2.

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Marzo.

En la actualidad.

Camila caminó con detenimiento por el barrio. Era un lugar peligroso, pero ya se había acostumbrado. Pateó una lata que estaba en la acera, y miró hacia atrás por impulso.

Era extraño, pero siempre tenía la sensación de que alguien la seguía. El vello de su nuca se erizó al sentir que un auto pasaba a su lado. Apuró el paso, aún con las manos dentro de los bolsillos.

Después de algunos pasos se detuvo. El apartamento en donde vivía apareció frente a sus ojos, pero ella no quería entrar ahí. Las personas eran extrañas, tenía 19 pero no era tonta, en ese lugar solo se respiraba prostitución, violencia, drogas, y miseria. Y aunque lo aceptaba, en el fondo sabía que esa no era la vida que quería.

Pero, ¿Cómo podía esperar más? Apenas tenía dinero para pagar la renta y comprarse algunas cosas. Desde que habían asesinado a su padre, cuando tenía apenas 14 años, todo había cambiado. Empezando porque tuvo que ir a vivir con su abuela, y ella ya estaba muy enferma, así que cuando murió tres años después, no se sorprendió tanto.

Había terminado la escuela por pura voluntad, y luego había conseguido un trabajo mediocre en un restaurante de comida rápida. Compartía su pequeño apartamento con Nina, una prostituta que no era mala persona. No era lo mejor, pero era lo que tenía.

Eran apenas las siete cuando subió al apartamento, se duchó y preparó algo de cenar. Tenía pensado ir a la universidad, pero si apenas el dinero le daba para vivir, ¿Cómo diablos pagaría una carrera universitaria? Además, el banco no prestaba dinero a gente como ella.

—Llegaste temprano —dijo Nina, maquillándose frente al espejo. Camila asintió, sin hablar, se sentó en el sofá y miró por la ventana. —Adolfo vino a cobrar la renta hoy.

Camila la observó. Adolfo era el dueño del edificio, un viejo asqueroso, el cual te permitía vivir un par de meses sin pagar, si te ponías de rodillas frente a él y te portabas bien.

— ¿Sabes? Él me dijo que quizás podríamos tener unos cuantos meses gratis si...

—Ni siquiera lo menciones —la interrumpió Camila, parándose del asiento.

—Dijo que vendría esta noche para ver qué decidíamos —continuó diciendo Nina—. Le dije que eras virgen, y dijo que talvez podría darnos seis meses sin pagar la renta. ¿Te imaginas todo lo que podemos hacer con ese dinero?

Sintió ganas de vomitar, miró todo a su alrededor, tenía muy pocas pertenencias, nada de valor, nada importante, excepto la foto que conservaba de su padre en una pequeña caja rosa, sin pensarlo, tomó un pequeño bolso, echó el uniforme del trabajo y unas cuantas cosas más.

— ¿Qué haces? No es tan malo —dijo Nina, detrás de ella.

—Es asqueroso —respondió Camila.

— ¿Cómo lo sabes si nunca has estado con un hombre?

— ¡Porque lo sé! —Exclamó enojada, enfrentándola—. ¿Crees que quiero acostarme con él solamente para no pagar la renta?

Nina respiró hondo. Ella conocía esa mirada, había algo más. — ¿Qué pasa? —Preguntó Camila, preparándose para lo peor.

—Él nos puede sacar de aquí —dijo lentamente.

— ¿Por qué nos sacaría? Pagamos la renta cada mes.

Y entonces lo supo. Llevó ambas manos hasta su pelo y miró haca a otro lado. —No le has pagado ¿Verdad?

Nina pareció estar avergonzada. —No —respondió mirándola fijamente—. He estado usando ese dinero para hacer otras cosas.

—Has estado utilizando mi dinero para hacer otras cosas —repitió ella, poniendo ambas manos en su cintura.

No sabía qué diablos era peor. Con el tiempo había aprendido a no escandalizarse por cada cosa. Se sentó en el sofá nuevamente. ¿Qué iba a hacer? No tenía dinero para alquilar otro apartamento y definitivamente no se acostaría con Adolfo.

—No es tan malo, él se cansa luego de unos segundos. Solo cinco minutos, y listo.

Camila negó. —No lo haré.

Nina suspiró. —Un chico vino hoy. Al parecer estaba buscando a alguien.

— ¿Y? —preguntó ella, mirándola fijamente.

Nina se encogió de hombros. —Era lindo, y no parecía ser de por estos lados. Parecía tener dinero... Por un momento pensé que requeriría mis servicios —ella sonrió, encendiendo un cigarro—. Pero estaba buscando a alguien, ni siquiera dijo cuál era el nombre de la persona.

—No sé cómo diablos nos ayudará eso con la renta —comentó Camila, rodando los ojos.

Había escuchado algunas historias de Adolfo, él solía obligar a las chicas a hacer cosa que no querían si no pagaban a tiempo. Se levantó del sofá rápidamente. No se convertiría en una víctima de él. — ¿A dónde vas? —Preguntó Nina, observándola.

—Daré un paseo, vuelvo en breve —respondió, tomando su bolso y saliendo de la casa. Claramente, prefería pasar la noche en la calle antes de tener que acostarse con ese señor.

Vagó unos minutos por las calles, tenía dinero para una habitación de un motel, podría dormir ahí y al otro día buscar en el periódico, o preguntarle a alguien si sabía de algún lugar barato para vivir.

Ya había oscurecido, y no era muy recomendable estar sola en la calle, pero no tendía otra opción. A veces se enojaba con todos, porque no era justa la vida que le había tocado. Y cada día daba la mejor cara a los problemas, pero simplemente había veces en las que solo se acurrucaba en un sofá y lloraba por todo lo que le sucedía.

Frunció el ceño al sentir que alguien la seguía. Su corazón se aceleró, y empezó a caminar rápido, esa calle era totalmente desolada, tenía que ir a un lugar concurrido, sintió que alguien se desmontaba del auto, y pretendía correr hasta que escuchó su hombre.

—Camila —repitió el extraño.

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:O

VOLVERÉ.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora