Capítulo 10

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-Narra Blas-

María: Es muy pronto...

Blas: Lo sé, pero esperaré todo lo que haga falta...

Nos quedamos en silencio, ahora, tumbados sobre la cama.

Ya eran las cuatro de la mañana, así que ella comenzó a dormirse, por lo que yo hice lo mismo.

Cuando me desperté... la tenía a mi lado.

Me pareció imposible, pero era cierto: estaba pegada a mi, agarrándome de la camiseta.

Le pasé el brazo por debajo de su cabeza, para sentirla más, porque una persona como ella no se merecía haber pasado aquello.

Empecé a acariciarle la mejilla y, en ese momento, abrió os ojos.

Me miró sorprendida.

Blas: Tranquila... -le susurré.

La verdad, es que no la noté asustada, pero se levantó y se sentó en la esquina de la habitación, sobre el suelo, con las piernas flexionadas y pegadas a su cuerpo.

Me había hablado de eso la noche anterior. Lo hacía cuando se sentía desprotegida, tenía miedo, o cuando recordaba viejos recuerdos, que era este caso.

Me levanté y me puse a su lado, sentado, esperando a que hiciera algo, pero nada.

Blas: Ahora me tienes a mí, y no voy a dejar que nadie te vuelva a hacer nada malo, ¿vale?

Me miró con curiosidad.

Blas: Ven, vamos a comer... -dije mientras me levantaba.

Le tendí la mano y, para mi sorpresa, ella la cogió.

Ahora ya confiaba más en mi, y eso, me alegraba.

Nos fuimos a la cocina cogidos de la mano y, cuando entramos, la solté para que se sentara, pero se quedó de pié, pegada a la puerta.

Blas: Siéntate... -le señalé la silla, y ella, me obedeció.

María: Tengo hambre... -dijo en voz baja, con timidez.

Blas: Ya lo sé... -le acaricié una mejilla- ¿quieres leche con galletas?

María: Vale... -dijo un poco más animada.

Ahora que lo pensaba, jamás a había visto sonreír, y tenía toda la pinta de bueno lo iba a hacer en mucho tiempo. Con su historia, normal.

Pero, cuando le puse el desayuno en la mesa, sucedió lo mismo que  cuando la conocí: me miró, esperando a que le diera... como... "un permiso".

Blas: Lo puedes coger, es para ti -dije acercándoselo más.

Ella cogió el vaso de leche, al que yo le había echado Cola Cao, y comenzó a beber.

Blas: ¿Te gusta?

María: Tiene chocolate y... está caliente... -dijo sorprendida y, a la vez, extrañada.

Blas: Si... ¿qué comías allí?

María: Pan y agua, mayoritariamente. Al internado no le valía la pena gastar dinero en nosotras...

Blas: Tranquila... yo te cuidaré... allí estaban todos locos... -recordar su historia todavía me ponía los pelos de punta.

Cuando terminamos, la llevé al salón, y nos sentamos en el sofá.

Blas: Mira... ahora vamos a pensar las cosas que tengo que hacer para ayudarte, ¿vale?

María: Vale...

Blas: Mmmm -dije pensando- debo enseñarte como te debes comportar ante cada situación...

María: Y comida...

Blas: ¡Pues claro que tendrás comida, toda la que quieras! -dije riéndome por su ocurrencia.

María: Y las heridas...

Blas: También te las curaré, no te preocupes... y... ropa.

Este último problema podía ser uno de los peores.

¿Puedo confiar en mi ángel de la guarda?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora