-Narra María-
María: ¿¡¿Qué?!? ¿¡¿A patinar?!?
No era que no me gustara la idea, pero no me fiaba mucho de Dani como profesor.
Blas: ¡Pero si es una idea genial! Venga, prepárate que nos vamos al Retiro a practicar.
María: ¡No! ¡Ni loca!
Dani: ¿Por que?
María: ¡No quiero hacer el ridículo!
Blas: ¿Es por eso? ¡Menuda tontería!
María: ¿¡¿Y vuestras fans que?!? ¡Seguro que empiezan a perseguiros cuando os ven!
Dani: ¡Que poco conoces a las auryners ehhh! ¡Pero si son amor!
María: Me da igual. ¡No pienso bajar!
Blas: Pues te obligaré a hacerlo. No hay problema.
María: ¿¡¿Y que piensas hacerme para obligarme?!? -dije pícaramente. Me daba igual que Dani estuviera allí.
Dani: Delante de mí no. Por favor... -suplicó.
Blas: ¡Pues esto!
Se levantó en un abrir y cerrar de ojos del sofá y, cuando me quise dar cuenta, ya me tenía en sus brazos agarrada como si fuera un saco de patatas. A veces me replanteaba si esto de ser delgada era bueno...
María: ¡Suéltame! -dije pegando patadas sin ton ni son.
Blas: Vamos a bajar, ¿vale? Practicas un poco con Dani y después volvemos a casa. A la noche ya tendrás tu recompensa.
Me lo pensé un poco, aunque al final acepté. La idea era muy tentadora.
Me puse la ropa más cómoda que encontré en el armario, y después bajé con los chicos al Retiro.
Por el camino nos encontramos con varias auryners, a las que Dani y Blas atendieron con todo el cariño del mundo.
A decir verdad, me encantaban como eran como fans. No los perseguían ni los agobiaban como hacían los seguidores de otros grupos (cosa que agradecía), pero seguía sin llevar bien lo de no poder salir de casa sin que nos pararan.
Por suerte, cuando llegamos al parque apenas había gente. En la zona en la que íbamos a practicar, únicamente había una familia jugando con sus tres hijos, dos chicos haciendo running y una mujer leyendo un libro debajo de un árbol.
En definitiva, ninguno de ellos nos estaba prestando la más mínima atención.
María: A ver, ¿por donde empezamos? -dije con un poco de miedo.
Dani: Por ponerte los patines, ¡claramente!
Blas: Venga... que te ayudo a calzarlos...
Sacó de su mochila una bolsa de plástico negra y, de esta, unos relucientes patines color blanco con rayas plateadas a los lados.
Con un poco de paciencia, Blas consiguió desabrocharas correas y, por fin, pude calzármelos.
Dani: ¿Estás preparada? -me gritó mientras él comenzaba a hacer acrobacias y piruetas con sus "zapatos con ruedas" .
María: Ehhh... -pensé-. ¡No lo sé!
Él se acercó a nosotros y me cogió las manos para que me levantara del banco. Gracias a la ayuda de mi chico, conseguí no caerme nada más ponerme en pié.
Tras unos segundos, descubrí que era más alta que el rubito, incluso con cuatro ruedas debajo de mí.
María: Parece mentira que tengas poder sobre mí. ¿Hay algo que yo pueda enseñarte?
Dani: Quizás a cocinar. No es mi punto fuerte -dijo rascándose la cabeza, avergonzado.
Blas: Se suponía que esto era una clase de patinaje, no de preguntas-respuestas entre vosotros...
Dani: Mira que eres pesadito ehhh. Bueno, ¿que empiezo enseñandote?
María: Mmmm, ¿a patinar sin que me dé de bruces contra el suelo? -ya estaba empezando a perder el equilibrio, y eso que tenía a Blas agarrándome por la cintura.
Dani: Eso ya lo sabía, tonta. Pues... ¿mueve los pies para hacerlo? ¡Soy malísimo explicando!
