Capítulo 4

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-Narra Blas-

Me quedé helado. No me esperaba para nada aquella respuesta.

Blas: ¿La... directora... del... internado...? -tartamudeé.

Si. Ella tenía razón. El sueño se estaba cumpliendo, convirtiéndose en la asquerosa realidad, tal y como ella había predicho.

Agachó la cabeza, a punto de llorar.

Blas: No... -dije mientras le levantaba la  barbilla, para que me mirara.

Sus ojos... Aquellos ojos verdes como la hierba, ya no mostraban el mismo brillo que habían conservado hasta ahora, sino que se habían apagado y oscurecido.

Blas: Jamás dejaré que te separen de mi... ¿de acuerdo?

Asintió levemente con la cabeza, y seguimos caminando.

Volvimos a doblar otra esquina, está vez la última cuando, de repente, otro hombre, salido de la nada, comenzó a seguirnos.

No podía permitir asustarme, y menos atemotizarla a ella, así que aceleré la marcha, obligándole a María a que me imitara.

Casi íbamos corriendo, pero nuestro nuevo perseguidor nos pisaba los talones.

Miré hacia atrás. Tendría unos 50 años, era calvo, un poco bajo la verdad, pero se le miraba fuerte y musculoso.

Ahora  tenía que hacer algo, sino, nos atraparía en pocos minutos.

Blas: Uno... dos... ¡tres! -susurré.

Fue acabar la frase, cuando empezamos a correr con todas nuestras fuerzas.

La agarré de la mano, para no dejarla atrás y que perdiera la marcha, pero el también comenzó a hacer lo mismo.

Sentía el aire escaparse rápidamente de mis pulmones, y el gélido vuelto de febrero azotar mi cara aunque, esto, no me preocupaba demasiado, ya que nuestra casa estaba cerca.

Saqué sin que el se diera cuenta la llave del bolsillo y, cuando llegamos al portal, la moví con agilidad dentro de la cerradura.

Si. Acabábamos de salvarnos.

No pulsé el botón de la luz, sino que me  sumergí con ella en la oscuridad de nuestro pasillo, mientras aquel hombre se acercaba a la puerta y miraba hacía dentro, sin descubrir nada.

Resistí pulsar el botón de llamada del ascensor, ya que aquel brillo que desprendía cuando se abrían sus puertas podía delatarnos, así que me senté con María en las escaleras, para recuperar la respiración.

La miré a duras penas, y atisbé en su rostro que todavía tenía el susto metido en el cuerpo.

La abracé fuertemente.

Blas: Ya pasó cariño... -le dije, acariciándole la cabeza.

Ella empezó a gimotear sobre mi pecho.

María: El sueño... se está cumpliendo...

Me quedé en silencio, sin saber qué responderle.

Sólo tenía una cosa: era su ángel de la guarda, e iba a protegerla pasase lo que pasase.

Ahora, no había vuelta atrás. Esto, era sólo el principio.

¿Puedo confiar en mi ángel de la guarda?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora