Capítulo 18

548 51 5
                                    

¡Hola a todos!

Como ya sabéis, en el último capítulo María se encuentra con una caja de cartón en la calle. Como tenía dudas acerca de lo que podía haber dentro de ella, hice una encuesta. Las opciones, que no os había dicho, eran:

1. Animal a. Gato

b. perro

2. Otra cosa c. Un bebé

d. Un regalo que Blas había encargado a una persona previamente para cuando se fuese a México.

Al final, la opción ganadora fue la 1.a, con un total de 9 votos.

Solo me queda daros las gracias a todos los que habéis participado y, a los que no, también daros las gracias simplemente por leer la historia.

Un saludo, María.



-Narra María-

Abrí las solapas de cartón con cuidado tras haber escuchado unos ruidos que procedían del interior de la caja. Para mi sorpresa, dentro me encontré con... ¡un gatito de color gris!

Enseguida lo metí dentro de uno de los bolsillos de mi cazadora. Era tan chiquitito que cabía incluso en la palma de la mano. No lo vi excesivamente mal ni creía que estuviese desnutrido o deshidratado, aunque por como intentaba maullar debía tener mucha hambre.

Abrí rápidamente el portal para que no le cogiese el frío y me apresuré a coger el ascensor. Los segundos se me hicieron eternos, ,mientras que mi curiosidad por observarlo más de cerca aumentaba por momentos.

Al llegar, me fui directamente a la cocina y lo coloqué encima de la encimera. El animal, por su parte, no paraba de maullar. Intenté encontrar comida útil para el lo más rápido posible, mientras el gato se entretenía jugando con una mandarina que había cogido del frutero. "La fruta no es un juguete", le dije mientras volvía a depositarla en su respectivo sitio. Aunque, como pensaba, no duró mucho allí.

Tras buscar y buscar por varias alacenas, encontré una lata de atún. Se la eché en un pequeño plato, mientras él se acercaba con cautela y comenzaba a comer. En ese momento, me recordó a la primera vez que yo había comido allí. Me alegraba de que yo también hubiera salvado una vida como Blas había hecho conmigo. Era una sensación muy reconfortante.

Cuando terminó, yo ya estaba muerta de sueño, y suponía que el gatito también, así que me lo llevé a la cama. Como no quería que durmiese conmigo, porque podía tener alguna enfermedad y era un riesgo para mi embarazo, fui a coger una caja de zapatos al armario junto con una pequeña mantita. Luego de preparé su cama y lo coloqué encima. "¿Te portarás bien lo poco que queda de noche?", le dije mientras comprobaba por el despertador que había en la mesilla que ya eran más de las seis de la mañana.

El se limitó a maullar feliz y a mirarme con sus ojos penetrantes.

Aunque lo dudaba, por suerte me hizo caso, así que yo también me metí en la cama, agotada, mientras el comenzaba a acurrucarse en una esquinita de la suya, a los pies del mi colchón.

Intenté dormir, lo juro, pero me quedaba embobada mirándolo tan indefenso dentro de aquel pequeño espacio. En cierto modo, me sentía un poco culpable. Quizás si lo hubiese cogido una protectora esa noche le hubieran encontrado a su madre. Quizás.... porque en el fondo sabía que eso podía ser algo imposible.

Y, en se preciso instante, fue cuando me di cuenta de una cosa: la alergia de Blas. Cuando llegase, sabía que me iba a matar. Me había prohibido traer cualquier animal a casa, porque era peligroso para el, y sabía que esta no iba a ser una excepción, por muy bonito que fuese el animal. "Pero ni loca se lo pienso regalar a un desconocido ni a una tienda de animales", pensé, "¿qué voy a hacer contigo?

¿Puedo confiar en mi ángel de la guarda?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora