Capítulo 8

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Creo que ya habían pasado cerca de dos horas, así que el ya debería estar dormido.

Por si acaso, me levanté con cuidado y caminé de puntillas, para amortiguar el sonido del peso de mi cuerpo.

Percorrí el oscuro pasillo y por fin llegué al, ahora, tan preciado lugar para mi.

Allí estaba, mi silueta, grabada en el cristal. Me parecía imposible que aquella fuera yo pero... el espejo no mentía.

Me desnudé y... de nuevo aparecieron aquellas bofetadas, gritos y puñetazos en mi mente, sólo que ahora se manifestaban en forma de heridas y manchas de color oscuro por mi pálida piel.

Estaba ensimismada en aquella imagen, cuando noté una mano acariciar delicadamente mi espalda.

En aquel estado en el que se encontraba mi cuerpo, para mi aquello fue como una cuchillada de dolor.

Y no me importó que esa persona me viera sin ropa, ya estaba acostumbrada a este tipo de situaciones.

-Narra Blas-

Y si, yo me acosté, pero no fui capaz de dormir.

No podía parar de pensar en ella, en qué sería lo que escondía, en porqué reaccionaba tan raro ante cosas tan simples...

Así que me quedé quieto, y cerré los ojos, esperando por si ella hacia algo malo.

Pasadas, más o menos, dos horas, sentí unos pasos caminar por la habitación.

No sabía a donde iba, así que la seguí.

El baño. Podía parecer normal, si, pero se sentía como la ropa caía por el suelo. Esto no podía ser bueno...

Me acerqué despacio, sin hacer ruido, y la vi. Estaba desnuda, enfrente del espejo, y con una cara que mezclaba el asombro y la tristeza a partes iguales.

Con esta imagen, la mía debía estar igual.

Los moratones no le cubrían sólo las piernas, sino todo el cuerpo, y tenía varias heridas, repartidas por su piel. Además, sus huesos hacían acto de presencia en aquella piel tan débil.

Ver su pobre cuerpo daba pánico, estaba claro...

Ahora sólo necesitaba tocarla, preguntarle si estaba bien aunque, por su cara, no había duda de que se encontraba horrible.

Me acerqué sigilosamente a su lado, intentando no hacer movimientos bruscos para que no se asustara con mi presencia, y le recorrí las vértebras de la espalda con una caricia.

En ese momento, el silencio de la noche dio paso a un llanto ahogador.

Estaba llorando, pero yo también había comenzado a hacer lo mismo.

Le abrí mis brazos y ella, sin dudarlo, se cobijó en ellos.

La abracé fuerte, para que sintiera que no estaba sola, que me tenía a su lado, y que iba a ayudarla costase lo que me costase.

Blas: Creo que ha llegado el momento... de que me cuentes tu historia...

-Narra María-

Si. Podía confiar en el, me lo acababa de demostrar.

Necesitaba protegerme en alguien, saber que esa persona iba a estar conmigo, que me iba a ayudar... y Blas lo había hecho.

Fue en ese momento, a su lado, cuando descubrí porque no había dejado que nadie me tocara durante años: eran las heridas y los moratones.

Cuando lo hacían, para mi, era como un nuevo golpe en mi cuerpo. El dolor era horrible, insoportable.

Pero lo tenía a él, a mi lado, y sabía que se había ganado con creces el puesto de "mi Ángel de la Guarda".

¿Puedo confiar en mi ángel de la guarda?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora