-Narra María-
María: Quiero quedarme embarazada... -susurré.
Silencio.
Y más silencio en los siguientes segundos que acompañaron a mi petición. Conocía la respuesta.
Blas suspiró lentamente, abrió los ojos, me cogió de la mano y arrastró de mi hasta un banco que había a escasos metros de nosotros.
Blas: Ven y siéntate -dijo cogiendome entre sus brazos, para que me sentara sobre él. Cuando lo hice, susurró-. No puedo...
María: No es que no puedas, es que no quieres. No necesito tus disculpas -le expliqué, mirándolo a los ojos.
Blas: Entiendeme, lo hago por ti. Tienes veinte años y toda una vida por delante. No quiero que luego te arrepientas de una decisión que has tomado en apenas dos segundos...
María: La verdad, no sé ni si lo que quiero realmente sea eso... -ahora estaba un poco contrariada. ¿De verdad quería esto tan pronto?-. Creo que todavía no estoy preparada...
Blas: Siento decirte que esta vez llevas razón. Has sido demasiado precipitada...-dijo agachando la cabeza.
Tras esto, nos volvimos a quedar en silencio.
Me estaba poniendo muy nerviosa. No solía aguantar tanto presión, ni tampoco estaba acostumbrada a que Blas me negara algo, por lo que todo se me hacía más difícil.
Tenía un nudo en la garganta que hasta me dificultaba la respiración.
Blas: Venga, no quiero que te pongas triste por eso. ¡Vamos a cambiar de tema!
Se volvió a levantar del banco y tiró de nuevo de mí. En pocos minutos, volvíamos a estar dando vueltas por el Retiro sin un rumbo fijo.
María: Entonces no necesito pedirte nada como regalo, ¿verdad?
Si es que todavía no me había quedado claro...
Blas: Tu decides, pero bebés no. No ESTAMOS preparados para eso. Ni tu ni yo -aclaró.
María: Vale. ¡Pues me quedo sólo contigo!
Me tiré a él (con un poco de brutalidad, la verdad) y Blas empezó a darme vueltas por el aire.
Blas: Pesas tan poquito que parece mentira que te comas tabletas enteras de chocolate tu sóla. Mi chiquitita... -susurró acariciandome el pelo mientras me miraba a los ojos.
María: Y tu eres...
Blas: ¿Tu chiquitito preferido? ¿O quizás tu Ángel de la Guarda?
María: Las dos cosas. Nunca conseguiré agradecerte lo suficiente todo lo que has hecho por mí...
Blas: No me digas eso que me echo a llorar ehhh
María: Sólo digo la verdad -dije antes de besarlo.
En ese momento, miles de gotas empezaron a caer del cielo, acariciando nuestros cuerpos. Escuchabamos su impacto contra las pequeñas hojas de los árboles, la hierba y la arena del suelo...
Era una sensación tan relajante.
Pero una tormenta se avecinaba, estaba claro: los truenos y relámpagos ya se escuchaban muy cerca de nosotros y como no nos diéramos prisa acabaríamos empapados.
Blas: ¡Mira lo que has conseguido! -gritó de repente. ¿Estaba enfadado? -. Eres tan bonita que las estrellas se han enfadado y han hecho que las nubes aparezcan sobre nosotros...
Vale. Ahora todo tenía sentido. Respiré aliviada. "Menos mal", pensé.
María: ¡Me has asustado! -dije con cara de pocos amigos. Todavía no estaba preparada para sobresaltos y cambios de humor repentinos.
Blas: Sólo digo la verdad -se disculpó, aunque a los pocos segundos añadió- Bueno, quizás he sido un estúpido. No debí decirtelo de ese modo. Perdóname...
Y ahora, nunca pensé que fuera a hacer eso.
Se puso de rodillas sobre el suelo, mojado por la lluvia, y sacó de su empapada americana una cajita, que destapó con cuidado. Allí dentro, había un pequeño anillo dorado.
María: No... -susurré, antes de empezar a llorar.
Había demasiadas sensaciones dentro de mi cuerpo, y no era capaz de asimilar una cuando otra nueva ya asomaba por mi cabeza.
Blas: Si... Para esto sí que estás preparada. Lo sé -me explicó con una sonrisa de oreja a oreja.
A cada nueva palabra, nuevos sentimientos.
El agua corría por nuestros cuerpos a raudales, bañando todos y cada unos de los poros de nuestras pieles.
La tormenta se acercaba cada vez más y más a nosotros, y la lluvia se estaba haciendo fuerte y pesada.
Blas: ¿Quieres casarte conmigo?
María: S-si...
No me salían las palabras, literalmente. Tenía un nudo en la garganta que no me dejaba ni respirar, y mis músculos estaban paralizados, cosa que tampoco ayudaba mucho.
Tras un par de segundos que a Blas, seguramente, se le hicieron eternos, conseguí por fin agacharme a su altura para abrazarlo.
Blas: ¿No crees que te falta algo? -dijo tras separarse de mi.
Le miré con curiosidad y el elevó la caja del suelo.
Blas: Ven que te lo pongo...
Cogió mi mano mojada por la lluvia delicadamente, y pasó aqueos valioso metal por el.
El contacto hacia que me estremeciera, pero merecía la pena.
Blas: Con esto quiero que sepas que jamás me voy a separar de ti
Tras levantarnos del suelo, pegó su frente a la mía. Sentía su respiración en mi cara, lo que hacía que me pusiera nerviosa, antes de que me besara pausadamente en los labios.
Esta vez, el beso consiguió que todo mi cuerpo se electrizara como nunca antes lo había hecho, como si Blas me hubiera transmitido energía con aquel contacto.
Me sentía poderosa, y más a su lado, porque sabía que a partir de ahora él sería sólo mío. En todos los aspectos.
Ojalá esto nunca cambiara. Al menos, ya no tenía nada de lo que temer.
Blas: Creo que...Deberíamos volver a casa. Estamos empapados y la tormenta es cada vez más fuerte.
María: Si jajaja. Allí podemos hacer otro tipo de "cosas" -dije pícara.
Blas: Así que quieres jugar ehhh. ¡Verás lo que te espera esta noche!
En un segundo, ya me tenía en sus brazos, caminando hacía nuestro hogar.
María: Espera. Quiero hacer una cosa
Bajé de ellos y estiré mis brazos todo lo que pude, en posición de cruz.
Blas se quedó atónito mirándome, hasta que descubrió mi propósito.
Blas: Eres... -susurró.
María: Somos... -le corregí.
No pasaron ni dos milésimas, cuando nuestro grito se escuchó en todos y cada uno de lo rincones de Madrid.
Blas y María: ¡SOMOS LIBREEES!
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¿Puedo confiar en mi ángel de la guarda?
FanfictionUna sola persona puede salvarte del mundo invisible en el que vives. Sólo tienes que confiar en ella, aunque sea difícil, porque será tu Ángel de la Guarda...