Capítulo 49

1.2K 81 10
                                    

-Narra Blas-

Por desgracia, aquel ataque de María por el que empezó a llorar nada más entrar en casa, comenzó a ser el principio de un gran problema.

Ya no era la misma chica que había estado en el hospital. Tenía el ánimo por los suelos aunque, por qué no decirlo, parecía un fantasma de eses que salen en las películas de miedo.

Deambulaba por casa a todas horas, llorando por los rincones, sin querer comer o, simplemente, encerrándose en cualquier sitio en el que le fuera posible estar sola.

Como siempre, yo tenía que aguantar todo esto, cosa que me partía el alma y me rasgada todo el cuerpo por dentro. Cada vez que la miraba, sentía como si una parte de mí estuviera sufriendo con ella.

Que vale, la doctora y el psicólogo ya me habían explicado que la recuperación iba a ser dura y la adaptación a la sociedad mucho más, pero había que reconocer que lo que le estaba pasando no era normal. El cambio había sido demasiado brusco.

Y con todo esto a mis espaldas, ya no sabía que hacer, aunque tampoco creía que podía hacer nada por ayudarla. Tampoco podía salir de casa, ya que temía que pudiera hacer algo malo, así que me limitaba a proporcionarle todo el cariño y amor que me fuera posible.

Y en lo referente al sexo, pues más de lo mismo. Creo que lo máximo a lo que llegamos fue quedarnos en ropa interior y, eso si, sin mucha participación por su parte. Intentábamos hacerlo, pero al final siempre teníamos que parar, ya que María empezaba a llorar sin motivo alguno.

El motivo... Ese era el gran problema. Ella decía que no tenía ninguna causa por la que estaba así, pero yo sabía que algo tenía que haber detrás de todo esto. Ahora, sólo tenía que encontrarla.

Estabamos durmiendo, cuando escuché una voz cantando una canción que me resultaba extrañamente familiar. Como acompañamiento, un piano.

¿Era un sueño? ¿O lo estaba escuchando de verdad?

Me giré y vi que María no estaba en la cama a mi lado, así que sólo esperé que fuera ella. Nunca la había escuchado cantar, pero sabía que tenía algo especial dentro que segurente podría llegar a sonar muy bien.

Me levanté despacio, sin hacer ruido, y empecé a caminar descalzo por el oscuro pasillo.

Allí estaba aquella luz, aquel foco que me indicaba que María se encontraba en la "habitación abandonada", como yo la llamaba. Allí sólo guardaba pequeños trastos viejos sin utilidad, entre los que estaba el pequeño piano que ahora tocaba una melodía que yo recordaba con un gran cariño.

Aquella canción ya la había cantado varias veces con mi grupo, con Auryn, en la privada "Sala Clamores".

Y, sin equivocarme, allí estaba ella.Sentada sobre el pequeño taburete de

madera, pulsaba las teclas delicadamente. La verdad, parecía que estaba ignorando el piano, como si no le importara equivocarse en una de las notas. Pero lo hacía perfectamente.

María: Si fuera más guapa y un poco más lista.

Si fuera especial, si fuera de revista

Tendría el valor de cruzar el vagón

Y preguntarte quién eres.

Te sientas en frente y ni te imaginas

Que llevo por ti mi falda más bonita.

Y al verte lanzar un bostezo al cristal

Se inundan mis pupilas. "

"Jueves" de La oreja de Van Gogh, era su pequeña banda sonora.

Simplemente, preciosa.

Y ni pensarlo me podía quedar allí parada. Necesitaba hacer algo y sólo se me ocurría una cosa: acompañarla.

Esperé el debido tiempo de la melodía, y comencé a acercarme a ella al tiempo que empezaba a cantar de nuevo.

Blas y María: "De pronto me miras..."

En ese momento, ella paró de repente, se quedó en silencio y me miró aterrada, con cara de culpa.

Blas: Continúa. Por favor...

María agachó la cabeza y en pocos segundos, comenzó a llorar con la misma, o incluso más, intensidad que todos estos días.

Blas: Puedes hacerlo -le supliqué acercándome poco a poco a ella.

María: No... Lo siento -titubeó.

Blas: Mirame -y le agarré la cara con mis manos, intentando que me mirara a loa ojos-. Tú eres muy fuerte, pero no quieres demostrarlo. Sólo eso. Claro que puedes cantar y hacer lo que te dé la real gana. Porque es TÚ VIDA - dije recalcando está última palabra, señalando su corazón-, y nadie puede arrebatartela. Ni siquiera yo...

Se quedó en silencio. Seguramente no esperaba este discurso, y reconozco que yo tampoco.

Blas: Ahora vas a continuar la canción, ¿vale? Yo te acompaño, no pasa nada -y le acaricié la mejilla muy despacio, secando su última lágrima.

Suspiró lentamente y se abrazó a mi, acurrucando su cabeza en mi cuello. Y, aunque me partiera el corazón verla así, la verdad era que me gustaban estos momentos.

Eran los únicos minutos en los que nos dábamos cuenta de todo lo que nos queríamos y nos necesitábamos el uno al otro. En los que comprendiamos que una relación no se basa única y exclusivamente en el sexo ni en los regalos materiales.

Lo acepto. Adoraba estos momentos.

María: Ayúdame -dijo colocándose de nuevo en la silla del piano.

Blas: No... Veo que no lo has comprendido ehhh. Somos un equipo, ¿recuerdas? NOS ayudamos mutuamente.

Ante esto, esbozó una pequeña y tímida sonrisa, cosa que me encantaba.

La levanté un poco, me puse a su lado e hice que ella se sentará encima de mí.

Ahora, yo tocaba el piano, mientras la miraba muy fijamente a sus preciosos ojos verdes.

Blas y María: "De pronto me miras, te miro y suspiras.

Yo cierro los ojos, tú apartas la vista.

Apenas respiro me hago pequeñita

Y me pongo a temblar.

Y así pasan los días, de lunes a viernes,

como las golondrinas del poema de Bécquer.

De estación a estación, enfrente tú y yo, va y viene el silencio.

De pronto me miras, te miro y suspiras

Yo cierro los ojos, tú apartas la vista

Apenas respiro, me hago pequeñita

Y me pongo a temblar.

Y entonces ocurre, despiertan mis labios, pronuncian tu nombre tartamudeando.

Supongo que piensas que chica más tonta.

Y me quiero morir.

Pero el tiempo se para y te acercas diciendo: yo no te conozco y ya te echaba de menos.

Cada mañana rechazo el directo

Y elijo este tren.

Y ya estamos llegando, mi vida ha cambiado.

Un día especial este once de marzo.

Me tomas la mano, llegamos a un túnel

Que apaga la luz.

Te encuentro la cara, gracias a mis manos.

Me vuelvo valiente y te beso en los labios.

Dices que me quieres y yo te regalo, el último soplo de mi corazón... "

Y la besé con todo el amor que me fue posible utilizar.





¿Puedo confiar en mi ángel de la guarda?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora