-Narra María-
Me desperté escuchando a la doctora decirle a Blas que ya nos podíamos ir a casa pero, por el contrario, no abrí los ojos.
La verdad, llevaba unos días bastante mal. No es que no me hiciera ilusión volver a salir a la calle, es que ya consideraba el hospital como una casa, después de pasar cuatro meses aquí encerrada.
Sabía que, si salía afuera, volvería a recordar todo lo que había sufrido, y no me gustaba esa idea.
A los pocos minutos, la doctora se marchó, con lo que Blas y yo volvimos a quedarnos solos.
En poco tiempo, los rayos de sol comenzaron a abrasarme. Estábamos en pleno agosto y el calor era insoportable.
Con esto, pensé que ya era hora de levantarme.
Abrí los ojos despacio, un poco aturdida por la luz que entraba por la ventana. Blas me estaba mirando fijamente, a escasos centímetros.
Blas: Te he despertado, ¿verdad?
Negué con la cabeza para después abrazarme a él.
Blas: Llevas unos días muy rara. Cuéntame que te pasa, anda...
María: No es nada -mentí-. Sólo es que me aburro aquí encerrada
Por supuesto, sabía que no me creía. Me conocía demasiado bien, pero no me dijo nada.
Desvío un poco la mirada hacía abajo, pensativo, para volver a mirarme a los ojos.
Blas: No te preocupes. Hoy a la tarde ya nos podremos ir para casa, ¿vale?
María: Voy a echar esto de menos. Han sido demasiadas semanas aquí encerrada -me reí, sin ganas.
Blas: En el piso te dejaré hacer lo que quieras. Ahora eres libre -me dijo, con mirada pícara. Pero eso no hizo que mi estado de ánimo mejorara.
A lo largo de la mañana, me hicieron las últimas pruebas y, por la tarde, nos fuimos a casa.
Afuera había varios fotógrafos y periodistas, por lo que tuvimos que salir por una puerta trasera. La verdad, no entendía por qué a esa gente le importaba mi vida, o la de Blas.
Por lo menos, ahora la calle ya no me causaba miedo.
Cuando entramos en el edificio, ya era de noche. En ese momento, miles de recuerdos pasaron por mi mente.
No iba a aguantar mucho tiempo así, estaba claro. Tarde o temprano empezaría a encontrarse fatal.
De vez en cuando, Blas me miraba con curiosidad, aunque sin conseguir averiguar que me pasaba.
Lo peor empezó cuando atravesamos la puerta. Volver a ver aquel salón hizo que mis sentimientos se desmoronaran por completo.
Hasta aquí llegue.
Blas: Ehhh, ¿que te pasa? -dijo abrazandome muy fuerte, mientras me acariciaba la cabeza.
No podía ni hablar. La lágrimas eran superiores a mi, así que Blas hizo su trabajo.
Blas: Sabía que no debes tener miedo. Ahora ya ha acabado todo y nadie te va a más daño. Sólo tienes que confiar en ti misma, nada más
María: N-no quiero volver a su-sufrir...
Blas: Y claro que no lo harás. Yo no voy a permitir eso, ¿vale?
Asentí con la cabeza y sin pensarlo, me cogió en brazos y me tumbó en el sofá, para después él acostarse a mi lado.
Blas: Mira esa foto -dijo señalando un marco que había sobre la estantería de encima del televisor.
Me quede embobada mirando aquella foto. Eramos nosotros, abrazados, el día de mi cumpleaños.
Otra vez las lagrimas empezaron a correr por mís mejillas, lo que hizo que a Blas le diera la risa.
Blas: Mira que eres llorona ehhh. No se puede ser tan sensible -dijo mientras me secaba la cara con sus pulgares.
María: Sólo es que... me acuerdo de todo lo que pasamos juntos y... sólo tengo ganas de llorar...
Blas: ¿¡¿Entonces no eras feliz conmigo?!? -dijo de broma, a lo que le di un puñetazo cariñoso en el hombro.
María: No, tonto...
Blas: Sólo te voy a dar un consejo: "Vive el presente, porque el pasado, pasado está".
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¿Puedo confiar en mi ángel de la guarda?
FanfictionUna sola persona puede salvarte del mundo invisible en el que vives. Sólo tienes que confiar en ella, aunque sea difícil, porque será tu Ángel de la Guarda...