Blas: ¡Ay Dios! ¡Menudo profesor! Yo te ayudo, amor -dijo empezando a empujarme muy despacito.
Con el paso de las horas, pasó de todo por mi cuerpo: caídas, moratones, heridas... Pero lo importante fue que aprendí a patinar, por lo que otro de mis deseos por fin se había cumplido.
Ahora ya podía moverme yo sola, aunque no hiciera ninguna pirueta como Dani. Pero eso no me importaba. Tampoco quería llegar tan lejos en un sólo día.
Lo que sí llevaba mal era frenar. Los árboles están sufriendo mucho por mi culpa, porque siempre me chocaba contra ellos para parar.
Estaba intentando aprender a hacerlo cuando, de repente, sentí que todo el parque empezaba a darme vueltas.
Sabía que no podía ponerme nerviosa ni tener miedo, porque podía ser peor pero.... me había alejado mucho de Dani y Blas, y ahora no podía ni siquiera verlos.
En pocos segundos, sentí como me desvanecía al suelo.
-Narra Dani-
Al poco tiempo de dejar de ver a María, empecé a preocuparme.
No era que ni confiara en ella, al contrario, pero todavía seguía muy débil y temía que le pudiera pasar algo.
Dani: Voy a buscar a María, ¿vale? -le dije a Blas-. Ya estoy muy cansado. Es suficiente clase por hoy -mentí.
Empecé a patinar lo más rápido que pude, mientras la buscaba por todos lados. Llegó un momento en el que me dije cuenta de que, a escasos metros de mí, había una chica tumbada en el suelo, inconsciente.
Sabía perfectamente que era ella.
Dani: ¡Blas! -grité. Me daba igual que la gente me escuchase-. ¡Llama a una ambulancia, corre!
Nada más escuchar esto, se le cambió la cara. Por suerte, no hizo ninguna locura, sino que se limitó a marcar el número que le había pedido mientras venía corriendo hacia mí, que ya estaba con su ángel.
Blas: María. Despierta por favor... -le suplicó, dándole pequeñas palmaditas en la cara.
Yo cogí el teléfono y le pedí a los médicos que la vinieran a buscar lo antes posible. Ellos sabían la situación en la que ella se encontraba, por lo que me prometieron que estarían aquí muy pronto.
Nosotros no podíamos hacer otra cosa que esperar, así que la cogimos en brazos y la llevamos a la entrada del parque.
Cuando llegamos, el vehículo ya estaba allí.
Enseguida la pusieron sobre una camilla y la metieron dentro. Por el camino, le hicieron varias pruebas y un examen general, por lo que los médicos nos aseguraron que no se trataba de nada grave, ya que sus constantes vitales estaban bien, algo que agradecimos.
Al llegar al hospital, su doctora ya estaba esperándonos y mientras metían a María en una sala, ella se quedó hablando con nosotros.
Doctora: Tranquilo cariño... -le dijo a Blas, acariciandole la cara-. No es nada...
En verdad, ella también parecía que iba a llorar.
Blas: ¿¡¿Entonces que le ha pasado?!? ¡Si hasta hace una hora estaba perfectamente!
Doctora: Quizás sea un pequeño desmayo producido por sus problemas en el cráneo. ¡Pero eso no es grave!
Blas: Ojalá sea verdad... -susurró.
Tras un rato en la sala de espera conseguí tranquilizarlo y por fin dejó de llorar, algo que llevaba haciendo desde que había llegado la ambulancia al Retiro.
Juntos llamamos al resto del grupo para avisarlos de lo que había sucedido y, minutos más tarde, Blas consiguió decir con una tímida sonrisa:
Blas: Creo que ya sé que es lo que le pasa a María...
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¿Puedo confiar en mi ángel de la guarda?
Hayran KurguUna sola persona puede salvarte del mundo invisible en el que vives. Sólo tienes que confiar en ella, aunque sea difícil, porque será tu Ángel de la Guarda...