Capítulo 3

2.4K 125 0
                                    

Hoy iba a ser mi día. Acabara bien o no. Eso ya me daba igual.

Sólo diez de nosotras bajamos a desayunar. Al resto, se las habían llevado.

Me senté yo sola, como solía hacer casi siempre, y junto a la ventana, para poder llevar a cabo mi plan.

Carlota: La enana está marginada, la enana está marginada...

Y se volvieron a reír de mi aunque, por supuesto, yo le hice caso omiso.

Estaba preparada. Faltaba poco, muy poco.

En ese momento, los tacones de la directora comenzaron a resonar por el comedor. Era una mujer refinada y elegante y pocas veces se la había visto sin su collar.

No era una simple joya. Dentro, tenía la llave que abría el portón que separaba el infierno del cielo.

Directora: ¡Venga niñas, a clase! -gritó.

No lo pensé. Golpeé el cristal de la ventana del comedor con todas mis fuerzas y salté al vacío. Por suerte, caí en el jardín, así que el césped amortiguó mi impacto.

Me levanté lo más rápido que pude y comencé a correr.

Escuché a la directora gritar por detrás: "¡qué no escape!", pero a mi eso ya me daba igual .

Miré para atrás. Diez guardas corrían detrás de mí, persiguiéndome.

Se me estaba complicando todo. No sabía que pudieran actuar con tanta rapidez.Si me cogían, la muerte la tenía asegurada, pero muy lentamente, para que sufriera.

Escalé el muro del internado, la única vía de escape hacía la libertad.

María: ¡No! -grité.

Me acababa de caer y me había golpeado la pierna con una piedra. Ahora, esta estaba empezando a echar un líquido rojo. Sangre.

No podía rendirme, no les dejaría el camino tan fácil.

Volví a intentarlo, pero la pierna me dolía cada vez más y más. Noté como una mano me agarraba de un pie, obligándome a bajar, pero yo me resistí y la golpeé varias veces contra el muro.

Ya estaba arriba, sólo un salto más al vacío... 

Por fin sentí la libertad en mi cuerpo aunque, por si acaso, seguí corriendo.

Escuché la voz de la directora por detrás: "¡inútiles!". "Gritos hacía los guardas", pensé.

Pero me daba igual. Era libre. Aunque... había un problema, ¿que haría ahora?

Mis padres, pensaría.

No. Ellos estaban muertos, por eso el juez que llevaba mi caso me había mandado aquí. Pensaba que era el lugar idóneo, todos lo pensaban... Pero se equivocaban...

¿Puedo confiar en mi ángel de la guarda?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora