-Narra Blas-
Después de unos minutos mirando como ella dormía plácidamente, cosa que me encantaba ya que se miraba como una niña pequeña e indefensa, la puerta de la habitación se abrió y, tras ella, entró la doctora.
Doctora: Es la hora- dijo en un murmullo.
Me levante de la camilla, ya que seguía sentado en ella.
Blas: Todavía está dormida -le expliqué.
Doctora: Eso da igual o, al contrario, mucho mejor. Así estará más tranquila durante la operación y con suerte no se despertara hasta la mitad del postoperatorio
Blas: ¿Y podré estar con ella? - pregunté. Ojalá la respuesta fuera afirmativa.
Doctora: Me ha costado mucho conseguirlo aunque, por suerte y gracias a su situación, te damos permiso. Pero sólo tu. Nada más... -me advirtió.
Blas: Si, si. No hay ningún problema -dije con una sonrisa de oreja a oreja.
Después, dejó que me despidiera de ella, aún siguiendo dormida y, tras llevársela a quirófano, me fui para casa, ya que había una semana que no había pasado por allí.
Por la calle, iba pensando en cómo estaría todo. Por supuesto, lleno de polvo.
Seguramente, me pasaría toda la mañana limpiando, o hasta lo que me diera tiempo ya que, aunque la operación iba a durar ocho horas, la doctora me había avisado que a lo mejor terminaban antes.
Abrí la puerta con sigilo y, por suerte, conseguí no tropezarme con ningún vecino curioso que empezara a preguntarme cosas sin sentido.
Para mi sorpresa, todo estaba igual de ordenado que siempre, y no como lo había dejado la última vez que estuve allí.
Aquella noche en la que me convertí en el hombre más feliz del mundo al saber que ella se había despertado. Ese día, lo recordaría el resto de mi vida.
De repente, escuché un sonido en la cocina, así que me dirigí a ella.
Blas: ¿¡¿Mamá?!? -grité, cuando la vi desayunando.
María Jesús: ¿Y María? ¿Ya le han dado el alta?
Blas: ¿¡¿Pero que haces aquí?!? ¡Hace dos días me habías dicho que habías voto a Murcia!
María Jesús: Como comprenderás, no os iba a dejar solos. Pienso ayudaros y, además, hay que limpiar el piso...
Viéndolo de ese modo, agradecía que estuviera conmigo. Aunque María estuviera bien, la situación no dejaba de ser difícil para todos.
María Jesús: Siéntate anda -dijo cogiendo una silla-. Come algo...
Le obedecí y, tras unas largas horas de charla, regresé al hospital.
Ella todavía no había salido, así que me eché una pequeña cabezadita en el sofá de la habitación y, después de jugar un poco con el móvil, la doctora regresó.
Doctora: Ven a verla. Se acaba de despertar hace un rato y estaUy nerviosa. El dolor empieza a hacer acto de presencia en su cuerpo -dijo apenada.
Blas: ¿Y por qué no vino antes a avisarme de que ya había abierto los ojos?
Doctora: Estabas dormido, y no me parecía bien despertarte. Estos días no has dormido mucho... Anda. Ahora ven -dijo mientras se volvía a acercar a la puerta y cogía el pomo.
Me levanté un poco perezoso, y percorrí con ella varios pasillos y ascensores, hasta llegar a una gran habitación donde había boxes médicos.
Entre enfermos, había varias cortinas que los privava de verse unos a otros, y eso todavia me ponia mas nervioso.
De repente, escuché unos gimoteos que provenian de uno de los últimos boxes.
Blas: ¿Es ella, verdad? -le pregunté a la doctora.
Ella asintió con la cabeza.
Doctora: Ha empezado a llorar hace unos minutos, preguntando por ti. Por eso te fui a buscar
Recorrimos unos metros más, y ella descorrió la última de las cortinillas.
Allí estaba María, con la cabeza vendada completamente, y gimiendo de dolor.
Me partía el alma verla así, pero tampoco podía hacer nada por ayudarla.
Blas: Amor, ya estoy aquí -dije mientras me agachaba junto a la camilla, para ponerme a su altura-. ¿Te duele mucho?
María: Me quiero morir... -susurró.
La verdad, se le veía horrible: estaba muy pálida, sin fuerzas y triste. Muy triste.
Blas: Pronto va a pasar todo. No te preocupes, en unas horas estarás bien -dije cogiendole la mano, y acariciandosela.
-Narra María-
El dolor que sentía en estos momentos era horrible.
Tanto, que incluso sentía como si, de nuevo, me volvieran a golpear con aquel martillo en la cabeza.
Me sentía mareada, con ganas de vomitar, sin fuerzas y, sobre todo, triste.
Triste por recordar todos los momentos vividos en aquel infierno, triste por no poder darle a Blas todo lo que se merece... Triste por no saber por qué me pasaban solo cosas malas.
Al salir de todo esto, al volver a hacer una vida "normal" o, al menos, la que me merecía, quería aprender a ser yo misma, a valerme por mi sola y, por supuesto, a conseguirlo al lado de Blas.
Vencida por el dolor, comencé a dormirme, mirando a aquellos ojos azules que tanto me habían enamorado.
ESTÁS LEYENDO
¿Puedo confiar en mi ángel de la guarda?
FanfictionUna sola persona puede salvarte del mundo invisible en el que vives. Sólo tienes que confiar en ella, aunque sea difícil, porque será tu Ángel de la Guarda...