Ninguna de sus palabras sirvió de algo, Franco no era para nada hablador, es más, parecía estar concentrado en sus propios asuntos internos, era como si ella hubiera desaparecido. Empezó a abrazarse a sí misma, los mosquitos la estaban matando, no podía estar quieta un maldito segundo sin sentir que ellos trataban de devorarla.

VOLVERÉ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora